Nunca se ha visto tanta falta de vergüenza para favorecer el futuro político propio a costa del futuro del país. (Foto: Congreso)
Nunca se ha visto tanta falta de vergüenza para favorecer el futuro político propio a costa del futuro del país. (Foto: Congreso)
Jaime de Althaus

Luego de la catástrofe macroeconómica de los 70 y los 80, que desembocó en la hiperinflación, la pérdida de reservas y el hundimiento en una pobreza superior al 60%, creímos que habíamos aprendido la lección: no se puede gastar más de lo que ingresa, no se puede hacer control de precios, no se puede afectar los derechos de propiedad ni romper los contratos. Ese era el consenso nacional que creíamos haber alcanzado, y del que solo la izquierda más atrasada no participaba.

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Los congresistas en pocos meses hicieron trizas de él, como si no hubiésemos aprendido nada. El pretexto ha sido representar las demandas de los necesitados, pero en una guerra cualquier apoyo tiene que ser coordinado con el Ejecutivo y la ley ONP, por ejemplo, ni siquiera beneficia a los pobres sino a la clase media y media alta. Lo que hacen, en realidad, es acopiar la base demagógica suficiente para postular luego a alcaldías o a gobernaturas o la propia presidencia de la República.

Nunca se ha visto tanta falta de vergüenza para favorecer el futuro político propio a costa del futuro del país. Quizá leyeron atentamente la noticia de que el Perú, gracias al modelo económico adoptado en los 90, había acumulado un ahorro nacional considerable que permitía enfrentar la pandemia. Y entonces se decidieron no solo a dilapidar con gran entusiasmo ese ahorro para pescar votos, sino a socavar las bases del modelo mismo que lo hizo posible.

Esa suerte de coalición de partidos de centro, que debió colaborar con el Gobierno que le dio entrada al disolver irresponsablemente el anterior, se ha convertido en el espolón de los partidos de izquierda, que ven complacidos cómo, sin necesidad de cambiar el capítulo económico de la Constitución, este se derrumba acometido por las leyes-misil que se aprueban. Creando de paso las condiciones sociales para la emergencia de un líder populista radical y autoritario.

También es posible que el consenso económico en torno a una economía de mercado haya sido más débil de lo que pensábamos, y que los apetitos electoreros de los congresistas se vean facilitados por el desconocimiento de los principios básicos de la economía y prejuicios acerca de los actores económicos y del funcionamiento del mercado.

Esto se origina en el sistema educativo, en las corrientes de pensamiento que prevalecen en el magisterio y en las universidades que los han formado. Nunca se introdujo en el currículum un capítulo importante dedicado a explicar en qué consiste y cómo funciona la economía social de mercado establecida en la Constitución, ni hubo un programa intensivo de capacitación a los maestros en ese mismo tema. Esto es importante porque el entendimiento de la lógica de una economía de mercado no es intuitivo. Requiere explicación. Y requiere repasar la evolución de la economía peruana en los últimos 50 años, para cimentar y capitalizar culturalmente los logros alcanzados en los últimos 30.

Porque hasta ahora el país ha vivido del impulso generado por las reformas del primer lustro de los 90, pese al creciente intervencionismo de los últimos 10 años. Debimos aprovechar esta tremenda crisis para hacer las reformas que renovaran ese impulso, no para eliminarlo del todo.

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