Kuczynski, ¿insurgente?, la columna de Juan Paredes Castro
Kuczynski, ¿insurgente?, la columna de Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

La idea de de que el plazo de liquidación de Doe Run pueda extenderse una vez más con una marcha de los trabajadores de esa empresa al Congreso, inclusive encabezada por él mismo, induce a pensar que los poderes elegidos, entre ellos la presidencia, preferirían trasladar la solución de algunos conflictos a las calles y plazas antes que asumirlos con autoridad y justicia.

El infundado miedo a un Congreso dominado por el fujimorismo podría estar llevando al presidente electo a creer, empujado por una asesoría paranoica, que es mejor mostrarle al fujimorismo los rabiosos dientes de elefante de una movilización social que poner a los mejores miembros de su bancada parlamentaria a buscar diálogo, acuerdos y consensos en lugar de puestos ministeriales en el Gobierno.

Ser presidente (¿eso es lo que quería ser Kuczynski, no?) no consiste solo en dirigir ministros y ministerios, cuidar la hacienda pública y rodearse de todos los poderes que le da la Constitución. Supone, además, entenderse, entre recelos y asperezas, con el Congreso, con el Poder Judicial, con el Ministerio Público, con el Tribunal Constitucional y hasta con las Fuerzas Armadas, por subordinadas suyas que sean. Alguien tiene que hacerles saber que son parte de un ordenamiento político democrático y que su cultura del secreto militar no puede esconder corruptelas ni menos amenazas contra la prensa libre que las denuncia. Ser presidente evoca prerrogativas de Estado que ningún poder puede ignorar. ¿Por qué entonces el miedo a dialogar, a discutir, a negociar, a persuadir, como si esto no formara parte esencial de la política?

Personalidades como Martín Vizcarra, Mercedes Aráoz, Carlos Bruce y el “voceado no confirmado” primer ministro Fernando Zavala no han nacido ayer en la política ni creo que vayan a morir mañana por cruzar cuatro palabras con Luz Salgado, Cecilia Chacón, Luis Galarreta y Lourdes Alcorta.

Recuérdese una vez más la entrada de Alan García en su segundo gobierno. Humala no llegó a saludarlo nunca. Era el rencoroso candidato perdedor de Hugo Chávez. ¿Y qué hizo con su victoria parlamentaria? La tiró por la borda. García sacó adelante su gobierno a contra corriente del humalismo legislativo, que acabó fragmentado y disuelto, como el de hoy.

Si algún ánimo de sublevación anida en la mente de Kuczynski, este tendría que orientarla contra el desgobierno que le deja Ollanta Humala, contra la honda crisis del principio de autoridad (con una primera dama que hasta el último momento se entromete en decisiones presidenciales y judiciales) y contra una burocracia gubernamental acostumbrada a que todo siga como está.

Sería un desastre, por ejemplo, con todos los problemas de gobernabilidad y administración del país, tener a ministros que no respondan a metas y objetivos muy claros y precisos en sus respectivos sectores, y que el contralor, el primer ministro y el presidente no puedan vigilarlos. Están a tiempo Kuczynski y Zavala para armar un Gabinete ejecutivo modelo, del cual esperemos resultados y no cabos sueltos.

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