(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)
Diana Seminario

Son pocos los personajes que pueden jactarse de ser queridos por la gente y tener respaldo popular, al menos en números y sobre el papel. Y es uno de ellos. Se ubica al tope de su aprobación presidencial, y cada palabra que pronuncia o acción que protagoniza es aplaudida no solo por personajes que antes también aclamaron a sus predecesores, sino también por un amplio sector de la prensa.

No pretendemos analizar aquí las razones de la popularidad del presidente de la República, pero sí podemos decir que sin una oposición estructurada y en permanente luna de miel con la mayoría de medios de comunicación, los números que lo acompañan –aprobación presidencial que le dicen–, es la consecuencia de esta situación.

Vizcarra ha hecho suyo el discurso de la lucha contra la corrupción, y eso está bien; sin embargo, las sanciones no parecen llegar a todos, y eso es más que evidente.

El Caso Chinchero que lo involucra y las diversas denuncias que pesan sobre él no parecen ser escollo alguno para seguir adelante en su tarea ‘anticorrupción’. Apoyar a los fiscales del Caso Lava Jato y nombrar a una junta de notables elegida a dedo por Vizcarra no parece inquietar a nadie. Que hayan empezado las lluvias en el norte sin reconstrucción a la vista tampoco es responsabilidad del presidente. Todo bien.

En este contexto, y teniendo en cuenta que tras el acuerdo con Odebrecht y el anuncio que cuando los empresarios brasileros digan todo lo que tengan que decir no quedará político con cabeza, no suena descabellado que estemos ad portas de una “interpretación auténtica de la Constitución”.

¿Y qué es eso? Interpretar la Constitución de tal modo que siendo la reelección presidencial inmediata prohibida por la Carta Magna, se concluya que Martín Vizcarra no fue elegido presidente en el 2016, sino vicepresidente. Sabemos que se elige una fórmula presidencial. Pero como están las cosas, todo es posible.

No faltarán entusiastas analistas y constitucionalistas que estarán muy de acuerdo con la figura de una “reelección que no es reelección”. Luego vendrá la sombra del radicalismo. Ante la posibilidad de que Antauro Humala, Verónika Mendoza o Goyo Santos lleguen al poder, es mejor un Martincito conocido.

Por último, la opción del referéndum para aprobar una reforma o interpretación constitucional siempre estará a la mano y contando con los “altos niveles de aprobación del mandatario”, esta no sería una tarea difícil de emprender.

Como dirían los entendidos, “se están dando las condiciones” para que el presidente Martín Vizcarra, en su legítimo derecho de ser elegido, pueda ser el “candidato de todos y todas los que y las que luchan contra la corrupción”. ¿Apostamos?

No quiero terminar esta columna sin desearles feliz Navidad. Que el Niño Jesús que nace esta noche nos regale un corazón más generoso y tolerante. Que podamos aspirar a un país más unido y con menos rencores. Que esta noche nos demos un abrazo con aquellos que piensan diferente. ¡Feliz Navidad!