Con el objetivo de conservar, incentivar la revegetación y restaurar los bosques de la Reserva de Biósfera Oxapampa Asháninka-Yanesha (Bioay), desde hace casi una década se inició el Proyecto Oxapampa.
Bajo el nombre formal de “Gestión participativa para la conservación, reforestación y manejo de áreas de interés hídrico en la reserva Bioay”, se han recuperado más de 2.500 hectáreas de bosques ribereños, se ha capacitado a más de 2.000 pobladores y, anualmente, más de tres millones de m3 se han reabastecido a la naturaleza. Se calcula que el proyecto ha impactado positivamente en la vida de 42 mil personas.
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“Los ejes principales de esta propuesta inicial eran, primero, buscar el reconocimiento a la delimitación de las zonas de interés hídrico y las zonas de interés hidroecológico, tanto en las subcuencas del río Chorobamba y la subcuenca del río Pichis. Luego, promover los acuerdos recíprocos por el agua (ARA) y los acuerdos de conservación para asegurar estas zonas. Finalmente, iniciar una campaña de comunicación y de sensibilización, para lograr que las autoridades y la población en general puedan involucrarse en esta iniciativa”, comenta a El Comercio Edgardo Castro, coordinador del proyecto.
Un trabajo arduo
Uno de los principales retos de este proyecto fue la parte de educación hacia la población. ¿De qué manera convocarlos al programa para que cuiden las cuencas de los ríos y los bosques, si no tenían claro de dónde proviene el agua que consumen?
Nuevos árboles. Se han sembrado más de 86.380 árboles, entre nativos (uculmano, diablo fuerte, nogal) y exóticos (ciprés, pino, roble).
La alianza. Este proyecto es una alianza entre la Fundación Avina, el Instituto del Bien Común y Coca-Cola Perú.
“Por entrevistas y encuestas, descubrimos que la población pensaba que el agua para su consumo provenía de la parte alta de los nevados, que están a cientos de kilómetros, cuando en realidad viene de unos pocos kilómetros. Pero no solo eso: tampoco asociaban la importancia de la preservación de los bosques ribereños con la alimentación de los peces. Entonces, al principio sí fue un trabajo fuerte para que las comunidades entendieran la importancia del proyecto”, recuerda Castro.
Con el tiempo, la población fue viendo los resultados y eso sirvió para que ellos mismos promuevan la protección del entorno natural.
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Áreas sensibles
La ceja de selva y los bosques montanos, áreas asociadas con las fuentes de agua, son de los ecosistemas más amenazados del país, según refiere Renzo Piana, director ejecutivo del Instituto del Bien Común (IBC).
“Cuando estos bosques se deforestan para la ganadería o la agricultura de roza y quema, pierden su capacidad de retención del agua. Por eso uno de los trabajos más fuertes en la gran cuenca del río Pachitea es proteger las partes altas para garantizar la producción de agua, que beneficia a los pobladores de la zona”, recalca el vocero.
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