El orgullo audiovisual de Francia, la nación en la que los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo, está herido. El afianzamiento de Netflix, el monstruo estadounidense, está devorando y alterando acaso para siempre las reglas de juego de la industria del cine con su hipnosis por streaming que ya cuenta con cerca de 100 millones de suscriptores en el mundo. El escenario del conflicto no es un episodio de la inquietante serie "Black Mirror", sino la edición 70 del Festival de Cannes que se clausurará este 28 de mayo.
Fricciones en curso
Primer acto: Cannes incluye en la competencia oficial de este año dos películas en las que Netflix tiene participación: “Okja”, del director surcoreano Bong Joon-ho, y “The Meyerowitz Stories”, del estadounidense Noah Baumbach. Segundo acto: Netflix confirma que "Okja" estará disponible por streaming desde el 28 de junio. Tercer acto: Cannes pone el grito en el cielo, busca proteger a la pantalla grande y afirma que, desde el 2018, cualquier obra que pretenda competir en el evento debe estrenarse primero en los cines (según la legislación francesa, tienen que pasar 36 meses para que una película salte del cine al Wi Fi). También sonaron los clásicos abucheos en Cannes cuando el logo de Netflix apareció en la pantalla. Epílogo: un escenario en construcción y un debate que tendrá para rato.
Puntos de vista
Un grupo de cineastas de peso (Michael Haneke, Wim Wenders, los hermanos Dardenne, entre otros) lanzó ayer un comunicado en el que se afirma: "El desafío es formidable: unirnos (actores políticos, creadores y ciudadanos) para rediseñar y reconstruir una política cultural exigente y ambiciosa, adaptada al entorno digital, a su economía y a sus aplicaciones, que ponga en valor las obras y sitúe a los creadores en el epicentro de su acción". El mensaje es conciliador con Netfllix, que además de poder económico tiene prestigio y apoya el cine de autor (la compañía producirá la nueva película del maestro Martin Scorsese y otras perlas). A nadie le sobra la plata. Pero algunos insisten en su ley: Hong Sang-soo, el extraordinario director surcoreano que presenta en Cannes el filme "La cámara de Claire" (protagonizado por Isabelle Huppert), prefiere seguir con la "libertad total" de su método de trabajo y no ser condicionado por las imposiciones de Netflix.
Hace unos días, Pedro Almodóvar, el presidente del jurado de la competencia oficial de esta edición de Cannes, señaló: "Mientras siga vivo defenderé algo que muchos jóvenes ahora no conocen y que es la capacidad de hipnosis que tiene una gran pantalla frente al espectador". Netflix le respondió: "Mejor ver cine en una pantalla pequeña que no verlo en absoluto". Will Smith, miembro del jurado, metió más leña al fuego y dijo: "En mi casa Netflix no afecta al hecho de que mis hijos vayan al cine". Y Tilda Swinton, quien actúa en "Okja", no le importó el conflicto de intereses y opinó: "Seamos sinceros, hay miles de maravillosas películas de Cannes que la gente nunca tiene la oportunidad de ver en cines".
Evolución disruptiva
Empatizar con necesidades básicas o revelar al usuario necesidades irracionales e impostergables que desconocía: he ahí la magia del arrastre de los inventos disruptivos digitales. Napster alteró por completo el orden de las cosas en la industria musical, Waze y Uber solo crecen en el rubro del tráfico y el iPhone mandó a la tumba a Blackberry, Nokia y Kodak. Ahora Netflix colisionó con Cannes y los franceses.
Pero conviene repasar la historia. Ahí está el viejo chiste del himno synth pop "Video Killed a Radio Star". Es un vaticinio que no se cumplió. El videoclip no asesinó a la radio, la televisión no liquidó al cine e Internet no derrumbó a la TV. En esta era fragmentada, la sala oscura del cine quizá sea uno de los últimos reductos que propicia la sensación de unidad en el espacio-tiempo. Por eso vale la pena. Lo seguro es que vendrá más de un debate para intentar armonizar las políticas públicas de protección a los cines con el modelo de negocio de Netflix.