Lizzy Cantú: "De vez en cuando hace falta quedarse callado"
Lizzy Cantú: "De vez en cuando hace falta quedarse callado"
Lizzy Cantú

A menudo, cuando pensamos en la polución, se nos viene a la mente una nube de smog que escapa de una combi, una tortuga enredada en el empaque plástico de un sixpack de cerveza, la chimenea de una sucia fábrica. Pero la falta de silencio hace un daño que no solo enferma nuestros ojos y pulmones sino que nos atraviesa el cerebro y el espíritu.

Le dicen “contaminación sonora” pero no es otra cosa que ruido. Y, a diferencia de la suciedad que proviene de las grandes empresas o de las ambiciones inmorales, sus fuentes a menudo son tan inocentes como el bebe del vecino cuando tiene cólicos a las 3 de la mañana o el taladro en la acera frente a nuestra oficina el mismo día que nos ataca la migraña. Nuestra naturaleza humana es ruidosa: acudimos por placer a conciertos y organizamos protestas cuando nos invade la indignación. Construimos moles de concreto para contemplar partidos de fútbol a los que llevamos matracas y vuvuzelas. Júbilo y descontento se expresan mejor con muy elevados decibeles.

Cuando nos invade el silencio, suele ser el presagio de una mala noticia: si tus hijos están muy calladitos, seguro planean una travesura; si ese chico no responde al teléfono es porque no le interesas; cuando tu suegra está ofendida te aplica la ley del hielo; si el profesor lanza una pregunta al grupo y solo se topa con un muro de silencio es síntoma de que nadie ha leído el material.

Arline L. Bronzaft es una ‘psicóloga ambiental’ que en 1975 publicó un estudio que demostraba que en una escuela del Bronx los niños, cuyos salones daban hacia las vías del metro, tenían peor rendimiento que aquellos que estudiaban en un lado menos bullicioso del edificio. Los profesores interrumpían a menudo las clases cuando pasaba el tren y los chicos batallaban para concentrarse. Propuso aislar las aulas de aquel sonido y disminuir el bullicio en la estación del metro y un año más tarde el rendimiento escolar había mejorado. Desde entonces se dedica a promover la calma para los oídos en una de las ciudades más bulliciosas del mundo. Es que de vez en cuando hace falta quedarse callado. El silencio es una invitación a la reflexión, a la inteligencia, a la paz. Abrámosle los oídos más a menudo. 

 

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