Cuando era niña compraba mi ropa en Gabaldoni, una marca que se vendía en el Centro Comercial San Miguel (o quizá no y quedaba en la avenida La Marina o quizá fue hace tanto tiempo que no lo recuerdo con exactitud). Me gustaba esa tienda y hasta ahora recuerdo que cuando comprabas algo te regalaban colettes del mismo print de la ropa que habías elegido.
Era uno de los pocos lugares donde encontraba algo que ponerme y que me quedara cómodo y bien. Yo era una complicada absoluta al momento de buscar ropa. Cuántas vueltas habrá dado mi madre conmigo en San Miguel que terminábamos frustradas en el carrusel del patio central. Cuánta nostalgia siento ahora al recordarlo.
Este fin de semana fui a ver “¡Asu mare 2!”, película que para la mayoría de mis amigos intelectuales no vale ni la cancha ni la pena. Yo me reí sin parar, ya que mis expectativas sobre su profundidad o nivel filosófico eran escasas. Me reí y conmoví sobre todo por la cantidad de referencias que encontré y con las que me identifiqué, inclusive creo que en un momento de entusiasmo desmedido vi en la pantalla a un extra con un polo idéntico a uno que yo misma tenía y usaba cuando era una adolescente y sin vergüenza le grité a mi marido: «yo tenía uno idéntico, Javier, te lo juro».
Lo mismo me pasó con distintas escenas en las que me identifiqué. Recordar la moda de los cuartos llenos de pósters de tus artistas favoritos y no, en mi caso no fue Menudo, pero hasta bandera de mi banda favorita había.
Ver las chaquiras (que todavía algunos nostálgicos optan por llevar), que además por ahí encontré atesoradas en viejos cajones.
El morirme, (así decíamos), por Christian Meier pero más aun por Julian Legaspi tan rebelde, rebelde que mis papás me prohibieron ver Calígula.
Identificar cada uno de los looks que usó Anahí de Cárdenas, la amiga pituca de Emilia y lo mismo con el vestuario que ella llevó. Nadie que haya nacido en los 80 se pudo escapar del vestido con las hombreras (ese que vemos en la crucial escena donde ella se despoja de cualquier complejo y se abandona al cliché dramático de la rica que se enamora del pobre y le declara su amor en la Rosa Náutica).
Y ¡oh por favor!, no olvidemos los buzos térmicos que tanto se pusieron de moda y desfilaron por todos los rincones de la ciudad (es genial aquel con motivos americanos que Cachín usa para visitar la embajada a pedir su visa).
Mil referencias, mil y cuántas sonrisas provoca eso de volver al pasado y recordar cómo fueron esas épocas, quizá más sencillas, menos pretenciosas. Sin red social alguna para compartir tu felicidad.
¡Asu, madre, cuánto tiempo ha pasado!