Tres ex ministras de la Mujer se abrazaron y posaron sonrientes para las cámaras en una actividad por el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Dos de ellas –ahora investigadas por la Fiscalía– se habían dicho de todo a causa de la compra de unos pañales que después desaparecieron. Pero hace unos días dejaron de lado sus diferencias y se mostraron juntas para dar un mensaje: “¡Basta!”. Cómo no aplaudirlas.
Sin embargo, hubiera preferido verlas dando a conocer resultados alentadores, cifras que demuestren que los problemas para las mujeres maltratadas están mejorando en nuestro país. Y saber que mientras ellas estuvieron en el cargo, el Ministerio alcanzó la importancia que merece.
A veces siento que esta cartera no deja de ser un tanto decorativa al interior del Gabinete y que solo se mantiene y se le da presupuesto porque eso es lo políticamente correcto. O, lo que es peor, que se usa para hacer propaganda al gobierno de turno con regalitos al interior del país.
Las cifras revelan que falta mucho por hacer. Hasta el momento 41,279 peruanas se atrevieron a denunciar a su agresor, todas juntas llenarían el Estadio Nacional al 90% de su capacidad. Me pregunto cuántas más seguirán calladas. Seguro algunas creerán que es mejor así, aguantando porque temen convertirse en una de las siete asesinadas al mes o de estar entre los 16 intentos de feminicidios. Los números dicen que cada mes, durante el 2015, unos 23 salvajes quisieron acabar con la vida de su ex o actual pareja y siete consiguieron su objetivo. Hoy, para proteger a esas mujeres, necesitamos más que gestos políticos.
A menudo he aconsejado a las mujeres maltratadas a no ir a las comisarías a hacer su denuncia porque lo más seguro es que no reciban ayuda y solo conseguirán regresar a su casa aun más deprimidas y resignadas a seguir recibiendo golpe después de escuchar un: «¡Qué habrás hecho, arréglate con tu marido!».
Es por eso que la habilitación de la línea 100 me parece un paso importante en el empoderamiento de la mujer. Marcando asterisco y el número 100 (*100) desde cualquier teléfono, puedes obtener desde orientación hasta atención inmediata ante un abusador que te golpea. Pero, ¿a dónde va luego esa mujer que pidió ayuda? ¿Qué pasa si él está libre? ¿Y si tienen hijos? ¿Debe quedarse a esperar a que cumpla con sus amenazas?
Ese cuento del pedido de garantías en la Prefectura no funciona, porque no existe un protocolo de acción ante una solicitud de protección. Cansa ver a los deudos de una mujer asesinada por su pareja mostrar durante el velorio los certificados de garantía para su vida que quedan en eso, en puro papel.
Ahora todos los candidatos a la presidencia dicen que llevarán –sí o sí– a una mujer en su plancha electoral. Cada vez que los escucho, me pregunto: ¿Y qué más harán? Porque si solo quieren a una mujer sentada a su lado para la foto y llenarse la boca diciendo que son inclusivos, estamos en nada. Se sabe que constitucionalmente los vicepresidentes solo se encargan de reemplazar al presidente cuando viaja, así que, a menos que el presidente tenga una incapacidad declarada por el Congreso, su papel sigue siendo protocolar. Si los hombres que quieren gobernar este país están realmente interesados en hacer respetar a las mujeres, otro debería ser su discurso. El lanzamiento de su plancha de género podría ir acompañado de propuestas concretas sobre cómo ayudar a las mujeres maltratadas: ofrecer albergues, asistencia psicológica, es decir un acompañamiento hasta rescatar su autoestima.
Y por supuesto, con objetivos a cumplir en los próximos cinco años. Pero hasta ahora no hemos escuchado nada de eso.
En medio del calor de la campaña, la ex esposa de un candidato que está subiendo en las encuestas ha reiterado que cuando vivían juntos él la golpeaba salvajemente. Sus adversarios han salido a deplorar estos actos, como corresponde en época electoral. Pero lo que más me indigna no es tener a un candidato acusado de pegalón sino la respuesta machista que he escuchado ante esta denuncia: que la noticia no va a mellar al candidato porque en el Perú pegarle a una mujer es algo común.