Verónica Linares: "Prioridades y prioridades"
Verónica Linares: "Prioridades y prioridades"
Verónica Linares

Empezó a trabajar de reportera practicante. Entraba a las ocho de la mañana y regresaba de madrugada a su casa. Quería aprenderlo todo. Cada fin de mes bajaba corriendo al sótano del canal –donde estaba el área de contabilidad– a recoger su cheque con el sueldo mínimo. Era absolutamente feliz al darse cuenta de que su intuición no le había fallado. Su vocación era ser periodista. Pronto la ascendieron. 
Su relación amorosa, en cambio, iba en picada. Su pareja no solo la celaba cada vez que salía a almorzar con sus nuevos amigos del trabajo, también parecía molestarle verla tan entusiasmada con sus nuevas responsabilidades laborales. Además, era claro que le incomodaba que ella empezara a ganar más dinero que él. Creo que todo eso lo asustó. 

Me contaba que cuando estaban juntos eran cada vez más frecuentes esos silencios incómodos de una relación que se agota. Ella quería contarle las cosas nuevas que estaba aprendiendo en el trabajo, pero él fruncía el ceño. Pronto empezó a evitar quedarse a solas con él.

A pesar de todas estas señales de que la relación no daba para más, la tomó por sorpresa que él la dejara, sobre todo que se marchara con esa típica frase de “no eres tú, soy yo el del problema”. Lloró a mares. 

Tal vez lo que más le dolió fue no haber tomado la iniciativa de terminar algo insostenible. A veces nos negamos a ver lo que es tan obvio por temor a los cambios, a la soledad o al qué dirán. 

Un par de semanas más tarde volvió a ser la de antes: eléctrica, hiperactiva y risueña. Su trabajo la hacía tan feliz, que el corazón partido comenzó a remendarse. 

Un año después se fijó en otro chico y volvió a ilusionarse. Pero, como suele suceder, cuando crees que la vida se ha acomodado, aparece algo para desequilibrarla: en el trabajo las cosas comenzaron a cambiar. Entraron nuevos jefes que no la creyeron indispensable y en un reajuste de personal la despidieron. Eso sí la deprimió.

Ni la ilusión del nuevo amor pudo quitarle la angustia de no conseguir un trabajo. Pasaron meses y no lograba ubicarse. Le preocupaba pensar que tal vez debía cambiar de rubro. Las cuentas no saben esperar y vencen siempre a fin de mes. Eran momentos complicados –como siempre– así que no le fue fácil volver colocarse.  

Todo el tiempo que estuvo desempleada se sintió absolutamente inútil. Ninguna separación amorosa la había dejado tan desconsolada como quedarse sin trabajo. No sabía si poner despertador para levantarse temprano a pesar de no tener nada que hacer. Dudaba de bañarse, porque sabía que ese día no saldría en todo el día, nadie la convocaba para una entrevista de trabajo. Veía la cara de preocupación de su mamá y a veces prefería no moverse de su habitación. Cuando salía con su enamorado, la incertidumbre pasaba, pero era solo unas horas. Él trabajaba, no podía acompañarla siempre, así que los tiempos muertos tirada en la cama mirando el techo eran interminables. Además, si tenía una reunión y tomaba unos tragos, la resaca del día siguiente era horrorosa. La culpa deja peores consecuencias en el cuerpo que tomarse solita una botella de ron.   

Tener pareja puede ser un gran soporte emocional, sobre todo durante una crisis. ¿A quién no le gusta que le digan ‘te extraño’? O saber que una llamada de teléfono te puede cambiar el día. Escuchar que estás linda, mirarlo a los ojos y saber que esas palabras salieron del corazón. Sentirte deseada, ¿cómo no querer algo así? Pero este bienestar es pasajero. Hay prioridades. Lamento decirles, jóvenes enamoradizas, que estar sin pareja no es el fin del mundo.

Las relaciones de pareja debe ser un complemento en la vida y no lo más importante de ella. No deberíamos definir nuestra valía ni identidad en función de otra persona. Es un consejo de alguien que también ha pasado por algunos desamores y desempleos.

 

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