Tras los pasos de Cantinflas en el Perú
Se cumplen 50 años de la visita de Mario Moreno Reyes “Cantinflas” a la Plaza de Toros de Acho, cuando nos deleitó con sus habilidades como torero bufo. El comediante mexicano fue un asiduo visitante de nuestro país, vino hasta en cuatro oportunidades. Huellas Digitales rememora aquellos momentos.
Cada una de sus visitas era una algarabía total, repletaba cada lugar que pisaba: el aeropuerto, el hotel, las calles y los medios donde se presentaba. El muchacho del barrio de Santa María se supo ganar el cariño de la gente con su ininteligible lenguaje, su forma de vestir y esa picardía que lo caracterizó ¿No que no, chato?
La primera vez que lo tuvimos cerca fue el verano de 1951. El 8 de febrero llegó al viejo aeropuerto de Limatambo sin programa especial a la vista. Las crónicas de aquel año cuentan que el avión privado del comediante “el 777” hizo su parada por estas tierras porque tuvo un desperfecto en el motor. Su paso fue veloz ya que debía asistir al Festival de Artistas en Uruguay, pero eso no fue impedimento para que se divierta en los “boites” o lugares nocturnos de Lima. Como anécdota queda el titular de El Comercio: “Cantinflas durmió hasta las 11 de la mañana”.
En El Comercio
Diez años después regresó, el 13 de enero de 1961. Ya no era el joven que se iba de jarana por Lima. En esta visita recorrió las instalaciones de El Comercio, de la mano del periodista Arturo “Apanado” Morales. Antes de llegar al decano de la prensa pasaron por la Plaza de Armas, donde presenció el cambio de guardia y se quedó admirado con la arquitectura del damero de Pizarro.
Al momento de su llegada los “talleristas” preparaban la edición de El Comercio Gráfico, que salía al mediodía. Casi todos recuerdan su chispa y la amabilidad que tuvo con los trabajadores del diario, incluso se tomó una instantánea en el hall con un periódico en mano para registrar el momento.
Vamos para Acho
La estadía más memorable llegaría el 13 de mayo de 1964. Ese día el público peruano lo esperaba ansioso en el aeropuerto de Limatambo, al cual llegó piloteando su avión el 777, para luego acompañarlo a la Plaza de Toros de Acho.
“Miles de hombres, mujeres y niños desbordaron las instalaciones de Acho… y miles fueron las gargantas y las manos que vitorearon y aplaudieron al multifacético y gran cómico Mario Moreno Cantinflas” decía Luisiyo, comentarista de El Comercio, testigo del éxito del bufo mexicano. La faena se realizó el 17 de mayo, aquel día Mario Moreno hizo delirar al público peruano que gozó con cada baile que hacía con el becerro. Abrió su presentación con un tango, le siguió “La flor de la canela” y terminó bailando una marinera.
En los 25 minutos que duró la fiesta brava, Cantinflas demostró que en el toreo cómico, nadie lo superaría. Con un abrazo simbólico finalizó la faena, y en agradecimiento al respetable dijo estar muy contento con el ambiente tan cariñoso. “Me voy con el recuerdo de este pueblo tan lleno de valores en todo campo y espero volver muy pronto”, exclamó el cómico mexicano.
Fueron días intensos, pues no solo bailó y toreó sino también colaboró con quienes más lo necesitaban. Al enterarse por una enfermera del Centro Médico Naval que el niño sobreviviente de un accidente aéreo, Jorge Alberto Enríquez, quería conocerlo, no se hizo de rogar y llegó hasta el nosocomio para estrecharle la mano y saber de su salud.
También fue uno de los primeros en colaborar con la colecta ‘La marcha de los reales’ que, por ese entonces, se promovía para ayudar a la Cruz Blanca, la cual realizaba obras sociales con niños de las nuevas barriadas. Ese año dicha institución llevó a 10 mil niños de escasos recursos a tomar el sol en las playas de Ancón.
“Un día con el diablo”
La visita de aquella vez quedó registrada en la crónica del periodista de El Comercio Walter Paravicino, quien lo siguió todo un día. Comenzó con un desayuno en el hotel Bolívar, luego vino una presentación, un cóctel, un almuerzo y ensayos, tanto fue el trajín que Cantinflas terminó agotado. “Aquí a uno no le dejan tiempo para nada, ni siquiera se le puede entrar al cebichito que está más sabroso que las mismas enchiladas, mano”. Al finalizar la jornada, el reportero confesó que fue “bravo” seguirle el ritmo.
¡Mexicano hasta las cachas!
En junio de 1966 llegó con su pequeño Mario Arturo, su hijo adoptivo. No vino para asistir a programas de televisión, ni coliseos, ni teatros; quería conocer algo más. En las postales vemos al pequeño de cinco años no despegarse de su padre, se reía y respondía a los periodistas, hasta cuando uno de ellos preguntó a Cantinflas: “¿Su hijo es gringo?”, a lo que rápidamente refutó: “¡No, es mexicano hasta las cachas!”. La estadía duró poco, al día siguiente, luego de ir a la boda de la hija de uno de sus mejores amigos, regresó a su tierra natal.
El director general de El Comercio, Francisco Miro Quesada Cantuarias, recuerda esta última visita pues lo vio en el matrimonio, al cual también fue invitado por el entonces presidente Fernando Belaúnde. Después de aquella vez Cantinflas se hizo extrañar, pues su público peruano siempre lo esperó; sin embargo, una noticia fatal llegó el 23 de abril de 1993, el genio mexicano había muerto. Desde entonces su imagen vive en nuestras memorias.
María Fernández
(Archivo Histórico El Comercio)
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