Gustav Klimt, el modernista de Viena

Hace 100 años las artes perdieron a uno de sus íconos fundamentales, el austríaco Gustav Klimt, genio irreverente de la pintura.

Foto Archivo
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Miguel García M.

En el cine quizás el beso más memorable es el que comparten Deborah Kerr y Burt Lancaster en “De aquí a la eternidad”. En la religión ninguno tan polémico como el de Judas a Jesús. Y en el arte, el que magistralmente plasmó Klimt en un lienzo, en 1908.

Este virtuoso de los pinceles nació el 14 de julio de 1862, en Viena. Perfeccionó sus dotes naturales en la Escuela de Artes y Oficios. No escatimó esfuerzos en trabajar para pagar sus clases, empeño que luego lo llevaría a constituir una sociedad con su hermano y un amigo. Así surgió la compañía Klimt-Matsch, con la que obtuvieron ingentes ganancias.

Quiso desde joven dejar huella. Formó parte de la Asociación de artistas vieneses, pero la abandonó en su afán de apostar por algo innovador. Ese ímpetu devino en la fundación de “Secesión”, organización de arquitectos y artistas cobijados bajo el pensamiento modernista.

El 25 de mayo de 1897, diecinueve jóvenes entusiastas y progresistas se convirtieron en los “secesionistas” y fijaron claramente su ideal: “Establecer una relación más viva entre la vida artística de Viena y el pujante desarrollo del arte en el extranjero, y dotar las exposiciones artísticas de una base puramente creativa, ajena a cualquiera consideración mercantil”. Klimt se desempeñó como presidente de este conglomerado, que llegó a editar en 1898 su propia publicación: “Sacrum”.

Klimt, quien realizó exposiciones en París, Roma y Venecia, es autor de los murales que adornan las escaleras del Burgtheater y el Museo de Historia del Arte en Viena. A partir 1898 se puede advertir un cambio en sus obras pictóricas. Hay mucha más imaginación y, sobre todo, simbolismo. El desnudo femenino fue uno de sus sellos, lo que le generó no pocas críticas. Pero es en las pinturas realizadas para la Universidad de Viena en donde se acentúa la transformación de su estilo.

Allí le encargaron la ejecución de tres paneles: la Filosofía, la Medicina y la Jurisprudencia. Para la de Filosofía debía ilustrar el “triunfo de la luz sobre la oscuridad”, le indicaron las autoridades. Sin embargo, Klimt plasmó una extraña maraña oscura de cuerpos desnudos sin aparente sentido. Los catedráticos de Filosofía se mostraron indignados.

Un total de 80 profesores presentó una petición para que nunca se expusiese la mencionada obra en la universidad. Klimt, en respuesta, devolvió sus honorarios y se negó a entregar el resto de los encargos. Lamentablemente, fueron consumidos por las llamas en 1945, durante la irracional quema por parte del nazismo del castillo de Immendorf, donde estuvieron almacenados mientras duró la Segunda Guerra Mundial.

Sobre su estilo personal, ciertos biógrafos sostienen que en su viaje a Ravenna el austríaco quedó embelesado por los mosaicos dorados bizantinos, lo que trasladó a su obra. Otros teóricos afirman que es su recuerdo de la labor de su padre como orfebre lo que inspiró su particular uso del color oro en su forma de pintar.

Algunos de sus motivos parecen inspirados en mariposas o pavos reales, algo muy notorio en su hermosa composición pictórica “El beso”. Además, entre su abundante producción es obligatorio mencionar creaciones como “Judith I” y “Esperanza I”, imbuidas todas ellas de una expresa sensualidad.

En “El beso”, por ejemplo, se revela un amor envolvente y apasionado, donde el hombre subyuga a la mujer. La rodea, la cubre, la posee tiernamente. Situada en el extremo del romanticismo, a un paso del erotismo, en “El beso” Klimt decora la escena con ese cromatismo dorado que lo identifica. Los modelos habrían sido el propio Klimt y su amiga Emile Floge, a quien amó, pero con quien nunca se casó.

En “Judith I”, otra de sus obras maestras, la fémina muestra su desnudez parcialmente. Entrega parte de sí, y otra parte la cubre, la protege. Sin embargo, su gesto es fuertemente sensual, con toques de erotismo, especialmente en la mirada y los labios. Toda ella esta acicalada con los atuendos abrumados de color oro, sumados a tonos lilas y turquesas, que Klimt suele ofrecer generosamente.

Su salud fue mermada por la famosa “gripe española”. Finalmente, un severo ataque de apoplejía lo sorprendió el 11 de enero de 1918. Antes de cumplirse el mes de este crítico episodio, el pintor vienés fallece el 6 de febrero en la capital austríaca, a los 56 años de edad. Para muchos, Klimt es considerado uno de los gigantes en las artes plásticas del siglo XIX, así lo manifestaron las numerosas necrologías que publicaron los diarios vieneses al día siguiente de su muerte.

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