El narrador peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) es, indudablemente, uno de los escritores más queridos y leídos de la literatura peruana e hispanoamericana. Nacido en Lima, su figura enjuta y su hábito de fumar incesante se volvieron casi tan emblemáticos como sus libros. En La palabra del mudo, su recopilación de cuentos más célebre, Ribeyro reunió historias que se adentran en los recovecos de la condición humana con una maestría única. Su partida el 4 de diciembre de 1994, hace 30 años, nos arrebató el placer de su presencia física, pero la lectura de sus cuentos y novelas nos lo devuelve siempre con su mirada nostálgica, su ironía delicada y su crítica insobornable.
Julio Ramón Ribeyro nació en el seno de una familia de clase media limeña, el 31 de agosto de 1929. Luego de la muerte de su padre, su hogar sufrió dificultades económicas, lo que marcó su juventud.
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Estudió Derecho, pero pronto se dio cuenta de que el mundo de las leyes y normas lo alejaba de su verdadera pasión: la expresión literaria. De esta forma, se trasladó a la Facultad de Letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde comenzó a forjar su camino literario.
En busca de libertad para escribir, Ribeyro encontró en las becas una vía para lograrlo. Primero viajó a Madrid, España, para estudiar periodismo, y desde allí se trasladó a París, Francia, donde preparó una tesis sobre literatura francesa en la prestigiosa Universidad de La Sorbona.
Bajo la luz de la capital francesa, el autor se sumergió en su proceso creativo, y fue allí que surgieron los ocho cuentos de Los gallinazos sin plumas, libro emblemático de su literatura, y que hizo famoso el cuento con el mismo título del volumen, publicado en 1955 en París.
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RIBEYRO REGRESÓ AL PERÚ, PERO LUEGO RETORNÓ A FRANCIA
En 1958, Ribeyro regresó al Perú para aventurarse a enseñar y asumir un cargo administrativo en la Universidad Nacional de Huamanga, en Ayacucho, al sur del país. Durante ese periodo, publicó el libro Cuentos de circunstancias.
Sin embargo, su estancia en Ayacucho fue breve, y dos años después, en 1960 regresó a Francia, donde comenzó a ganarse la vida como traductor y redactor para la agencia France Presse. En esas circunstancias, conoció a un joven escritor: Mario Vargas Llosa, con quien compartió su rutina laboral.
En los años 60, Julio Ramón Ribeyro publicó varios de sus libros más importantes, como la novela Crónica de San Gabriel (1960) y Los geniecillos dominicales (1965). También presentó colecciones de cuentos fundamentales, como Las botellas y los hombres (1964) y Tres historias sublevantes (1964), títulos que reflejan su maestría en la narrativa breve.
Mientras Vargas Llosa asumió el riesgo de vivir exclusivamente de la literatura, Ribeyro continuó trabajando en la agencia de noticias hasta 1972, cuando fue nombrado agregado cultural del Gobierno peruano en Francia y delegado adjunto en la Unesco.
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Pero, pese a su labor diplomática, que le ocupaba gran parte de su tiempo, nunca dejó de escribir. Durante esa etapa, Ribeyro enfrentó un diagnóstico de cáncer, una enfermedad que casi le costó la vida en el hospital parisino Saint Louis.
Sin embargo, superó la enfermedad de forma casi milagrosa, y con renovado ímpetu publicó nuevos libros: El próximo mes me nivelo (1972) y Silvio en El Rosedal (1977), así como la novela Cambio de guardia (1976), la cual había escrito años antes, en la década de 1960.
En los años 70, Ribeyro también destacó por sus ensayos, como La caza sutil (1975), y en teatro con piezas inolvidables como Santiago, el Pajarero (1975) y Atusparia (1981). Durante los años 80, su carrera diplomática alcanzó su punto máximo, cuando fue nombrado embajador del Perú ante la Unesco (1986-1990).
En paralelo, continuó su producción literaria con Sólo para fumadores (1987), Dichos de Luder (1989) y Relatos santacrucinos (1992).
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RIBEYRO EN EL CORAZÓN DE LOS PERUANOS
La narrativa ribeyriana se fue convirtiendo en un mecanismo preciso, en un viaje literario que nos sumergía en un mundo de lúcido desconcierto y silencioso desgarro existencial. A través de su estilo de escritura profundamente introspectivo y sombrío, Ribeyro nos invitaba a explorar los laberintos de la conciencia humana.
Narrador clásico, sólido y profundamente sensible, marcó un camino literario propio, alejado de los grandes focos del boom latinoamericano de los años sesenteros; es decir, lejos de las grandes ediciones, los reportajes espectaculares y los premios juveniles que consagraron a otros autores.
Ribeyro siguió su idea de una literatura marcada por la autenticidad y la profundidad de la mirada literaria. Así, sus libros resonaron por su capacidad de tocar las fibras más profundas de sus seguidores.
¿Por qué los lectores no lo olvidan? Quizás sencillamente porque Ribeyro supo retratar al hombre común, en sus circunstancias más reales; recreó sus encrucijadas, revivió sus conflictos, volvió nuestro sus pesares y alegrías, y porque él mismo, de alguna forma, quedó retratado en sus personajes.
Otra respuesta podría ser que él supo captar lo nuestro y volverlo suyo: pobres o ricos, morales o inmorales, héroes o traidores, todo eso que somos se quedó grabado en su mundo representado.
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Julio Ramón Ribeyro era visto como un “narrador realista”. Sin embargo, tuvo la habilidad creativa para incursionar en una ficción en otra clave, menos realista, y más cercana a lo fantástico, a lo extraño, a lo inesperado.
EL RIBEYRO DE LA ÚLTIMA ÉPOCA. EL PERÚ LO QUERÍA
Ribeyro es el cuentista de la brevedad, exquisito y contundente a la vez. Fue sobrio, no mediático, pero justamente eso provocó que se le catalogara como un autor esquivo, incluso soberbio. Pero no lo era. Las personas cercanas a él pueden dar fe de su afabilidad, de su sencillez y bonhomía.
Ya radicado en Francia desde los lejanos años 60, el escritor peruano iba y venía de Europa con las señas de un desarraigo en la mirada. Pese a esa sensación, Ribeyro solía ser recibido en el Perú con cariño. Era entrañable en el Perú.
En los primeros años de la década de 1990, el escritor pensó en quedarse a vivir en Lima, en su casa de Barranco. La Costa Verde del Pacífico era un espacio que lo regocijaba, como había comentado a sus amigos más íntimos, que le otorgaba la paz que buscaba.
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RIBEYRO: LA MUERTE EN LIMA
Julio Ramón Ribeyro estaba cansado y de nuevo enfermo. No dejaba el cigarrillo y tampoco quería dejar el Perú, alejarse de su país, por eso retornó para quedarse en forma definitiva en 1993.
Ese mismo año le dieron otro premio de cultura, igual que hacía diez años, en 1983. Sin embargo, el premio mayor para él llegó el 3 de agosto de 1994: desde México le comunicaron que había ganado el Premio de Literatura Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo, que le otorgó 100 mil dólares, uno de los más altos del continente.
Este premio era un reconocimiento continental, pero Ribeyro no pudo recogerlo porque el hombre de figura quijotesca murió el 4 de diciembre de 1994. Doce días antes de la entrega oficial del premio mexicano.
Su legado literario sigue vivo en el corazón de sus lectores.
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