Los penales de Brasil y Chile desde un asiento del Mineirao
Me arrepiento de no haberle preguntado su nombre al torcedor brasileño que me contagió su desesperación y su euforia en la guerra entre Brasil y Chile del sábado. Me arrepiento porque podría empezar este texto diciendo que Adriano, Rafael o Daniel sufrió más que Thiago Silva o Neymar ayer. Sus lágrimas sí las vi en primer plano, no como las de los jugadores brasileños, las cuales solo pude imaginar desde mi banca del estadio Mineirao por las contracciones de sus cuerpos y por la dificultad que tuvo Luiz Felipe Scolari para reincorporarlos desde el verde en el que estaban hundidos.
Adriano, Rafael o Daniel, sentado a mi izquierda durante el partido, cantó el himno como todos y como ninguno. Me traducía con cierta vergüenza las groserías que decían las barras brasileñas, pero no me explicaba qué significaban las que él decía cuando el árbitro cuando anuló el gol de Hulk por posición adelantada y cada vez que un jugador brasileño caía en el área.
Adriano, Rafael o Daniel, como buen brasileño, no está acostumbrado a sufrir como lo hizo el sábado. Por eso decidió no mirar la tanda de penales. Con todo el estadio de pie, él prefirió quedarse sentado en su sitio, con sus manos sosteniendo su rostro y la mirada en el suelo, solo adivinando lo que sucedía por los silencios cuando los brasileños Willian y Hulk fallaron sus tiros o el júbilo cuando los chilenos Mauricio Pinilla y Alexis Sánchez hicieron lo propio.
Solo se incorporó y se permitió mirar la cancha cuando Gonzalo Jara condenó a Chile a la tristeza y permitió que el estadio temblara de alegría. Adriano, Rafael o Daniel empezó a saltar como todos, abrazó a su novia, a su mejor amigo, se quitó la camiseta de David Luiz que había usado durante todo el partido y se permitió llorar como un niño, derramar las lágrimas que todo Brasil dejó salir ayer, abrumados por el contraste entre la tortura y la algarabía.
Preferí fijarme en las gradas que en lo que sucedía en la cancha cuando terminó el juego. El sufrimiento de los jugadores los vería en las repeticiones en la tele brasileña en la noche. El de Adriano, Rafael o Daniel, esa representación de la desesperación de un país malacostumbrado por el jogo bonito y el éxito, es lo que solo se ve cuando se tiene el privilegio de asistir a un partidazo como el de ayer. Y con eso es con lo que me quedo.