El niño invisible
Natalia Thurtle, responsable del equipo médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el Berm, en la frontera entre Jordania y Siria.
Omran y Aylan son los rostros de la guerra en Siria, pero hay muchos Omran, muchos Aylan. No me voy a extender en esta cuestión, pero el misterioso mecanismo que genera una atención mediática masiva sobre un niño en particular es impredecible. Como lo es el fugaz impacto de este enfoque.
¿Cambió algo tras el hallazgo del cuerpo de Aylan Kurdi en la playa? ¿O hace tres años cuando vimos las imágenes cientos de pequeños cuerpos envueltos muertos a causa de un ataque con gas sarín? ¿Cambió algo tras la imagen de Omran o después de la muerte de su hermano? ¿Esta insistencia para que la opinión pública vislumbre lo que pasa en Siria puede hacer que, finalmente, el mundo se comprometa con lo que sucede allí? Existe un precedente para llegar a un punto de inflexión, un momento donde la indignación provoca el cambio; desgraciadamente, el listón parece estar inaceptablemente alto en la caso de Siria.
Hace dos meses llegué a una ciudad desierta en el este de Jordania para hacerme cargo del equipo médico de MSF en la frontera siria donde se sitúa en el Berm. Más de 75.000 personas están atrapadas aquí desde que Jordania cerró sus fronteras el 21 de junio cuando una bomba mató a siete soldados jordanos. MSF no ha tenido acceso a la población desde entonces y esta no recibe atención médica alguna. Los desplazados sirios que han buscado refugio en esta franja desértica tienen menos de la mitad del agua que requieren y, desde el 21 de junio, han recibido un único suministro de alimentos desde una grúa. Quienes accedieron a esta ayuda han visto cómo sus reservas de alimentos se agotaron el 1 de septiembre y no hay planeada una nueva distribución. En ocasiones, la temperatura llega a alcanzar los 50 grados centígrados a la sombra y la zona es insegura dado que los ataques aéreos en zonas cercanas son habituales.
Más de 75.000 personas están, simple y llanamente, abandonadas en el desierto, sin posibilidad de volver, avanzar o incluso permanecer donde están. Están siendo eliminadas a traición de la realidad, mientras que el inmovilismo y la parálisis toman la apariencia de búsqueda de soluciones.
En estos momentos, soy la única doctora de MSF aquí y la gente me hace preguntas del tipo: ¿Qué haces todo el día? ¿Estás aburrida? ¿Qué sentido tiene estar aquí? ¿Cuándo se marchará MSF? Nadie lanzaría estas cuestiones a alguien que saca a niños de un edificio en llamas, pero sí me las hacen a mí. Y la razón hay que buscarla en la visibilidad, o más bien, en la invisibilidad de este problema.
El hospital de Ramtha luego de que Jordania sellara sus fronteras con Siria ©Michael Talotti/MSF
No puedo tocar a mis pacientes, no puedo coser sus heridas, no puedo administrarles suero ni tratamiento intravenoso o facilitarles antibióticos vitales, no puedo ayudarles cuando dan a luz ni impedir que mueran durante el parto. No puedo dar solución al brote de hepatitis que se ha adueñado de ellos desde que no tenemos acceso.
Pero podemos tratar de hacerlos visibles.
Voy a escribir sobre un niño, un niño hipotético. Un niño que puede existir en el Berm, pero nunca conoceremos porque no podemos entrar en la zona.
Ibrahim tiene seis años. No ha conocido otra cosa que la guerra a su alrededor. Cree que es lo normal, que así es la vida y sigue adelante de todas formas, como hacen los niños a menudo. Ibrahim y su familia llegaron al Berm en enero, escapando del hambre y el terror, con la esperanza de encontrar un lugar seguro. Y allí siguen desde entonces.
Ibrahim tiene un hermano, Alí, de ocho años, y ambos tienen una predecible rivalidad. En este contexto hay pocas opciones de juego, varían entre perseguirse unos a otros y jugar al escondite en el Berm.
La madre de Ibrahim está sola. Su padre murió en un ataque aéreo, el precipitante principal de su huida al Berm. Su madre se esfuerza cada día en cuidar de Ibrahim, de su hermano y de la pequeña hermana de un año. Cuentan con muy pocos recursos, casi todo lo que tenían lo gastaron para llegar al Berm.
Hace unos días, la madre de Ibrahim estaba cocinando sopa sobre una hoguera en su tienda de campaña, mientras que Alí e Ibrahim jugaban fuera. Corrían, bajo un calor abrasador, entre las tiendas de campaña. El polvo rojo del desierto volaba en todas direcciones y se metía en las arrugas y surcos de su piel seca.
Alí siempre había sido más rápido que Ibrahim, pero a medida que se hacía mayor Ibrahim se acercaba cada vez más. Ese día, la dinámica entre ellos estaba cambiando, Alí perdía ventaja y estaba frustrado. Su madre los llamó, llevaba unos días en los que se enfadaba fácilmente y no querían molestarla. Corrieron hacia la tienda, Ibrahim iba primero, Alí cogió una piedra, gritó el nombre de su hermano y justo cuando entraba en la tienda e Ibrahim se giró, la lanzó.
Ibrahim entró en la tienda a toda velocidad para evitar la piedra, tropezó con su hermana pequeña y cayó en el fuego, volcando la olla hirviendo sobre sus piernas.
Los gritos hicieron que Alí se detuviera y corriera a esconderse. Su madre sacó a Ibrahim de las llamas y lo hizo rodar por el suelo, pero ya era demasiado tarde para evitar que sus piernas sufrieran graves quemaduras. En el Berm nadie tiene agua para desperdiciarla en primeros auxilios.
Miembros de la comunidad corrieron hacia Ibrahim mientras seguía gritando. La gente reunió dinero para que una de las escasas enfermeras del campo lo atendiera. La consulta cuesta un dólar y habría que sumar además el costo del tratamiento en un lugar donde materiales y fármacos son muy limitados.
Entre septiembre de 2013 y el cierre de la frontera en junio de este año, más de 2.400 sirios heridos fueron atendidos por MSF en la unidad de emergencias del hospital de Ramtha. Sin embargo, en la actualidad, los quirófanos y las salas de espera están casi vacíos ©Michael Talotti/MSF
Pudieron vendar las piernas a Ibrahim y le dieron un comprimido de paracetamol. Ahora está en casa, nadie ha cambiado sus vendas, ni ha visto el estado en el que están sus quemaduras, si son totales o parciales, o si pueden llegar a infectarse. Nadie hizo fotos de Ibrahim. Nadie compartió imágenes en las redes sociales. Nadie fuera del Berm sabe nada al respecto. Alí y su madre están paralizados por la culpa, como si fuera responsabilidad suya.
La historia de Ibrahim es ficticia, debo insistir en ello. Sin embargo, para las casi 80.000 personas que viven en el Berm, historias como esta se suceden cada día en esta franja del desierto. Aceptamos que estamos ante una situación política muy compleja, pero para MSF es un imperativo moral que esta población tenga acceso a la ayuda humanitaria. Lo más importante es poder localizar a niños como Ibrahim, acercarnos de nuevo a nuestros pacientes y brindarles atención. Pero también necesitamos acceder a los desplazados del Berm para hacer partícipe al mundo de parte de lo que sucede en Siria, para construir la indignación, para llegar al punto de inflexión, para que cambie.