¿Sería el cáncer el retorno a un estado primitivo de las células?
Hace unos 4.000 millones de años, una molécula capaz de replicarse por sí misma empezó a proliferar en los mares de un planeta primitivo. Este planeta tenía una atmósfera sumamente tóxica, tanto así que si hoy pudiéramos verlo, diríamos que es imposible que ahí pudiera surgir alguna forma de vida.
De pronto, esta molécula replicadora —varios científicos coinciden en que fue el ARN— se vio envuelta por una vesícula de grasa que la mantuvo protegida del entorno corrosivo. La complejidad de la molécula replicadora aumentó, se volvió mucho más estable al emparejarse con otra molécula similar y haciendo un ligero cambio a uno azúcares para formar lo que hoy conocemos como el ADN.
El ADN alojado dentro de la vesícula, portaba la información necesaria para hacer copias de sí mismo. Con ayuda de su antecesor, el ARN, producían otras moléculas —hoy las llamamos enzimas— que hacían el proceso de replicación mucho más eficiente.
Y así fue como, probablemente, surgió una entidad aislada, con la capacidad de tomar todo lo necesario de su entorno para multiplicarse. Así aparecían las primeras formas de vida hace 3.500 millones de años.
Los primeros seres vivos se parecían mucho a las bacterias que hoy conocemos. Su única tarea era multiplicarse. Si ponemos a una sola bacteria en una placa con un medio rico en nutrientes (azúcares principalmente), veremos como al cabo de unas horas empiezan a proliferar sin control. El tamaño de las colonias aumentan hasta cubrir toda la placa y luego mueren —o forman esporas— pues agotan todas las materias primas necesarias para generar más copias de sí mismas.
Todos los seres vivos que hoy habitan en el planeta descienden de organismos como este. Le llaman LUCA (el último antepasado común universal, por sus siglas en inglés). Es por esta razón que los humanos, las levaduras, los perros, las anémonas, las esponjas, los cuyes, etc., compartimos muchas de las reacciones químicas que se llevan a cabo en las células, el mismo material genético, la misma maquinaria responsable de convertir la información del ADN en proteínas y enzimas que sostienen nuestro metabolismo.
Las primeras formas de vida empezaron a colonizar nuevos territorios, con condiciones fisicoquímicas diferentes. Evolucionaron para adaptarse a estas condiciones gracias a la selección natural. Algunos organismos empezaron a agruparse, a comunicarse entre sí, y a formar un solo ente biológico. Así aparecían las primeras formas de vida pluricelulares hace menos de 2.000 millones de años.
En un ambiente altamente competitivo, donde los recursos son muy limitados, estas nuevas formas de vida aprendieron a ser más eficientes. Las células que las conformaban empezaron a diferenciarse para realizar funciones específicas y dejaron de multiplicarse vertiginosamente. Aparecieron moléculas que bloqueaban —directa o indirectamente— la expresión de esos genes responsables de la proliferación celular. Otras células mantuvieron su capacidad proliferativa y se convirtieron en esporas reproductivas y gametos (espermatozoides y óvulos), todo con el fin de ser más eficientes y parsimoniosos al momento de reproducirse.
Y así llegamos al 2014… Ha transcurrido una cantidad de tiempo inconcebible desde que apareció la vida en la Tierra, desde que LUCA poblaba los océanos primitivos de este planeta y cuya única tarea era multiplicarse sin control.
Sin embargo, un gran número de personas en el mundo tienen en su cuerpo células que se comportan como estas formas de vida primitivas. Células en el estómago, cerebro, senos, colon, páncreas, que proliferan y se diseminan sin control formando grandes masas celulares que afectan el funcionamiento de los órganos y tejidos aledaños. Masas celulares conocidas como tumores que causan miles de muertes al año. Una enfermedad tan diversa pero que sólo lleva un único nombre: cáncer.
Todas nuestras células poseen un “recuerdo” de aquella época en la que lo único que importaba era multiplicarse. Ese recuerdo está enterrado en nuestro ADN. Se les conoce como protooncogenes y tienen el potencial de convertir a cualquier célula de nuestro cuerpo en una máquina proliferativa si es que llegan a activarse. Es aquí cuando se convierten en oncogenes.
Todos los animales pueden tener tumores. Incluso seres tan primitivos como las esponjas.
Algunos de estos protooncogenes deben ser activados, por ejemplo, para cicatrizar una herida, donde se requiere que las células de la piel proliferen y regeneren el tejido. Sin embargo, los protooncogenes están bloqueados, reprimidos por unos inspectores celulares (factores de transcripción) que evitan que se activen en cualquier lugar y provoquen tumores. A veces, ciertas mutaciones pueden dejar fuera de combate a estos inspectores como la p53 y, cuando esto ocurre, los oncogenes entran en acción.
En biología, a la aparición de características propias de los antepasados le llaman atavismo y fueron dos físicos, Paul Davies y Charles Lineweaver, quienes propusieron la hipótesis de que los tumores —y consecuentemente el cáncer— se originan por un retorno de las células a ese estado primitivo.
Davies no es santo de mi devoción por sus ideas de demostrar la existencia de dios a través de la ciencia, o mezclar la ciencia y la religión en sus debates; pero, desde mi punto de vista, esta hipótesis suena muy interesante pero sin bases experimentales que la corroboren. Desde un punto de vista teórico pareciera que todos los cabos encajan y da una explicación lógica y simple a la forma como se comportan las células cancerosas.
Sin embargo, hace unos días Davies y Lineweaver publican un ensayo en el que imaginan nuevas formas “alternativas” de tratar el cáncer basándose en su hipótesis atávica. Esto puede resultar peligroso pues ninguno de estos “tratamientos” ha demostrado curar algún tipo de cáncer y puede ser usado por inescrupulosos charlatanes (sí, esos que son locutores matinales de radios y naturistas) para vender tratamientos o productos que no funcionan, y que podrían provocar que el paciente abandone los tratamientos que si lo hacen.
Uno de estos “tratamientos” habla del uso del oxígeno en cámaras hiperbáricas. Y ¿por qué? Pues en los orígenes de la vida, no había tanto oxígeno disponible como lo hay ahora. Las primeras formas de vida eran anaeróbicas y el oxígeno era sumamente tóxico para ellas. Algunos tumores generan ambientes anaeróbicos donde crecen y se desarrollan, por lo que si les damos oxígeno, los podríamos eliminar. Lamentablemente, todavía no hay datos experimentales que confirmen si esto realmente funcionaría.
Otro “tratamiento” es reducir el azúcar en la dieta. Obviamente reducir los azúcares de la dieta son buenos para la salud, pero de ahí a que curen el cáncer está muy lejos. Esta idea se basa en que, hace miles de millones de años, los mares donde vivían las células primitivas eran ácidas (pH 4 – 5), pero actualmente, las células en nuestro cuerpo viven en un ambiente neutro (pH 7). Los tumores usan los azúcares para producir energía, pero no lo hacen a través del Ciclo de Krebs (fosforilación oxidativa), sino a través de un proceso “más rápido” que es la fermentación que no requiere de oxígeno. A esto se le conoce como efecto Warburg. Como producto de la fermentación generan ácido láctico que mantiene su entorno ácido como era en sus orígenes. Así que si reducimos los azúcares, no harán fermentación y no generarán ese medio ácido que tanto les gusta y morirán. Tampoco hay datos experimentales que confirmen esto.
Y otro posible “tratamiento” es usar agentes infecciosos pues las células cancerosas, al regresar a su estado primitivo, se hacen más vulnerables que las células sanas, pues los mecanismos de defensa aparecieron mucho más tarde en su historia evolutiva. En realidad, el uso de virus está siendo probado para el tratamiento del cáncer [aquí escribí algo] pero lo hacen por otro mecanismo: afinidad del agente infeccioso por células cancerosas.
Para terminar, estos tres “tratamientos” propuestos teóricamente podrían funcionar, pero, como todo en la ciencia, se requieren de pruebas experimentales que las demuestren. Así que no te creas si te dicen que pueden curar el cáncer o cualquier cosa con oxígeno, piedras “biomagnéticas”, picaduras de insectos, complementos nutricionales, magnesio, agua con azúcar súper diluida (conocido como homeopatía), etc. Exige que te muestren las pruebas que realmente funcionan y no que “a fulanito le funcionó”.