Del patógeno al hombro de tu bebé
Enfermedades hay muchas. Algunas son inherentes a nuestro propio cuerpo como las enfermedades congénitas, hereditarias o las adquiridas por el fallo de un órgano, la edad o el cáncer; y otras son producidas por algún agente infeccioso como un protozoario, virus o bacteria (enfermedades transmisibles).
Para las primeras, muchas veces no podemos hacer algo para evitarlas. Pero, para las otras, contamos con las vacunas (enfermedades inmunoprevenibles).
La forma con funcionan es muy simple. Utilizamos a los mismos agentes infecciosos pero muertos o debilitados (atenuados), o a las moléculas que ellos producen para reconocer e infectar un tejido o también toxinas (antígenos), para que nuestro sistema inmune aprenda a reconocerlos sin sufrir los síntomas de la enfermedad. De esta manera, si en algún momento de nuestra vida nos exponemos al agente infeccioso para el cual nos hemos vacunado, nuestro cuerpo ya sabrá como reconocerlo para eliminarlo rápidamente.
Sin embargo, los antígenos expresados por un mismo agente infeccioso pueden presentar ligeras diferencias entre distintas poblaciones, las cuales podrían ser suficientes para evadir nuestras defensas. A cada una de estas poblaciones diferenciadas de un mismo agente infeccioso se les conoce como serotipos. Por ejemplo, el virus del papiloma humano (VPH), que puede provocar ciertos tipos de cáncer, cuenta con más de 100 tipos diferentes; y el Streptococcus pneumoniae, responsable de neumonías y meningitis en los niños, cuenta con 94.
Esto viene a ser un problema porque desarrollar una vacuna para todos los serotipos de un agente infeccioso sería un proceso sumamente caro y laborioso. Por esta razón, antes se debe realizar un estudio epidemiológico para ver cuáles son los serotipos más comunes en una determinada región o población para poder proteger al mayor número de personas posibles.
Actualmente, las herramientas de biología molecular, como la secuenciación del ADN, han permitido afinar los estudios epidemiológicos, incluso hasta el punto de diferenciar grupos dentro de cada serotipo (genotipos y linajes). Asimismo, la información genética permite predecir cómo podría evolucionar y cambiar un antígeno para anticiparnos a ello, tal como lo hacen las vacunas contra la influencia que salen cada año. En otros casos, las empresas farmacéuticas desarrollan diferentes versiones de una vacuna, donde cada versión abarca un determinado grupo de serotipos.
Volviendo al caso del S. pneumoniae. Esta bacteria provoca neumonías (de ahí el nombre de neumococo), meningitis y otitis aguda (infección de oído), siendo una de las principales causas de mortalidad en los menores de 5 años. De los 94 serotipos que existen, el 80% de las infecciones son causadas por 20 de ellos.
En el año 2000, se introduce en EEUU la primera vacuna contra el neumococo, la cual protege contra siete serotipos (Prevenar 7®). ¿Cómo la hicieron? Los científicos aislaron y purificaron los antígenos de los siete serotipos más comunes y los ‘pegaron’ (conjugaron, técnicamente hablando) a una proteína de otra bacteria. De esta manera, la proteína conjugada mostraba los siete antígenos (hepta-valente) para que nuestro sistema inmune aprenda a reconocerlos todos. Esta vacuna recién fue introducida a los programas de vacunación en el Perú en el año 2009.
Una década después de su introducción en el mundo, la Vacuna Conjugada Neumocócica 7-valente (VCP7) perdía efectividad pues la distribución de los serotipos del neumococo iban cambiando en la población. Es así que la VCP7 fue retirada del mercado en el 2011 y empezó a comercializar dos versiones nuevas: la VCP10 (que protege contra los mismos serotipos que la VCP7 más otros tres) y VCP13 (que protege contra los mismos antígenos de la VCP10 más otros tres).
La pregunta ahora es ¿cuál de las versiones usamos en nuestras campañas de vacunación? A priori uno podría decir la VCP13 porque protege contra más serotipos. Pero no es así de fácil. Dependerá de los serotipos que circulan dentro de la población peruana ya que puede ser que la VCP10, cuyo costo es menor, sea suficiente. Entonces, en base a los datos epidemiológicos se puede hacer un balance costo-efectividad.
Esto fue precisamente lo que hicieron un grupo de investigadores liderados por los médicos Edward Mezones Holguín y Rafael Bolaños Díaz de la Unidad de Análisis y Generación de Evidencias en Salud Pública del Instituto Nacional de Salud. Utilizando información referencial de la efectividad de la VCP7 de Uruguay, un país cuya distribución de serotipos es similar al de nuestro país, se extrapoló los datos para la VCP10 y VCP13.
Tomando como base estos datos y aplicando modelos económicos pudieron determinar cuánto costaría vacunar a 100 niños peruanos y cuántas hospitalizaciones por neumonía se podrían evitar —que sería un ahorro para el Estado— con la VCP10 y VCP13 comparada con la VCP7. Los resultados mostraron que la VCP13 tendría un mejor balance de costo-efectividad que las otras dos.
En base a evidencias como esta, las autoridades de salud toman decisiones respecto a qué vacunas utilizar en sus programas.
Entonces, cada vez que vacunes a tu pequeño hijo recuerda todo el proceso y tiempo que ha tomado desde el desarrollo de la vacuna hasta su elección para los programas de vacunación; sin contar el tiempo que toma todas las fases de los ensayos clínicos previos a la comercialización de la vacuna, que puede durar varios años.