Etiquetado de alimentos con componentes transgénicos
La tarde del último viernes, el presidente Barak Obama firmó la “Ley Nacional de Divulgación de los Alimentos Genéticamente Modificados” (The National Bioengineered Food Disclosure Law). Básicamente es una modificación de la Ley de Comercialización de Productos Agrícolas de 1946, donde se incorpora un capítulo adicional sobre el etiquetado para alimentos que contengan material genético modificado por técnicas del ADN recombinante (ingeniería genética) o por técnicas distintas al mejoramiento convencional.
La ley encarga a la Secretaría de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) que reglamente y establezca los estándares para el etiquetado en un plazo máximo de dos años. De acuerdo con la USDA “se garantizará un proceso abierto y transparente para determinar eficazmente [la implementación de] este nuevo programa, lo que aumentará la confianza y comprensión del consumidor sobre los alimentos que compran, y evitar la incertidumbre para las empresas de alimentos y los agricultores”.
Lo interesante de la norma es que da la opción de colocar un número telefónico, un código escaneable (el famoso QR) o un link a una página web, para que el consumidor acceda a la información sobre si el producto contiene algún componente transgénico. En otras palabras, no es necesario colocar un texto o un símbolo en el empaque que lo identifique como tal.
Esta medida ha sido bien recibida por las grandes compañías alimenticias. La Asociación de Fabricantes de Alimentos y Bebidas de Estados Unidos dijo que se “abre una nueva era en la transparencia de la información de los ingredientes para los consumidores”. Sin embargo, las personas y organizaciones que apoyan el etiquetado de alimentos con componentes transgénicos se oponen a la norma porque no todos los consumidores podrán leer los códigos QR, entrar a los sitios web o llamar a las centrales telefónicas para obtener la información que debería estar indicada explícitamente en la etiqueta.
Etiquetado en Perú
En el año 2010 se promulga el Código de Protección y Defensa del Consumidor (Ley 29571). El artículo 37 establece que “los alimentos que incorporen componentes genéticamente modificados deben indicarlo en sus etiquetas”. La norma daba un plazo de 180 días para reglamentarlo, pero ya van casi seis años y nada.
El tema del etiquetado es sumamente complejo. Estados Unidos le dio un plazo de dos años a la USDA para que establezca el reglamento. Con todas sus capacidades técnicas, a la Unión Europea le tomó cuatro años afinar su norma de etiquetado. Aunque si la empresa conoce la procedencia de sus insumos, lo puede hacer. Aquí un ejemplo:
Uno de los aspectos claves del etiquetado es establecer un umbral, tal como lo tienen los países con normas similares (en la Unión Europea es 0,9%, en Brasil es 1%, o en Corea del Sur es 2%).
Pero ¿qué es realmente el umbral? Es la proporción máxima de transgénico que puede contener una materia prima para que el producto final no sea etiquetado. Es decir, si producimos aceite vegetal en Brasil y en la soya utilizada hay un 1% o más granos transgénicos (1 grano transgénico por cada 99 granos no transgénicos), entonces el envase deberá indicar que contiene componentes transgénicos. Si tiene menos del 1%, no será necesario etiquetarlo. Muchos tienen una idea errada del umbral pues consideran que es la cantidad de componentes transgénicos que hay en el producto final (el aceite, el chocolate, la galleta, las hojuelas, etc.).
Lo cierto es que en los productos finales —sobre todo los que son altamente procesados— ya no se puede detectar algún componente transgénico. Tanto el material genético modificado como la proteína que expresa se han degradado. Entonces, ¿por qué etiquetar?
El etiquetado, en este caso, no es una advertencia. Los transgénicos disponibles actualmente para consumo humano han pasado por todos los controles de inocuidad exigidos por las autoridades reguladoras como la FDA (en EE. UU.) o la EFSA (en la Unión Europea). El fin del etiquetado es informar. Las personas tienen derecho a saber qué es lo que consumen.
Los que se oponen al etiquetado indican que esto encarecería los productos en los mercados. Sin embargo, un estudio realizado por investigadores de la USDA muestra que el etiquetado no cambia ni las preferencias del consumidor ni el precio de los productos.
El verdadero problema es la mala percepción que tiene el público sobre los transgénicos. Esto no es culpa del etiquetado sino de cómo se comunica los temas relacionados con la biotecnología. Hay mucha desinformación y mitos rondando en la red. Así como también malos difusores de la biotecnología que, en vez de explicar de manera entendible sus argumentos, ridiculizan a los que se oponen a ella.
Todo lo contrario ocurre con lo orgánico. A la gente no le importa que se use estiércol de animales como fertilizante o el azufre como pesticida. Incluso pagan más si cuentan con una etiqueta que diga “orgánico”. Aquí la percepción es positiva, tanto así que hasta sacan “sal orgánica”:
En mi opinión, el etiquetado haría a la biotecnología más transparente. Se podría aprovechar de ella para cambiarle la cara ya que la gente se daría cuenta que casi todo lo que consumen tiene algún componente derivado de un transgénico. Por otro lado, en el país, que algo diga que es “orgánico” no garantiza que esté libre de transgénicos, puesto que para certificarlo como tal no se exige una prueba básica de ADN como sí se hace en otros países.