Acho ya es un monumento vivo, con un cuarto de milenio
Con 250 años sobre sus machones, que observan, desde la altura de sus tendidos palpitantes, su fecunda historia.
PABLO J. GÓMEZ DEBARBIERI
Llegó el día. Finalmente llegó. El 30 de enero, Acho cumplió 250 años. Mucha agua ha discurrido desde 1766 bajo los puentes que atraviesan el río Rímac, enlazando el cuatricentenario centro histórico de Lima con Acho. De las plazas de primera y renombradas, solo la Maestranza de Sevilla y la de Zaragoza son más antiguas. Sin embargo, la plaza limeña fue concluida mucho antes que la de Sevilla, que en 1786 sólo había completado un tercio de su construcción, obra culminada en 1881. En la plaza aragonesa, la mayor parte es de construcción reciente; hay, escondidos debajo de los cimientos, unos pocos muros originales. Nuestra plaza, por el contrario, a pesar de sus remodelaciones, conserva su majestuosa arquitectura y la mayor parte de los machones de adobe que soportan los tendidos son originales. He allí la importancia y relevancia de Acho, completada bastante antes que la de Sevilla y mucho mejor conservada que la plaza de toros de Zaragoza.
LA INAUGURACIÓN
Se asumía que Acho se había inaugurado el 17 de febrero de 1766, pero don Aurelio Miró Quesada halló, poco antes del bicentenario de 1966, en la biblioteca de Santiago de Chile −presumiblemente en un lote de documentos saqueados de la de Lima por las bárbaras hordas invasoras, en 1881− una “Relación de Toros” que indicaba la fecha cierta, el jueves 30 de enero, así como los detalles de la corrida inaugural. Ello concordaba con el contrato que autorizó la construcción de Acho: la realización de festejos taurinos durante carnavales (aquel año, el 7 de febrero) y los jueves anteriores a dicha fiesta. El primer toro lidiado en Acho fue ‘El Albañil’ (qué mejor homenaje a los alarifes que edificaron el coso en solo seis meses), ensabanado de Gómez, ganadería que Agustín de Landaburu, constructor de la plaza, empresario y alcalde de Lima, tenía en Cañete. Aquella corrida fue la primera celebrada en Lima con vara larga y picadores, a la usanza de la lidia española.
EL CAPEO A CABALLO
Innovación y aporte único del Perú a la tauromaquia para quitarle pies a los toros en vez de picarlos; la lidia de entonces lo hacía posible; algo similar hoy sería una locura, pues el toro aprendía a derrotar hacia arriba.
Hasta la independencia, el toreo a la usanza española se conservó en Acho, pero como anota el doctor Héctor López Martínez, tras 1824 y hasta el último tercio del XIX, el caos, los caudillos militares y las luchas intestinas se apoderaron del Perú. Acho, verdadero crisol social y cultural de la nación, siguió la misma tónica. Los capeadores a caballo, que ya eran populares desde antes de 1821, se convirtieron en protagonistas y reemplazaron a los picadores españoles, que hostilizados, habían salido del Perú. Los negros, grupo social del que provenían muchos de los toreros peruanos, tomaron mayor relevancia. Los capeadores Esteban Arredondo y Manuel Monteblanco, eximios jinetes, entablaron una competencia épica; no había en Lima hacendado que no se sintiese honrado porque cualquiera de los dos capease en Acho montando sus cabalgaduras.
TOREROS NOTABLES EN ACHO
Ángel Valdez, diestro de raza negra, actuó a lo largo de 50 años, desde 1859 hasta 1909. Logró torear en Madrid, pero como narra el doctor Andrés León Martínez, ex jefe de la enfermería de Acho, no gustó en España por su bastedad. Se retiró a los 70 años, presionado por jóvenes aficionados, encabezados por quien luego crearía esta página taurina, Fausto Gastañeta “Que se vaya”, quien quedó con dicho seudónimo taurino por el cartel que portaba en Acho cada vez que actuaba el anciano Valdez.
En 1849 conmocionó Lima la llegada de una modesta cuadrilla de toreros españoles y desde entonces convivieron en Acho la lidia a la española con las variantes taurinas locales. Hasta fines del XIX y comienzos del XX, cuando Francisco González “Faíco” y Francisco Bonal “Bonarillo”, diestros españoles, finalmente afincados aquí, transformaron el toreo en el Perú, haciéndolo retornar al clasicismo de la tauromaquia universal, junto al también español Agustín García “Malla”.
En 1906, Vicente Pastor fue la primera gran figura española que llegó al Perú, seguido en 1916 por el tercero en discordia de la Edad de Oro del Toreo, el mexicano Rodolfo Gaona; luego llegarían los dos grades de esa era legendaria, Juan Belmonte en 1917 y en 1919, José Gómez “Joselito”. En la corrida inaugural de Joselito en Acho, se produjo un escándalo monumental por el escaso trapío del ganado y el público, amotinado, invadió el ruedo; ¿nos recuerda algunas tardes recientes? Luego, Rafael Gómez “El Gallo”, Bienvenida padre, sus hijos −sobre todo, Antonio, “Torero de Lima”−, Domingo Ortega, Manolete, Armillita, Dominguín, Antonio Ordóñez −protagonista de una recurrente historia de amor y odio con Acho−, El Cordobés, Manzanares padre, Enrique Ponce y lo que nos deparará en el futuro Andrés Roca Rey, han construido y seguirán edificando la mítica historia de una leyenda viva: Acho.
MIRADOR DE INGUNZA
El conjunto monumental de Acho
El conjunto monumental de Acho comprende los inmuebles situados en las esquinas de Hualgayoc y Marañón. En la misma acera de Acho, en una de esas casuchas ruinosas, está el Mirador de Ingunza. Personas desinformadas imaginan que allí se reunían Amat y la Perricholi o que la construyó alguien vetado en Acho por el virrey. Pues no. Se construyó en 1858, 92 años después. En la esquina de enfrente hay otras casuchas que también deben incorporarse al monumento.
El mirador, que es monumento histórico, pertenece a una familia Figari, quienes deben aspirar a una pequeña fortuna por vender la ruina de lo que fue la finca de Francisco de Ingunza, viajero huanuqueño que construyó el minarete a semejanza de algunas torres que había visto por el mundo.
Alan García promulgó en enero de 2011 la Ley 29650 para expropiar esos inmuebles, incorporarlos al monumento y restaurarlos. La única condición era que el alcalde del Rímac, Enrique Peramás, iniciase el expediente antes de enero de 2013; por ejemplo, solicitando la tasación de lo que se expropiaría. No lo hizo y se venció el plazo. Ahora solo queda negociar y adquirirlos para empezar a realzar la Plaza de Acho.
LA EDAD DE ORO DEL TOREO SOLO PUDO APRECIARSE EN AMÉRICA, EN ACHO
Belmonte vino por primera vez en 1917 y causó sensación en Lima; Joselito lo hizo dos años después y no actuó en ninguna otra plaza americana.
José Gómez “Joselito” o “Gallito” era el lidiador perfecto e infalible, el “Rey de los Toreros”. Niño prodigio; siendo aún un adolescente se convirtió en el modelo de lo que debía ser el toreo. Pero la realidad supera a la ficción; cuando el joven maestro iniciaba su reinado, apareció otro sevillano que era su antítesis. Con un físico deficiente y débiles piernas, sin la más mínima técnica, pero con la intuición que solo otro genio podía poseer, Juan Belmonte reinventó el toreo; debido esas limitaciones físicas, descubrió el misterio de cruzarse al pitón contrario, logrando sacar de su jurisdicción al astado −a pesar de quedarse inmóvil− solo desplazando templadamente la muleta y haciéndolo describir un semicírculo alrededor de él; hoy, algo corriente; entonces, parecía mágico. El solitario reinado de Gallito se convirtió en un duunvirato, compartido con el contrahecho pero genial y valentísimo Belmonte. El joven prodigio pronto captó la esencia de la novedosa aportación de Juan y así, José transformó su toreo, determinando y explicándoles a los ganaderos cómo seleccionar el toro para esa nueva tauromaquia. Pero el genio infalible se equivocó en un instante fatal y cayó bajo las astas de un torito terciado en Talavera, el 16 de mayo de 1920.
Semejante genio solo actuó en América en una plaza: Acho. Vino en 1919, meses antes de morir, para olvidar el insoportable dolor de la muerte de su madre y su amor imposible por la hija de un ganadero: Guadalupe de Pablo-Romero. El padre, a pesar de ser su amigo, no concebía que su hija se enamorase de un torero.
José seguía la ruta que Juan había abierto dos años antes, cuando vino, triunfó en Acho, en la vida social limeña –casó con una peruana− y en la cultural: trabó amistad con Valdelomar y Racso Miró Quesada, quienes bajo su inspiración, escribieron “Belmonte el Trágico” y “La renovación estética por el toreo”.
LA EDAD DE ORO DEL TOREO
−Tesis, antítesis y síntesis. A Hegel y Marx les hubiera encantado comprobar con Joselito y Belmonte la dialéctica, su postulado filosófico.
−Choque explosivo de dos conceptos contrapuestos que transformó la tauromaquia y alumbró el toreo moderno. Solo pudo apreciarse en America en Acho.
LOS TOREROS QUE FORJARON LA HISTORIA A LO LARGO DE UN CUARTO DE MILENIO
En el crisol troncocónico que es Acho, los vítores iniciales fueron para los capeadores a caballo: Cajapaico, Arredondo, Monteblanco, Céspedes, los hermanos Breña, y los Asín. Luego, Conchita Cintrón y Hugo Bustamante.
De los de a pie, Joselito, Belmonte, El Gallo, Manolete y Armillita. Antonio Bienvenida fue un ídolo en Lima. Dominguín, encandiló. Pero Antonio Ordóñez, aclamado en sus triunfos y abroncado en sus tardes abúlicas, rematadas con estocadas en su “rincón”, fue paradigmático en Lima; se cortó la coleta en Acho, en 1962, para reaparecer y de turquesa y oro, ser el triunfador en la magnífica feria del bicentenario, en 1966. Manzanares −el padre, claro− esculpió fantásticas faenas; varias, muy emocionantes, como la que –de tabaco y oro− cuajó a ‘Fortuno’ de Yéncala, que acababa de coger espeluznantemente a Cucaracha. En los últimos años, la constancia para el triunfo de Enrique Ponce lo ha convertido, tras Bienvenida y Manzanares, en el “Torero de Lima”.