¿Misoginia en el metal?: el problema de la identidad de género
Tradicionalmente el metal ha sido un género de hombres. En esta época en la que la emancipación civil y económica de la mujer es, al menos en la órbita occidental, una realidad cada vez más presente, se vuelve pertinente preguntarnos sobre la relación de género, sobre todo el femenino, con el metal. El presente texto busca proponer una explicación , no se centra en citar a todas las agrupaciones con mujeres en el metal, eso quizás sea tema de un post futuro.
En palabras de Deena Weinstein, que “el heavy metal sea monopolio de blancos y no de negros es meramente un accidente histórico, pero que sea patrimonio de hombres y no de mujeres es consustancial a la cultura que subyace al movimiento musical”. Esta afirmación debe estudiarse con cuidado y ha de ser matizada, algo que también Weinstein hace.
En la música metal se hace énfasis en la fuerza de la interpretación y, tanto en la composición como en la ejecución, siempre se trata de ser agresivo. Los nombres de los subgéneros del metal suelen reforzar esta idea: hard- rock, heavy metal, thrash metal, grindcore, etc. Desde los inicios este tipo de música comenzó a reforzar ciertas conductas y apariencias que hacían referencia a la fuerza, el poder, la destrucción, el mal y la violencia. La misma voz masculina que interpretaba la música del metal trataba de sonar potente y luego, con el tiempo, agresiva mediante tonos graves o imposibles agudos que retan a la sensibilidad estándar. Todos estos elementos están usualmente asociados a la masculinidad. En la cultura occidental, desde sus orígenes, el elemento masculino ha sido el activo, el fuerte, el agente de la transformación por antonomasia.
En cambio, lo femenino ha sido asociado con lo pasivo, con lo tierno, lo suave y lo amoroso. Estas características son creadas y reforzadas desde la cuna hasta convertirse en casi una segunda piel de la mayoría de hombres y mujeres. Hasta un oyente ocasional del metal sabe que este género no se caracteriza por ser tierna, suave o amorosa, al menos no predominantemente. De allí que el metal haya sido asimilado inicialmente por la cultura juvenil masculina, con todo lo bueno y malo que ello trae consigo.
De hecho, se ha atacado al metal por presentar a las mujeres como meros objetos sexuales. Bueno, eso no sería solo un defecto del metal, sino de casi toda la industria musical moderna, incluso de la que es realizada por las mujeres mismas (Madonna no es un transexual). En primera instancia, no creo que presentar a las mujeres (o a los hombres) como un objeto sexual sea algo condenable por sí mismo. De hecho, todos en algún momento somos percibidos como objetos sexuales, sobre todo en los momentos de intimidad y eso no alarma a nadie, es más, lo alarmante sería que no ocurriese. Pero parece que la crítica se dirige al término “meramente” como objetos sexuales. Es como si todavía arrastrásemos la idea de que el simple deseo sexual es de menor valor que del que está acompañado del amor, por citar un ejemplo.
Efectivamente, es frecuente que algunas bandas o estilos se orienten a ver a la mujer así. Particularmente en el metal tradicional de los setenta (AC/DC, Black Sabbath) y también en el glam de los ochenta (principalmente Motley Crue, pero también Britny Fox, Great White, etc) está característica está más que presente. En la actualidad bandas como Manowar o Goodess of Desire siguen con lo mismo. En el plano cultural mismo y más allá de la música, la imagen representada de la mujer en la iconografía asociada también la presenta en una forma erotizada y básicamente sexual, incluso cuando la imagen real no se corresponda con ella. Como ejemplo de ello tenemos a la cantante alemana Doro Pesch, que con 45 años a cuestas y con evidentes signos de que los años no han pasado sin dejar huellas en su cuerpo, es presentada en sus portadas como una adolescente de una sexualidad retadora y que incluso hace una década posó cuasi desnuda (ver la foto de esta artículo).
No es de extrañar que una cultura con una todopoderosa presencia masculina tenga fascinación por el cuerpo de la mujer y sus potencialidades eróticas. No es ese el problema de la misoginia, al contrario, su predominancia dentro de la iconografía headbanger nos habla de una potente fascinación por la mujer, al menos en un aspecto.
Estaríamos ante misoginia si las mujeres que quisiesen intervenir en el movimiento fuesen marginadas o relegadas a ciertos roles pasivos o subordinados por su sexo. Inmediatamente alguien podría decir que el rol de la groupie (la compañera sexual de banda de rock) es el que le espera a la headbanger. Sin embargo, esto no es del todo cierto. En primer lugar, las groupies han sufrido de muy mala prensa. Muchas de ellas, en sus respectivos contextos de liberación sexual de los 60 y 70, eran mujeres con una fuerte lealtad de fan a ciertas bandas y tenían relaciones sexuales con los integrantes de los grupos por libre decisión.
Se podría decir que construir una identidad femenina a partir de atraer sexualmente a los hombres es algo machista; sin embargo eso me parece un prejuicio feminista (también existen prejuicios feministas) que encubre traslapadamente una idea puritana.
En segundo lugar, el rol más importante de las groupies parece haber sido el de dar a las bandas un apoyo real y práctico en la organización de la base de fans de las diferentes ciudades en las que nació algún movimiento importante de metal. Por último, las groupies no son un invento del metal sino, en su forma actual, surgen en el rock de los sesenta, al lado de bandas como Rolling Stones, The Beatles, Cream, Grateful Dead, entre otras.
Descartado el rol de la groupie como un destino inevitable de la mujer en el metal, me atrevo a afirmar que el metal, más que rechazar a las mujeres, fue, en general, rechazado e ignorado por ellas; nadie les cerró la puerta, pero, en su mayoría, las mujeres no optaron por él en un ejercicio legítimo de afinidad electiva, por supuesto.
Los elementos característicos del metal son rechazados por las mujeres debido a que la identidad femenina es entrenada para rechazarlos desde la infancia. Es más, el género más popular del metal entre las mujeres fue el glam metal, probablemente la variedad más suave, melódica y romántica del movimiento y que justamente más ataques recibió de otras vertientes por su falta de agresividad. Las mujeres no se sintieron identificadas con el metal debido a que era demasiado distante de lo que usualmente esperaban de la música y, salvo excepciones, mantuvieron y mantienen hoy un juicio derrogativo sobre el género.
No está demás, sin embargo, rescatar que la presencia en los últimos años de varias cantantes de metal (Angela Gossow, Rebeca Scabbia, Flor Jansen, Cadaveria, Sarah Jezebel Deva y Sasema, entre otras) y algunas bandas femeninas (Astarte, Galhammer ) muestran que paulatinamente las mujeres están entrando en el metal para ejercer roles estrictamente artísticos. Se dirá que es muy poco y casi anecdótico, bueno, en el rock la presencia femenina es, en general, escasa.
En todo caso, no hay una oposición declarada. Al contrario. Dentro de la comunidad se extrañan más bandas con presencia femenina y se ve como un enriquecimiento cuando hacen buen metal y aportan. No en balde Doro Pesch, por años la única cantante de metal con vigencia, es vista como una reina dentro del movimiento. Creo que la escasa presencia de mujeres en el metal no es producto de la misoginia, sino de los aspectos estructurales de la construcción de las identidades de género, los cuales hacen que la mayor parte de las mujeres ignoren el movimiento.
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Chrome Division: la imagen aún continúa
Doro Pesch ha sabido emplear esta imagen para sus propios fines