La cultura de la violación también se aprende en casa
Cuando me enteré que iba a ser mamá de una niña, vinieron a mi mente muchísimas cosas en común que podríamos disfrutar, Almudena y yo, en el futuro. Una gran cantidad de temas de conversación por compartir, solo por el hecho de ser mujeres y tener que pasar por situaciones parecidas en diferentes etapas de nuestras vidas.
Estos pensamientos eran, en su mayoría, alegres y llenos de complicidad; sin embargo, mientras lo pensaba un poco más, los temas positivos se volvían oscuros e iba dándome cuenta de todas las situaciones de desigualdad e injusticia por las que seguramente mi hija iba a tener que pasar, solo por ser mujer.
La verdad es que ser mamá de una niña, en el Perú, da miedo. Vivimos en un país en el que una mujer es violada cada 30 minutos. De hecho, el Perú ocupa el tercer lugar en casos de violación sexual en el mundo y esta cifra, que puede parecer exorbitante, se vuelve real cuando caemos en cuenta de que todos conocemos a alguna mujer que ha sufrido violencia sexual. Solo en Lima Metropolitana el 72% de mujeres entre 15 y 49 años ha sido víctima, alguna vez, de violencia psicológica, física o sexual ejercida por su esposo o compañero; sin embargo, de la totalidad de estos delitos, solo el 48% es denunciado y el 90% queda impune.
Este año hemos sido bombardeados con noticias (cada vez más) terribles que dan cuenta de los peligros a los que nos enfrentamos diariamente. Viéndolo objetivamente, las posibilidades de que Almudena se librara de ser maltratada (en menor o mayor medida), eran (y son hasta el momento) pocas. Este es un escenario lamentable pero estamos en él: vivimos inmersos en la cultura de la violación y creo que lo primero que podemos hacer para librar a nuestros hijos de ella es reconocerla.
Se entiende por cultura de la violación a un entorno en el que la violencia sexual contra las mujeres es normalizada y perdonada en los medios y la cultura popular.
Tal vez pienses que es exagerado decir que, en nuestra sociedad, la violencia sexual está normalizada y puede que por eso mismo estés perpetuando este escenario, incluso en la vida de tus propios hijos.
Ponte a pensar en las veces en las que te dijeron que los piropos eran galantería. A las niñas, probablemente, les enseñaron que debían sentirse halagadas por un “bonito” piropo y a los niños, seguramente, se les enseñó que tenían derecho a opinar sobre el cuerpo de las mujeres. Lo mismo ocurre cuando les enseñamos a nuestras hijas a tener cuidado en cómo se visten, a elegir cuidadosamente qué camino toman para volver a casa y con quién, a no dejar nunca desatendida su bebida si están en una fiesta, a no tomar más de la cuenta, en fin… a cuidarse de ser violadas porque, al fin y al cabo es su responsabilidad como mujeres.
Pero, ¿te has preguntado por qué nos enseñan a evitar una violación y no se enseña a los hombres a no violar? A las mujeres se les educa en el temor constante ante los posibles peligros que conlleva ser mujer, mientras que no se dedica ningún esfuerzo en reforzar la educación de los hombres en parámetros de igualdad. Más bien, como hemos visto últimamente, se condena cualquier esfuerzo por tratar de encontrar simetrías entre hombres y mujeres.
Nunca se habla de la actitud del violador, de cómo estaba vestido o de dónde caminaba. El discurso se centra en las mujeres y son ellas quienes cargan con todo el peso de la culpa. Estos discursos perpetúan las violaciones porque se pone el foco en las mujeres en lugar de condenar unánimemente a los violadores. ¿O no te suena el “tenía 11 años pero parecía mayor”, “es su culpa por quedarse sola con un hombre”, “se lo buscó por estar borracha en la fiesta”, “se lo merece por andar con esa ropa”?
De la culpabilidad se pasa a la vergüenza y de la vergüenza al miedo. No se denuncia la violencia por el miedo a ser juzgadas o a no ser creídas, o incluso a cuestionarse si tal vez hicieron algo que haya justificado su agresión.
¿Qué podemos hacer como padres? Estoy convencida de que la única manera de revertir esta situación es educando niños igualitarios, que respeten, que no acosen, que no crean que tienen instintos incontrolables. Pero, ¿cómo educarlos en igualdad si hacemos diferencias entre niños y niñas en la propia casa o en la escuela? El ejemplo es la manera más directa de enseñar a nuestros hijos por lo que, si queremos que ellos sean respetuosos, debemos empezar por nosotros mismos.