“En Bagdad encontré una generosidad que no calculé”
Mariana Chacón
Abogada de la Cruz Roja en Bagdad (Iraq)
Tengo 30 años. Soy abogada de la PUCP. Me especialicé en Derecho Internacional. Trabajo en la Cruz Roja desde el 2011. Y desde setiembre estoy en Bagdad como asesora jurídica en temas como conflictos armados. Soy la única peruana de mi delegación.
Por: Rodrigo Cruz
Mariana recuerda con claridad ese día: era una tarde de mayo del 2015, en las oficinas de la Cruz Roja en Lima, y una idea no le dejaba de dar vueltas en la cabeza. Había regresado de Ginebra después de estar unos días tomando unos cursos de Derecho. Se sentía intranquila. Buscaba un cambio. Hacía cuatro años que trabajaba en el mismo lugar haciendo lo mismo. Su jefa se dio cuenta y la citó a su oficina. “¿Si estás buscando algo nuevo, por qué no pruebas aquí?”, le dijo y sacó un documento de su escritorio que decía “Bagdad”.
—¿Qué pasó por tu mente cuando tu jefa te ofreció que trabajes en Bagdad?
¡Uy!, dije. Fue una sorpresa. Pero no le dije que no. Me di cuenta de que era algo que estaba considerando. Solo respondí que necesitaba tiempo para pensar con mucho cuidado porque era un cambio grande.
—¿Y qué hiciste?
Conversé con mi familia y mis amigos, y con quien entonces era mi novio. Todos me apoyaron. Me hicieron muchas preguntas buenas que confirmaron que ese viaje era lo que quería. Al sentir ese apoyo, me fui. En junio empecé el proceso de selección y luego de un mes me dieron el puesto. Y en setiembre ya estaba en Bagdad.
—Ya han pasado diez meses desde que te fuiste, ¿qué fue lo que te llevó a esa ciudad?
Creo que fue una mezcla de varios elementos. Una de las cosas que más me gustan hacer es trabajar en derecho internacional, que es algo que descubrí desde muy joven en la universidad. Ese camino me llevó a que siguiera los temas humanitarios. Empecé en el Idehpucp (Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú ) y luego pasé a la delegación en Lima de la Cruz Roja. Pero después de cuatro años de estar con ellos, sentí que quería nuevas experiencias. Y surgió esa oportunidad.
—¿Qué cambios buscabas?
Creo que era ese afán de explorar, de conocer nuevos contextos. De empujar tus límites y saber hasta cuánto te puedes adaptar. La misión en Bagdad no es una misión abierta. De hecho, tiene bastantes restricciones. Vivimos todos juntos, confinados. Eso también ha significado un reto personal.
—Te has ido a vivir a uno de los países más peligrosos del mundo.
Es un poco extraño haber dado ese salto. Pero es también algo que me apasiona, ¿qué mejor lugar para aplicar lo que sé y poder brindar algo de ayuda?
—¿Pensaste, antes de ir, en la amenaza que podía ser el Estado Islámico?
Una de las preocupaciones más grandes antes de irme era la seguridad. Y la verdad, aún la mantengo en la mente. Lo bueno es que una vez que estás allí sí te sorprende la ciudad. Te sorprende lo que ves: en todas partes hay lugares controlados por los militares.
—¿Cuál es tu trabajo en Bagdad?¿ A qué te dedicas?
El puesto se llama asesora jurídica para las operaciones. Eso implica determinar las reglas aplicables en casos de conflictos armados e indicar cuáles son las partes en conflicto. Y de ser así, brindar asesorías para casos específicos.
—¿A quiénes asesoras?
A mis colegas y a las autoridades iraquíes para la implementación de normas del derecho internacional humanitario. —¿Y también asesoras a víctimas o a refugiados? No directamente. Eso lo hacen mis colegas que van regularmente al terreno. Yo voy a veces, pero la asesoría legal no es directa. Te pongo un ejemplo: una familia iraquí dice que las Fuerzas Armadas se han llevado a su hijo porque lo acusan de ser de ISIS. Y además han destruido su casa por eso.
—¿Y qué es lo que haces?
Entonces, mis colegas que cubren esas zonas quieren presentar el caso [no judicial, sino de diálogo] ante el comandante responsable. Yo recibo la información y complemento lo que escriben. Luego hablo con las autoridades [Parlamento, ministerios, etc.] y les digo “Qué mejor lugar para aplicar lo que sé [que Bagdad] y poder brindar algo de ayuda”. “Nunca me he sentido más mujer que en Iraq [...] Estás en una posición de desventaja”. que hay mucha destrucción de propiedades y que hay que adoptar una ley que regule esa conducción de hostilidades en el caso de que no la hubiera.
—¿Fue difícil trabajar ahí?
Al principio me puse nerviosa. Te das cuenta de que estás en un contexto muy diferente. Pero dicen que el ser humano es un animal de costumbres. Y es verdad. Tienes en mente que estás ahí, que es un riesgo. Tratas de aprender las medidas de seguridad. Pero el día a día del trabajo es tan intenso que la vida va pasando así y te olvidas.
—¿Qué medidas de seguridad toman?
No podemos salir de donde vivimos, salvo para reuniones y comisiones específicas. Mayormente trabajamos los fines de semana. Nuestras casas están bastantes protegidas. Tienen placas de metal y sacos de arena alrededor. Pero en la casa tenemos gimnasio, mesas de billar. También una barra.
—¿Qué te costó el adaptarte?
Hay códigos culturales como el de algunas autoridades religiosas que no te miran directamente a la cara porque está relacionado con un tema sexual. Hacerlo está prohibido. Puedo decir que nunca me he sentido más mujer que en Iraq.
—¿Cómo es eso?
Es complicado transmitir lo que quieres y lograr la relación igualitaria que buscas. Estás en una posición de desventaja solo por ser mujer. Eso no ha sido algo del todo grato. Pero hay que respetar su cultura.
—¿Qué prejuicios dejaste después de estar en Bagdad?
Probablemente pensar que Bagdad es pura guerra. Es una ciudad que mientras más te alejas de ese centro de donde yo vivo, es más laxo, hay más vida. Ves ambulantes de frutas como ves acá, restaurantes en diferentes lados, familias que salen a comer un domingo al lado del río Tigris. Creo que estamos muy acostumbrados a generalizar. Y eso en un segundo se te va cuando llegas.
—¿Te gusta la ciudad?
Me gusta el espíritu que he encontrado en la gente. Después de tantos años de crisis, siguen en su vida diaria con ganas de que las cosas cambien. Tienen una relación familiar que se parece mucho a la nuestra. Primos, tíos, abuelos se mantienen en mucho contacto. Son muy generosos, incluso con extraños.
—¿Por qué lo dices?
Por ejemplo, hay mucho peregrinaje por diferentes fechas religiosas. Algunas de ellas implican caminatas por cinco días a lo largo del país. Son miles y miles de personas caminando y a ninguna le falta comida. Es una generosidad que no había calculado encontrar. ¡Ah! y su relación con la comida es muy parecida a la nuestra. También son muy orgullosos.