Una travesía por la Interoceánica hasta el santuario del señor de Qoyllur Riti
Esta fue una expedición que partió en busca de nuevas rutas que logren la integración a través de la aventura, la ecología y la cultura, y que fundamentalmente sirvan para disfrutar de los atractivos que existen a lo largo del tramo II de la Interoceánica
Todo surgió a través de la idea de la Iniciativa Interoceánica Sur (ISUR) -que nace de la alianza estratégica de Oderbrecht Perú, Conirsa, Conservación Internacional y Fundación Pro Naturaleza- para contribuir a que el Corredor Vial Sur sea una herramienta de integración y desarrollo para los territorios y poblaciones aledañas a los tramos II y III de la carretera. Bajo este propósito sus acciones se canalizan a través de los programas de turismo responsable, econegocios, conservación de la biodiversidad y fortalecimiento de los gobiernos locales.
Con ellos decidimos buscar nuevas rutas de bicicleta por esa zona, por lo que convocamos expertos ciclistas para emprender esta expedición: Eduardo Stein, Guillermo Roda, Miguel Lozano, Yuri Lucanas y todo un equipo de apoyo logístico que siguió la ruta paso a paso. Salimos de Lima con una camioneta Chery Tiggo llevando parte de la logística que necesitábamos.
EL INICIO
El primer grupo partió desde Lima avanzando un primer tramo de unos 441 km por la Panamericana Sur hasta llegar a la ciudad de Nasca. Este tramo fue breve y tranquilo, inofensivo pensando en lo que nos espera al día siguiente, un trayecto largo… hasta el Cusco.
Nuestro segundo día de viaje nos trajo una de los más duras y agotadoras rutas de esta travesía, no solo por el cambio de altura entre la costa y la sierra, sino por todas las curvas interminables y abismos que nos esperaban.
Después de sortear innumerables curvas y subir desde los 460 hasta los 4.200 msnm llegamos a la Reserva Nacional Pampa Galeras -Bárbara D´Achille, ubicada a 90 km de la ciudad de Nasca. Esta reserva ayacuchana es uno de los lugares más importantes para la recuperación de las vicuñas y tiene una fuerza misteriosa.
El camino desciende por la quebrada de Lucanas para después subir al pueblo del mismo nombre y llegar 31 km más adelante a Puquio. Si bien toda la carretera está asfaltada y bien señalizada, es recomendable viajar de día y con cuidado. Desde Puquio (3.214 m) la carretera asciende nuevamente, cruza el abra Yauriviri (4.400 m) y pasa muy cerca de la laguna del mismo nombre. Posteriormente la ruta atraviesa una gran planicie, el abra Huashuaccasa (4.300 m), que es el límite entre Ayacucho y Apurímac, y luego empieza un descenso con muchas curvas hasta llegar a Chalhuanca, ubicada a 103 km de Abancay. Desde este punto hay que cruzar diversos poblados pequeños, ya con un clima agradable y un hermoso paisaje, hasta llegar a la ciudad de Abancay.
En este trayecto pasamos del desierto a la puna seca y luego develamos el verdor escondido de los Andes. Son cambios radicales en el paisaje, la flora y la fauna. Es el sueño de cualquier aventurero.
En Abancay hicimos una parada técnica para descansar y comer un poco. Ya faltaban pocas horas para llegar al Cusco.
La salida de la ciudad es por una carretera de pura curvas y paisajes hermosos. Aquí hay que tener mucho cuidado con las curvas ciegas porque te puedes encontrar con los animales que se cruzan en el camino o con camiones que vienen en sentido opuesto. En este trayecto uno pasa muy cerca del monolito de Saywite, la enigmática maqueta inca tallada en piedra. La piedra de Saywite es un gran bloque de granito de más o menos once metros de circunferencia ornamentada en su mitad superior con una serie de complejas y misteriosas figuras.
El resto del viaje la carretera es más recta y menos trabada, pasando por los pueblos de Curahuasi, Mollepata y Anta, hasta llegar a la ciudad de Cusco, donde nos reuniríamos con el resto del equipo y punto de partida de nuestra expedición.
LA EXPEDICIÓN
Sabíamos que el lugar donde íbamos era una zona de paisajes y climas extremos, con alturas que varían desde los 700 hasta los 4.900 msnm, por eso teníamos que estar bien preparados. De la logística del viaje se encargó Conandes Expediciones, la coordinación y alimentación fue responsabilidad de Inti Bike, las bicicletas y equipos para los deportistas las puso Wayo Bike, la ropa técnica fue de Columbia , las carpas de National Geographic y oxigeno de oxy force. Además tuvimos apoyo incondicional de Claudia Yep de Isur, que se encargó de las coordinaciones a lo largo del tramo II de la Interoceánica, y Mónica Claux, responsable de la logística y producción del campamento en la hoyada del Sinancara.
Salimos de Cusco muy temprano rumbo a Quincemil, nuestro destino. Atravesamos el valle sur y recorrimos unos 45 kilómetros. La ruta presenta buena disponibilidad de servicios como grifos, llanterías, restaurantes, bodegas y hospedajes sencillos.
En el camino atravesamos localidades de personalidad diversa: Saylla, el pueblo del chicharrón; Huasao, el de los brujos; Oropesa, la capital del pan; Lucre, la tierra del conejo, los dulces de leche y la fábrica de textiles del siglo XIX que resiste como anclada en el tiempo. Después pasamos por Piñipampa, donde se produce la mayor parte de las tejas que se usan en los Andes, y por el gran circuito del barroco formado por las iglesias de Andahuaylillas, Huaro y Canincunca, hasta llegar finalmente a Urcos. En este último punto está el inicio de la carretera Interoceánica Sur. Ahí empieza el tramo dos de la carretera que concluirá en el puente Inambari.
En ese momento empezamos el viaje de verdad. Si bien en el trayecto anterior recorrimos más de mil kilómetros, casi no pasamos por terrenos que no fueran asfaltados. Ahora íbamos a buscar diferentes desvíos de la carretera Interoceánica para pasar por rutas irregulares, ríos y caminos extremos ideales para la práctica de la bicicleta de montaña.
Después de recorrer varios kilómetros llegamos al abra de Cuyuni, ubicada a 4.185 msnm. Ahora sí nos sumergimos en la tierra del nevado Ausangate, la montaña más alta del Cusco y apu de la cosmovisión andina. El Ausangate es el origen del agua que llega al río Urubamba. Este tramo se caracteriza por una gran belleza paisajística. En esta región cada año entre mayo y junio se realiza una de las mayores peregrinaciones de América: el Qoyllur Riti, festividad a la que íbamos y donde culminaría nuestra expedición.
Preparamos las bicicletas para emprender nuestro viaje pero ahora ya no por la carretera sino por rutas ideales para la práctica del ‘mountain bike’. Seguimos el viaje con frío, atravesando las comunidades Ccaca, Ocongate, Tinky y Mahuayani hasta tomar un desvío hacia la laguna Hualla Hualla. El nevado Ausangate aparece imponente. Aquí arriba ya no crecen más que pequeñas florcitas que saben resistir la granizada y el clásico ichu. Estamos a 4.500 m.s.n.m. Es un terreno de accidentada superficie y hace un frío del demonio. Al pie del angosto camino está la laguna Hualla Hualla. Hasta este lugar hemos llegado sin ningún problema por una trocha en muy mal estado en algunos de sus tramos. Esta ruta era la antigua carretera de penetración que te conectaba con Puerto Maldonado, la cual recorrías en un día si tenias buena suerte y en dos semanas si había mal tiempo.
Después de recorrer esta trocha atravesamos pequeñas comunidades y poco a poco ganamos altura hasta llegar al abra Pirhuayani, el punto más alto de nuestro viaje. El abra de Pirhuayani está a 4.725 msnm. Aquí el camino no es un problema, sino la altura y el frío. No sabemos cómo nos vamos a comportar después de tanto recorrido, pero por suerte estábamos bien preparados.
Dicen que todo lo que sube tiene que bajar. Este es el paso más alto de nuestra ruta, de aquí para adelante lo único que tenemos que hacer es descender hasta los 700 metros. No vamos a extrañar los mareos ni los dolores de cabeza.
Desde este lugar comenzamos un espectacular descenso que nos llevará hasta el final del tramo II, Pero antes, todavía en la sierra, cruzamos lugares como Marcapata, que aparece mencionado en las crónicas del siglo XVI por ser punto estratégico del comercio del oro, la hoja de coca y donde se encuentra la iglesia San Francisco de Asís, templo que se caracteriza por la riqueza de sus pinturas murales, sus trabajos en madera y, sobre todo, por su techo de paja que se cambia cada 5 años en una fiesta conocida como repaje.
Después de pasar Marcapata empieza un abrupto descenso por un camino espectacular para este deporte, llegando horas después al poblado de Quincemil.
El origen de su nombre no está muy claro. Para la mayoría viene de las grandes precipitaciones que tiene esta parte de la selva alta, extraordinariamente rica en orquídeas, helechos prehistóricos y aves. Para otros el término nace de la época de los buscadores de oro de principios del siglo XX que llegaban desde 15 mil kilómetros de distancia. Una última versión dice que el nombre se debe a los 15 mil soles que les robaron a unos buscadores del preciado mineral.
Al día siguiente recorrimos diferentes caminos por la selva hasta llegar al río Araza, donde nos encontramos casualmente con un grupo de kayakistas que se dirigían río abajo con la intención de llegar remando a Puerto Maldonado para después entrar la Reserva Nacional Bahuaja Sonene. Nosotros en cambio teníamos un objetivo opuesto, subir hacia las montañas para participar la peregrinación del señor de Qoyllur Riti. Este encuentro fue muy importante para nosotros porque comprobamos que la Interoceánica integraba a los pueblos, mejorando la calidad de vida de sus pobladores y acercándote a diferentes lugares para disfrutar de las riquezas culturales y turísticas que existen a lo largo de la ruta.
LA PEREGRINACIÓN
Después de terminar nuestra travesía por Quincemil, regresamos hacia Mahuayani, un pequeño poblado a la vera de la carretera que durante la fiesta sirve como lugar de concentración de miles de peregrinos. Allí también empiezan los nueve últimos kilómetros de camino de herradura que deben recorrerse para llegar al epicentro de las celebraciones: el glaciar Qolquepunko en la hoyada del nevado Sinanqara y el santuario del señor de Qoyllur Riti.
Cada año más de 60 mil personas procedentes de diferentes lugares del Perú inician una peregrinación hacia la más importante fiesta religiosa del mundo andino, un ritual asociado a la fertilidad de la tierra y la adoración a los apus. El símbolo externo de la peregrinación es la imagen pintada en una roca de Cristo crucificado, pero su objetivo de fondo es la integración del hombre con la naturaleza creando una singular ceremonia, mezcla de ritos cristianos y andinos.
Integrados ahora a la larga y compacta fila de peregrinos, pedaleamos descubriendo un paisaje de belleza sobrecogedora. A 4.500 metros de altura el cielo es intensamente azul, los dorados pastizales altoandinos parecen infinitos y la presencia cercana de los apus o montañas tutelares se siente a cada paso, a cada vuelta del camino. Es aquí, de los deshielos de la cordillera Vilcanota, que nace el Wilca Mayu o Urubamba, el gran río sagrado de los incas. Son estas las pampas donde vicuñas, guanacos y tarucas comparten con domesticados rebaños de llamas y alpacas. Es en las paredes y farallones de esta extensa cadena de montañas que se extiende a lo largo de cien kilómetros de longitud donde el señor de los abismos, el cóndor, ha encontrado refugio. Es este el territorio de comunidades de pastores y campesinos que esforzadamente sobreviven junto con sus tradiciones, apegados a la tierra que por incontables generaciones los ha visto nacer. Es, por último, en la cara oriental de estas legendarias montañas que nacen las selvas del continente.
Seguimos avanzando y ese rumor que nos acompañó en el último tramo de la caminata se convierte en música y estruendo. Allí, rodeando el santuario y ocupando todo espacio posible, miles de personas vistiendo trajes multicolores, bailan al son de quenas y bombos hasta caer exhaustas, desafiando la altura y el frío y rindiéndole un sentido homenaje al Dios de la montaña. Sin embargo, no es hasta la madrugada del último día, cuando cientos de ukukus descienden bulliciosamente, precedidos por banderas y pututus del glaciar donde pasaron la mayor parte de la noche y el trozo de hielo simbólico y sus trajes multicolores empiezan a brillar nítidamente reflejando los primeros rayos del sol, que empezamos a intuir los más profundos significados de esta extraordinaria superposición de culto ancestral a las estrellas e intensa fe católica.
Después de compartir algunos días con tanta gente con un solo ideal, de alabar a sus dioses, finaliza nuestra expedición. Llegamos a la conclusión de que si el Qoyllur Riti en toda su magnificencia es solo una de las cientos de fiestas y ceremonias que los pueblos y comunidades celebran a lo largo de nuestro país, es fácil imaginarse el enorme potencial que aquí existe para el turismo. No todas son tan fastuosas o espectaculares, pero todas transmiten intensamente los sentimientos del hombre y mujer peruanos y reflejan, en su mezcla de influencias y tradición, la cultura andina del siglo XXI. Hoy, que quizás amenazados por el avance de la globalización y la uniformidad, sentimos la imperiosa necesidad de preservar las diferentes expresiones de identidad, la riqueza cultural del Perú se vuelve especialmente atractiva. El patrimonio cultural intangible de nuestro país, ese que no se ve ni se toca pero que se lleva y se transmite en el alma, ese que se expresa en el conocimiento, en el arte, es seguramente el tesoro más valioso que tenemos. Puede que la actividad turística sea una herramienta para su preservación, pero debemos recordar que al mostrarlo exponemos nuestros más genuinos sentimientos, nuestro corazón mismo y que tamañas revelaciones solo deben ser hechas con tranquilidad, muchísimo cuidado y a las personas correctas.
INTEGRANTES DE LA EXPEDICIÓN:
Carlos Conan Muñiz
Eduardo Stein
Guillermo Roda
Miguel Lozano
Yuri Lucanas
Sandro Palomino
Edgar Girón
Juan Durán
Monica Claux
Claudia Yep
MAYOR INFORMACIÓN:
www.conandes.pe
www.intibike.com
www.inkasadventures.com
www.interoceanica.pe