La poesía
El profesor X está en desacuerdo con uno de mis personajes. Siente que hubiera arrastrado la historia y cambiado el argumento original. “Un personaje no puede cambiar todo el eje de tu narración por puro capricho, has decidido que Antonio se convierta en un poeta y que defienda la poesía y que tu novela sea ahora nomás que una defensa de la poesía”.
Respondí que básicamente soy un poeta y que he decidido seguir siéndolo y que, por tanto, mi narrativa servirá para defender la poesía del reino maléfico de lo banal. “Si el alma humana ha muerto, la poesía está llamada a resucitarla, a devolver la vida a esa alma aniquilada, a dotarla de amor y de belleza. Toda mi novela y mis novelas que sigan servirán a ese gran objetivo”.
El profesor insiste, no obstante, en que mi causa es frágil, idealista y que soy un mal poeta. Recordé a aquella jefa de práctica de la Universidad Católica que me recibió en su casa para recordarmelo, para apalearme y sugerirme que destine mi ingenio al bolero o el vals.
Aunque recién me iniciaba en el género, me sentí tan quebrado que no escribí más por un buen tiempo. El último poema de aquel tiempo por coincidencia titulaba “Adiós”, inspirado en unos versos de Scorza muy sentidos. Luego lo renombré. Fue también el adiós a la poesía, al menos mientras me propuse aprender.
Adiós.
Para siempre adiós.
Viajeros de ida,
simplemente extraños.
Amor, siempre los adioses.
Es inútil combatir
el lindero del abismo.
Punto de agujas
Remotos arcanos.
Distantes barrios,
disímiles voces,
tu cuerpo yerto desdoblándose
en extraños territorios.
Es muy tarde, adiós.
Vierto mis humos arqueados
en las calles moribundas.
El océano ya no tiene tus ojos.
Eso es todo.
Adiós.