Las tardías claves de la felicidad
Los textos de autoayuda siempre me han sabido a sebo de culebra y engañifa, así que ruego no se espanten del título porque de lo que se trata es de fungir esta vez de “abogado del diablo” y llevarme yo mismo la contraria.
Hace unos días escribí sobre las manidas claves de la felicidad sin la certeza de su aplicación universal, más cuando quien las creó no sabe de las necesidades y penurias precisas de cada lector (aún de aquellos que me las requieren). Un encuentro me daría la materia y el molde para trabajar. Solo sabiendo del vacío y las circunstancias particulares es que el consejo nace con toda su plenitud y eficiencia.
Quien estas letras escribe recarga su tinta de ternura, la colma de buena fe y amor, la hace al intento de ensayar sus mejores luces, pero repara que es, precisamente, él quien las requiere para cerrar algunas de sus viejas heridas aún pobladas. Sí. Recuerda sus complejos, las in numeras veces que ha sido mueble, trasto, cero, nulidad, invisibilidad, vacío, margen, piñata, sombra. Precisa en su memoria los chicotazos a la mala, las soledades de antaño, las penas de hogaño, los vallejianos dolores de poeta que ha recibido ”duro con palo y con soga”, los desamores y los desaciertos, las esperanzas que no dieron fruto y los frutos tan buenos que hoy debe aprender a apreciar. Y entonces se pregunta ¿Por qué tendría que ser él precisamente el sabio de la aldea, el sabedor de las claves universales de la alegría de los otros?
Observa en una vitrina (Facebook) que quienes más le requieren de esas claves son, al decir de las imágenes y las letras, los más felices habitantes de la Tierra ¿Lo son realmente o acaso el Facebook es la inefable máscara de un mundo infeliz? Huxley viviría de plácemes, la Utopía de Moro habitaría en una pequeña pantalla , los viejos conquistadores hubieran encontrado El Dorado, la alquimia sería el milagro de Mark Zuckerberg ¿Es el facebook una exposición universal de la alegría? ¿Un teatro? ¿Una pantomima? ¿Un juego veneciano?
¿Vendrá, acaso, el día en que se alternen las risas con las quejas? ¿Nublarán las pupilas y el teclado? ¿Llegarán las confesiones y las penas de amor? ¿Las inquietudes serán proclamadas al mundo sin rubor de por medio? o ¿Tendremos aún vergüenza de los problemas en nuestras completas existencias? ¿Te acabas de divorciar o se te murió el abuelo y ensayas aún tu mejor selfie frente a las playas de Río del año anterior? ¿Por qué todos tienen los ojos secos? ¿Llorar en público puede ser tan malo? Quizás, tan malo como mostrar lo que quisieras ser y no eres ¿Hay una relación directa entre la vergüenza y la pena, entre el orgullo y la buena ventura?
Juan Honores, estudiante de Filosofía, quien hace unos días decía ser una sombra y haber recibido las más dolorosas laceraciones, es en el Facebook una luz viviente. Ríe, vive rodeado de gente, deslumbra en los salones, viaja, explora, ama, es amado, la fortuna lo persigue y él se deja atrapar….para la foto . Es en apariencia un hombre feliz. Las decenas de likes lo muestran como un sujeto aprobado, su sonrisa es de papel y sus ojos relumbran al sol como una estrella.
Al fin y al cabo, ya poco importa, el consejero nunca conocerá a Honores y nunca precisará lo que aquel necesita, pues viajó a París con una beca, sin retorno. No sabrá a ciencia cierta de las dimensiones de sus penas, no conocerá de sus cicatrices ni de las flagelaciones que mellaron su alma inasible como a un condenado, no secará la sangre de su herida colmada de furias y penas, no remendará su piel ni su alma, solo sabrá de su deslumbrante máscara, que es la de una comedia visible e imperecedera en el gran teatro de su computador.