Día mundial del Teatro
Entrevisté hace un tiempo al actor Eduardo Cesti sobre diversos aspectos de su vida. En aquel momento estaba perdiendo la vista y le habían amputado una de sus piernas como consecuencia de la diabetes. Finalmente, hablamos de Teatro y del pesar que lo invadía porque percibía que en medio del “boom” teatral, él no tenía un lugar. Afortunadamente, el actor logró subirse a las tablas a través de la adaptación de una obra de Ribeyro.
Pero ¿Vivimos un boom teatral?
Julio Escalante acaba de publicar un artículo que pone las cosas en claro. Él dice que no vivimos necesariamente un boom teatral: “Hoy existe en Lima una oferta mayor de obras en escena, pero el público que va al teatro no ha crecido al mismo ritmo”. Crece el entusiasmo por producir, hay una mayor disposición, se presentan obras extraordinarias y se constata el progreso de actores que suman su talento a la vorágine, pero lo que no hay es lo principal: salas llenas.
También es razonable cuando dice: “El espectador promedio no puede ver tanto teatro a la vez y tiene que elegir. Quizá solo una obra en el mes, quizá solo un par en el año”. Quien atisbe el precio de las entradas sabrá que la única opción para asistir a una sala es ser un espectador solitario. El costo de llevar a una familia una vez al mes es demasiado alto. Desde luego, el Cine aparece como una alternativa viable para un espectador promedio.
Es verdad, también que algunas buenas obras logran levantar la taquilla cuando ya ha transcurrido media temporada o cuando ésta va a concluir. Quizás el boca a boca, la difusión de los medios y la novedad de lo “bueno” llegan tarde. En lo particular, suelo visitar alguna obra por el tema que entraña, luego viene todo lo demás. Ese es el primer gancho. Mi reenganche lo puedo sintetizar así:
Tras una sequía de años, volví al Teatro hace unos meses. Fue “El hombre del subsuelo” (Josué Mendez). Yo no busqué la obra, ella me buscó a mí. Escuché una conversación en la que un sujeto le decía a otro que en el Teatro se venía presentando una adaptación de la novela “Memoria del subsuelo”, de Dostoievski. De pronto, me capturó el tema, la soledad, la moral, el dilema de decir siempre la verdad. El pequeño filósofo que me habita me condujo naturalmente a la boletería. Debía dilucidar el asunto.
Por fortuna la obra fascinó a este espectador exigente, que había abandonado el Teatro hacía años con un colofón de espanto, una obra que aligeró mis pies y me devolvió al Cine. Pero “El hombre del subsuelo” era otra dimensión del Teatro, el montaje, la dirección, el uso de la tecnología, las herramientas y perspectivas del Cine y la extraordinaria actuación de Pietro Sibille, todo en su conjunto me reconectó con las tablas. Tanto fue el entusiasmo que escribí una nota en el impreso de El Dominical, otros hicieron lo mismo en sus espacios. Sé que el público empezó a asistir, pero la temporada llegó lamentablemente a su fin. Sé que dado el éxito y la crítica, esta fina adaptación del novelista ruso ha vuelto a las tablas.
Admito que de no haber conocido el tema, la esencia filosófica de la obra, quizás no hubiera asumido el costo familiar de ver una obra en un país en el que tres o cuatro entradas de un Cine equivalen a una de un Teatro. No me arrepentí. Dados mis tiempos escasos, me perdí de algunas otras. Pero nuevamente me tentó el tema y volví. Fue “El alma buena de Zsechuán”, bien dirigida por Urpi Gibbons y magníficamente actuada por un grupo de jóvenes que se inician con buen pie. El debate entre el bien y el mal, la transformación moral así como la filosofía en cuestión me atrajeron nuevamente. Como en el caso anterior, no me equivoqué. Descubrí que la enseñanza y aprendizaje teatral perfilan grandes avances.
Semanas después otra conversación me puso en camino a la Asociación de Artistas Aficionados, se trataba de “El resistible ascenso de Arturo Ui”. El tema nuevamente, la filosofía, el mensaje, aquella inquietante sustancia que llama a mi interés por visitar los teatros. Se trataba de Brecht y de un curioso símil entre las mafias de Chicago en los años 20 y el alto mando Nazi. El poder supremo como manifestación de alguna entraña oculta del ser humano, la ausencia de escrúpulos, el mal en la picota. Podemos ubicar fácilmente a un alter ego de Hitler y de Goebbels vestidos de gangsters. La obra gana su flujo y agilidad progresivamente y nos da un buen sabor de boca al final.
Como escribí ayer (en El Dominical en la web), la más reciente novedad es “Chico encuentra chica” (dirección de David Carrillo). Y para persistir, me llevó el tema, tan en boga, por cierto, del acoso sexual. El acoso en la línea de los llamados “stalkers”, la visión de género, la dificultad de los hombres y las mujeres para hallar una convergencia de miradas fueron elementos suficientes para comprar la entrada. En este caso, las actuaciones intensas (cada uno cumpliendo a cabalidad el papel que le toca), la fluidez del relato y la manera de encarar la propuesta capturaron mi atención desde que se abrió el telón.
Quizás el boom esté en su aurora y algún día no quepa ni un alfiler en las salas. Para que la demanda sea tan elástica como la oferta es relevante la difusión. Señala bien Escalante: “Se pegan en cafés, bares y centros culturales afiches que no dicen nada de la obra”. La difusión debe inquietar, generar misterio, ser una pregunta que solo se puede resolver viendo la obra. Al menos en lo que a este amante de las historias respecta, el tema es fundamental. El descubrimiento y la fascinación (o el desencanto) es lo que viene después, al cerrarse el telón.
En lo particular, el Teatro que abre los ojos, que sensibiliza, que tienta al cuestionamiento radical, a la inquietud intelectual, ese es el de mi dilección. Queda por ver.