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refugio
Redacción EC

En un terreno escarpado que les permite mirar las puntas de los árboles a la cara, dos arquitectos encontraron el trampolín para vivir un día a día asombroso. Es que el encanto de un chalet colonial en los suburbios no representaba en lo más mínimo sus aspiraciones. El arquitecto neozelandés Andrew Simpson y su mujer, Krysty Peebles, estaban seguros: querían algo "experimental" y, en cuanto vieron la oportunidad, se arrojaron. Se treparon, para ser más precisos, porque esa era la única forma de acceder al lote que eligieron en Island Bay, una zona costera a diez minutos de Wellington.


Simpson, que hizo una pasantía en Kyoto, buscó inspiración en la arquitectura japonesa de posguerra; específicamente, en la 9-Tsubo House, una vivienda prototípica diseñada en 1952 por Makoto Masuzawa (tsubo es una unidad de medida de área del sistema tradicional japonés, equivalente a dos tatamis). En base a ella fue que diseñó un cubo revestido en chapa acanalada con techo a dos aguas, interior de doble altura sin divisiones y una pared trasera totalmente vidriada: estrategias que agigantan los 50m2 de la casa al hacer que los ambientes tomen prestadas las dimensiones de los otros y también las del horizonte.

La casa compensa su tamaño con un diseño de inmensa generosidad: el baño y el lavadero se esconden en el gabinete junto a la entrada dejando para todo el resto un espacio abierto. Haber dejado abiertos la oficina, el dormitorio y la cocina era la única respuesta sensata para una casa que se sostiene en la vista.

La planta baja tiene como límite -majestuoso y transparente- una puerta corrediza que se orientó de modo de captar el sol en invierno. En la pequeña biblioteca, el paño fijo tiene el tamaño de dos estantes. Fantástica compañía.

Con información de La Nación, Argentina/ GDA.

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