"Sonaron los violines", por Jorge Barraza
"Sonaron los violines", por Jorge Barraza
Jorge Barraza

Los casilleros de la final ya tienen nombre propio: y . La Copa América transmite un mensaje de justicia: los dos mejores de la Copa se disputarán su edición 2015. Argentina y Messi (imposible lo primero sin lo segundo) se aseguraron el sábado con la actuación más rutilante de la Copa: el 6 a 1 a Paraguay. Generaba, generaba y no podía concretar la Albiceleste. Se le dieron todos juntos. Lo insólito es que un equipo donde juega Messi marque media docena y el genio no anote. Son los insólitos caprichos de este deporte apasionante.

Paraguay pagó cara su osadía. Su entusiasmo de llegar a semifinales chocó contra la sucursal del Barcelona en Sudamérica, que juega con casaca celeste y blanca. Se llevó seis y trocó euforia por amargura. Es feo perder 6 a 1. ¡Vaya…! Argentina cayó por esa cifra en el Mundial ’58 y aún se lo recuerda como “El desastre de Suecia”. La delegación fue recibida a su retorno con monedazos en el aeropuerto.

La gélida noche de Concepción daba la impresión de que congelaría la inspiración de los jugadores; por el contrario, fue de las más hermosas futbolísticamente, con una Argentina arrolladora que por fin dio una felicidad completa a su gente. El 6 a 1 no tuvo sólo contundencia, también una generosa propuesta futbolística, ofensiva y plena de combinaciones armoniosas, estéticas y contundentes, culminadas por una variedad de goles, algunos muy bellos como el de Pastore o el primero de Di María, el del 3 a 1, tras una sucesión extraordinaria de toques en medio de muchas piernas, definida con un pase perfecto de Pastore y un disparo raso del zurdo. Curioso: Pastore y Di María habían recibido grandes cuestionamientos de prensa y público argentinos (incluido este cronista), el primero por su displicencia e hibridez, el segundo por su juego errático. Los dos secundaron a Messi como figuras en la goleada y levantaron su autoestima de cara a la final. Bien por ellos, supieron darlo vuelta a tiempo.

 Cuando un equipo cae por semejante resultado le llueven las acusaciones de todo tipo: hay camarillas… no quieren jugar… arrugan… no transpiran la camiseta… no cantan el himno… Los jugadores paraguayos no son más culpables que de su propio nivel de juego. En la paridad notable del fútbol actual en cuanto a preparación y conocimiento táctico, un 6 a 1 se explica por la diferencia de individualidades. Y está claro que las de Argentina son superiores a las de Paraguay. Martino dejó fuera de la Copa a tres jóvenes con destino de estrellas mundiales: Dybala (ya incorporado a Juventus), Carrillo (pasó de Estudiantes al Mónaco) y Vietto (fue del Villarreal al Atlético de Madrid). En Paraguay actúa todavía Roque Santa Cruz, quien apareció en la Copa de 1999, hace dieciséis años. Y están Paulo Da Silva (35 años), Nelson Haedo (casi 32), el Topo Cáceres (30), Justo Villar, que recibió los seis goles el día de su cumpleaños número 38… Gente grande, lo que revela la escasez de recambio. Para peor, la nueva figura, Derlis González, se lesionó solo y debió salir a los 26 minutos. Las diferencias de actores eran grandes. Y se reflejaron en el resultado.

La goleada argentina, por exhibición y dinamita, bajó los decibeles de la euforia chilena. Se advierte en los medios. “Ojo, todavía no somos campeones, va a ser duro…”, pensó el 90% de los hinchas locales. Es que Argentina plasmó todo el potencial que había amenazado ante el mismo Paraguay, Uruguay y Colombia. “¿Nosotros acusábamos a Tabárez de meter todos atrás contra Argentina…? ¡Mejor…!”, escriben hinchas uruguayos en los foros. “Menos mal que teníamos a Ospina en el arco”, comentan muchos colombianos. Paraguay pagó la cuenta de aquellas insinuaciones de gran fútbol.

Messi, una vez más, volvió a encantar. Lideró todos los avances con su fútbol claro, sabio, su técnica magistral y su frontalidad inigualable. Cada toque suyo tiene una explicación, cada pase es una maravilla y cada gambeta una señal de pánico para el adversario. Solamente hay que darle la bola y resuelve. Está en una fase fabulosa de su juego. Lo venimos puntualizando desde comienzos de 2014. Cuando advirtió que ya no le llegaban casi pelotas de Xavi o Iniesta y que tampoco podía tejer con ellos ni con otros compañeros del Barcelona maniobras conjuntas de toque decidió convertirse en centrocampista y asumir él el rol de armador y asistidor. Le costó lógicamente alejarse del arco rival, con lo cual resintió un poco sus notables estadísticas goleadoras, pero desde ahí alumbró esta genial versión de director de orquesta. Y de paso se convirtió en una pesadilla para técnicos y defensas rivales que no saben cómo tomarlo ni dónde, porque se mueve por toda la cancha. Amén de participar en los seis goles de su selección, robó balones y dirigió mentalmente el partido.

Leo fue la figura argentina en el debut ante Paraguay y ante Uruguay (en ambos recibió el premio al jugador más valioso), y luego dio una clase ante Colombia. Es sin duda junto a Jorge Valdivia y Gary Medel la figura de la Copa. Insólitamente, los diarios y canales chilenos han intentado minimizarlo al extremo con el clásico “no rinde en su selección”, “opaca actuación en Copa América” e irrealidades de ese tipo. La Tercera sacó un título desopilante la mañana del partido: “Messi desesperado (por su bajo nivel)”. Y días antes había propuesto “dejarlo en el banquillo”. Una curiosa manera de hacer periodismo: desinformando, deformando la realidad.

 Aún no ha ganado nada, pero igual es ponderable la capacidad de reinventarse del fútbol argentino. De aquel desordenado proceso con Maradona y la impiadosa goleada con que lo despachó Alemania de Sudáfrica (4-0), pasó a jugar la final del mundo en Brasil, con la misma Alemania (Sabella mediante), y ahora vuelve a estar en una definición continental. Siempre con nuevos técnicos. Y enfrentando a estrategas compatriotas (Pekerman, Ramón Díaz), incluso a jugadores de su cuna como Lucas Barrios, que le marcó dos goles en este torneo. No ha sido una transición tan larga, cinco años. Esa capacidad de renovación tiene que ver con la producción constante de jugadores y entrenadores. Y con Messi. Teniéndolo, todo es más fácil.

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