Joya y Contreras saludándose antes de inicio del partido por Copa Libertadores. (Foto: Jorge Barraza)
Joya y Contreras saludándose antes de inicio del partido por Copa Libertadores. (Foto: Jorge Barraza)
Jorge Barraza

Esos herejes piedrazos contra el bus de Boca en la llegada al estadio de River nos abochornaron y se llevaron el superclásico del fútbol argentino a Madrid. Allá se dirimió la final de la Libertadores. Vergonzante. Sin embargo, hubo decenas de incidentes peores en la Copa. Varios más violentos que pudieron terminar en tragedia. Siempre hará ruido aquel Santos 2 - Peñarol 3 de 1962, en el que debieron jugarse 38 minutos de ficción, en los cuales Santos creyó haber empatado (hizo un gol Pepe), y se evitó una catástrofe. O el Wilstermann 0 - Olimpia 2 de 1979, cuando la hinchada local, indignada por la expulsión de cuatro de sus jugadores, entró al campo y casi mata al juez brasileño José Roberto Wright, a quien le cortaron una oreja, la cual le quedó colgando.

Pero ninguno podrá igualar a aquel Deportivo Quito 1 - Peñarol 1 del 2 de marzo de 1969. Se cumplen justamente 50 años de uno de los sucesos más increíbles de la turbulenta historia copera. El tiempo le fue echando encima el polvo del olvido. Fue un sábado a mediodía en el estadio Atahualpa. Se enfrentaban los campeones de Ecuador y Uruguay. El Quito había formado un equipo fuerte y su gente estaba convencida de poder tumbar al gran Peñarol de la primera década de la Libertadores, que llegaba con el cartel de tricampeón de América y la figura inmensa de Alberto Spencer. La expectativa era extraordinaria: 50.000 personas colmaron el estadio. “Y 15.000 más se quedaron sin boleto y pugnaban afuera por entrar, lo que complicó más el accionar policial”, evoca Jacinto Bonilla, amigo y colega de prestigio que fuera jefe de Deportes de El Comercio, el cual dedicó varias páginas al gravísimo suceso, igual que El Universo. Jacinto fue testigo.

-Todo iba bien hasta el minuto 40 del segundo tiempo. El marcador era 1-1. Un rápido avance del Quito por la izquierda encontró en posición de remate al uruguayo Omar Pato Bagnuoli. El disparo de Bagnuoli iba rumbo al arco mientras Víctor Battaini corría por si había que rematar. Desde la línea, el chileno Elías Figueroa rechazó con la mano desviando la trayectoria de la pelota. El juez colombiano Omar Delgado, no vio o no quiso ver la mano de Figueroa decretando tiro de esquina a favor del Deportivo Quito-, cuenta Bonilla. Ahí estalló la Tercera Guerra Mundial.

-En ese instante -recuerda Battaini, uruguayo que se quedó a vivir en Quito- la señal fue confusa y Óscar Barreto, otro compatriota, ex Peñarol contratado por el Quito, me gritó: “Poné la pelota en el penal… ¿no viste la mano?”. Pero el juez Delgado dijo que era córner… tomó la pelota y la envió hacia la esquina… Allí se armó la bronca, porque la mano fue tan, pero tan clara que la indignación invadió los graderíos y la gente entró en la cancha.

Delgado era un mecánico de 28 años oriundo de Medellín. El referato era su vocación. O una buena salida. La gente ya estaba picada con él pues había dirigido cuatro días antes al Quito frente a Nacional de Montevideo y los comentarios decían que perjudicó al club azulgrana. Sin embargo, propio de la organización de la época, le designaron de nuevo para este partido.

-Uno de los primeros en invadir el campo fue Zenón, cuidador de vehículos que solían estacionarse en la Plaza del Teatro -prosigue Bonilla-. Zenón no dudó. Entró a la cancha para castigar a Delgado, quien lo recibió con un puntapié. Ambos cayeron al piso y en ese momento Goncálvez y Abbadie agredieron al hincha, lo cual aumentó más la ira popular.

Lo insólito es que mientras cientos de enardecidos ingresaban para linchar a Delgado y los jugadores de los dos equipos más la policía formaban un escudo para protegerlo, en otro sector el juez de línea ruso nacionalizado venezolano Serguei Chechelev, pese a su corpachón de 1,80 y 95 kilos, era levantado en andas por más gente, pues él había hecho señas insistentes con su banderín de que había sido penal. Delgado lo había desoído. Un cuadro surrealista.

Alguien colocó una tabla entre los graderíos de la general noroccidental y la cancha. Fue la pasarela ideal para una invasión colectiva. Mientras tanto, un patrullero de la Policía ingresaba al campo para sacar a Delgado. Cuando el jefe policial (también agredido salvajemente) buscó la salida, la puerta estaba cerrada. Otra trifulca. Gases lacrimógenos, bastonazos, sablazos para salvar la vida del pito colombiano, pero también la de los propios policías.

-Aquel lío ante el Deportivo Quito fue terrible -nos dice desde Chile Elías Figueroa, figura central de la polémica jugada-. ¿La verdad...? fue penal. Íbamos 1 a 1 y cerca del final se va Pablito (Forlán) arriba, porque se iba con todo al ataque, y justo meten un contraataque por ahí, salí a cubrir como pude, la pelota me iba a pasar por el costado, estiré la mano y la paré. El árbitro dio córner. ¡Se armó una...! Entraron miles de personas al campo, casi nos matan a todos, Spencer se mandó corriendo al túnel y nos cerraron la entrada, nos tuvimos que quedar ahí. Había entrado la policía montada. Pasó de todo. Al último pasaban los caballos solos, sin los policías arriba, quemaron patrulleros...

Battaini, entonces un muchachito de 19 años, retoma el relato:

-Como la batahola aumentaba, Spencer nos gritó que corriéramos por la puerta de maratón para buscar refugio y largarnos del estadio. En el bus fuimos jugadores del Quito y Peñarol y nos trasladamos al Holiday Inn, un hotel ubicado en el Valle de los Chillos, en las afueras de la capital.

Ya había entrado la caballería; no obstante el público seguía enardecido y buscaba romper todo a su paso. Lograron llevar a Delgado a vestuarios y lo sacaron disfrazado de policía en un auto de la fuerza. Lo trasladaron al hospital con un fuerte traumatismo en la cabeza, heridas y golpes en todo el cuerpo. Bonilla, quien ya despuntaba el oficio como cronista, cuenta el final:

-El epílogo increíble se produjo por la noche. Un periodista fue hasta el policlínico del club de Oficiales de la Policía para ver a Delgado. Mientras esperaba en la puerta de la sala, el diálogo escuchado lo dejó al borde del infarto: “El gol de Barreto fue con la mano. Por eso, no pité la mano de Figueroa. Había que compensar el partido, m´hijo”, le dijo un adolorido Delgado al enfermero de turno. El periodista, cuyo seudónimo era “D TcTive”, salió disparado a la redacción para cambiar la principal nota y contar lo declarado por el juez.

Tres motos policiales incendiadas, dos patrulleros destruidos, una motobomba de los bomberos apedreada, 12 heridos graves y 50 contusos, muchos de ellos policías y destrozos de todo tipo. Ese era el parte de guerra tras un partido de fútbol. Dios no quiso muertes.

Insólitamente, a Delgado lo premiaron luego dándole a dirigir la final entre Nacional y Estudiantes. Pero los platenses de Zubeldía y Verón estaban hechos a prueba de todo. De árbitros inclusive. Delgado nunca volvió al Ecuador y murió en 1991.

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