"Real Madrid es el mejor de la Tierra", por Jerónimo Pimentel
"Real Madrid es el mejor de la Tierra", por Jerónimo Pimentel
Redacción EC

Hubo un momento en el que la Intercontinental era un encuentro donde dos formas de entender el fútbol, distintas pero parejas, se medían para obtener una primacía que, por lo general, se intercalaba de manera natural. 

Evocar esas finales o, más atrás, los viejos partidos de ida y vuelta es también idealizar un período, previo a la ley Bosman, en el que el peso de la evolución futbolística mundial podía recaer tanto en Europa como en Sudamérica. Ninguna confederación tenía un signo inequívoco: al Santos de Pelé se contraponía el Estudiantes de Zubeldía; el Ajax de Van Gaal contrastaba con el Inter de Helenio Herrera. Lo cierto es que más allá de si los de la UEFA se obsesionaban con las tácticas defensivas o los equipos de la Conmebol exportaban su idilio con la pelota, o viceversa, una sensación de paridad abrigaba estos partidos en los que dos leones de valles distintos rugían, cada cual más fuerte que el otro, para tentar el puesto de fiera mayor.

Después de 1995 todo empezó a cambiar, y con la exportación industrial de talento y la reconversión de Sudamérica en cantera de la que se extrae materia prima para que se refine en los clubes europeos, el desbalance cambió la naturaleza de los encuentros. Se pasó de la simetría al desequilibrio, del suspenso a la sorpresa, del drama a la gesta. La dignidad pasó de ser un punto de partida, jugar a igual a igual, a una forma de resignación, que no nos goleen. Ha habido heroísmo, sí: lo que hizo Estudiantes con el Barza, en el 2009, fue un gran ejemplo. Pero aspirar a la excepción es una historia diferente. Otra narración. Una que, particularmente, gusta menos.

Lo que se vio el sábado fue eso: uno de los mejores clubes del mundo se esforzó apenas para doblegar a 11 muchachos al borde del límite de sus capacidades físicas y mentales (sobre lo último, piénsese en el error de Torrico). La maestría técnica de Kroos e Isco, la velocidad de Bale y Ronaldo, el oficio de Benzema, la determinación de Ramos, la seguridad del mejor Casillas, todo es demasiada fuerza para oponerla solo a ganas y esfuerzo. La distancia entre Real Madrid y San Lorenzo es la misma que hay entre San Lorenzo y Auckland City. Son deportes distintos, con objetivos distintos.  Si el espectador pensó, por momentos, que la camiseta de los cuervos era la del Levante, pues no fallaba por mucho. El margen entre uno y otro es, lamentablemente, similar; la estrategia  también: replegarse, especular, friccionar y tratar de meter la que quede.

No deben escatimarse elogios a Ancelotti por ello. Su racha de triunfos (22) y sus títulos en el año (4) no son sino la prueba de que el proyecto de Florentino por fin cuaja con respecto a las expectativas madridistas: no ser los mejores de España, sino de la Tierra. El camino está trazado, el proyecto financiado, la plantilla convencida y las dudas resueltas. El juego, funcional. Esta última es una palabra subvalorada ante el rasero del preciosismo, pero en realidad implica conseguir lo más importante: que una idea se vuelva estrategia; la estrategia, táctica; y que la táctica se ejecute con técnica. Nada le sobra al Madrid, pero nada le falta: es sólido atrás, el medio lo manejan tiempistas y lanzadores (James) y el espacio arriba lo cubren con el plantel más veloz posible (qué mejores extremos que el galés y el portugués) y un gran pívot (el francés). Cuando toca engalanarse, brillan Kroos o Isco; cuando hay que apretar, emergen Pepe y Ramos.

Aunque bajo la misteriosa lógica de Niembro ganar el Mundial de Clubes vaya en detrimento de la aspiración de Cristiano Ronaldo de conseguir el Balón de Oro, lo cierto es que él es quien mejor representa esta nueva hegemonía merengue. Si ello gusta o no es tan irrelevante como los comentarios que se vierten en Fox Sports.

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