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En la cabeza de Laurent Blanc no cabe espacio para un plan B porque confía a ciegas en su fórmula A, dado que no suele recular ni intentar comandar una vuelta atrás, incluso, cuando su vista se empaña por alguna adversidad. Entonces, no es secreto que la especialidad de la casa en Parque de los Príncipes es el contragolpe y a partir de los dotes de Zlatan Ibrahimovic gira la propuesta del once.
El sueco no es Dios, como aseguró la semana pasada, pero en PSG lo hacen sentir como tal. No solo por la trascendencia única que posee sobre el sistema de juego, sino también por el cariño que frecuenta bajar de la grada.
En el fútbol existen dos factores que marcan el modelo de un equipo: el lugar del campo donde empiezan a recuperar el balón y el volumen de futbolistas que emplean para atacar. Y ante el Nantes, una presa nada fácil, los parisinos no abandonaron su estilo ni sus convicciones, puesto que se vio una defensa adelantada y una ofensiva que constantemente forzó al error de los zagueros rivales.
De hecho, pasada la media hora de encuentro, el PSG no había originado situaciones de riesgo hasta que Ibrahimovic oprimió a Vizcarrondo con todo su peso. Simuló ser un yunque de herrero, pues de una contra a velocidad crucero (7 toques y 18 segundos), explotada por Lucas, el propio Zlatan originó el espacio, lo atacó e hizo del venezolano su títere de circo. No exagero, se vio un delantero tan confiado en sus posibilidades, que en solo dos movimientos quebró la cintura del central para anotar.
De la tribuna París, lo que vendría a ser Oriente, Zlatan arrancó mil y un elogios: “¡C´est un monstre!”,“¡es un monstruo!” en traducción libre, fue la expresión que registré tras la segunda conquista de Ibrahimovic (octava en Ligue 1), quien de un misil intratable para Riou corroboró que la inspiración individual puede ser capaz de salvar a cualquier sistema táctico.
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