"La fiesta imposible", por Raúl Cachay
"La fiesta imposible", por Raúl Cachay
Redacción EC

La se quedó sin estadio. y se quedaron sin sus barras principales. Y todo esto es el resultado de un caos que ha existido desde que las barras de los equipos más populares del país comenzaron a organizarse.

Cuando yo empecé a ir al estadio, en la segunda mitad de los 80, Norte era una tribuna mayoritariamente crema pero que se percibía neutral a la distancia y los ‘ultras’ más violentos solían alentar a Alianza desde Sur. Recuerdo que hace tres o cuatro décadas, incluso, se producían jornadas futbolísticas múltiples que forzaban a una tensa convivencia de dos, tres o hasta cuatro barras ‘oficiales’ en la tribuna de Oriente, al más puro estilo de la vieja Copa Perú. Se producían trifulcas, claro que sí, pero rara vez se hablaba de heridos y mucho menos de muertos.

Pero, poco a poco, el germen de la violencia fue enfermando a todos, entre ellos a los propios dirigentes de los clubes que, pese a ser testigos, semana tras semana, de que la violencia y el salvajismo iban in crescendo dentro y fuera de todos los estadios del país, jamás se atrevieron a tomar al toro por las astas y desentenderse de aquellos ‘barristas’ que incendiaban buses, asaltaban y golpeaban a transeúntes, extorsionaban jugadores y, en buena cuenta, le arruinaban la fiesta del fútbol a todos los demás.

En Inglaterra, los ‘hooligans’ fueron impedidos de ingresar a los recintos deportivos a perpetuidad. Aquí, como en otros países en los que la violencia sigue acumulando víctimas, como Argentina, los salvajes normalmente entran a los estadios sin tener que desembolsar un solo centavo.

Por eso, mientras no cambie la mentalidad de las autoridades y los directivos, medidas como las que se han tomado esta semana no dejarán de ser circunstanciales saludos a la bandera. Y los hinchas también tienen que cambiar y darse cuenta de una vez por todas que la solución del problema también depende de ellos: los buenos barristas, que los hay y por miles, no deben sucumbir más ante esos delincuentes agazapados en una bandera que se creen los dueños de las tribunas.

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