Juan Pablo Vergara falleció a los 34 años, horas después de sufrir un accidente automovilístico. (Foto: Binacional)
Juan Pablo Vergara falleció a los 34 años, horas después de sufrir un accidente automovilístico. (Foto: Binacional)
Jerónimo Pimentel

El tercermundismo no es una abstracción ni una descalificación antojadiza, es un estado emocional, intelectual y material. En el ámbito futbolístico consiste en no poseer las condiciones necesarias jugar a nivel profesional. Es natural que esta precariedad se juzgue a partir de su (escaso) valor. Ocurre poco que clubes con canchas en mal estado, equipos mal pagados y problemas internos produzcan un juego estético y exquisito. Lo dramático pasa cuando las consecuencias de esta pobreza cuestan vidas, como la del volante Juan Pablo Vergara.

La búsqueda de culpables es una reacción inherente a todo accidente, lo que se refuerza con el hecho de que toda la región de Puno carezca de un establecimiento capaz de tomar una resonancia magnética. ¿Quién es responsable de la penuria estructural? La sorpresa es de los desinformados: según el Ministerio de Salud, en dicha región el 67.7% de los bebes y niños entre 6 y 36 meses padecen anemia. El fútbol y sus debates se vuelven irrelevantes en estas condiciones.

Juan Pablo Vergara falleció a los 34 años, horas después de sufrir un accidente automovilístico. (Foto: Binacional)
Juan Pablo Vergara falleció a los 34 años, horas después de sufrir un accidente automovilístico. (Foto: Binacional)

Y, sin embargo, la pelota sigue rodando. Existen varias teorías al respecto. Una es que el show debe continuar, que esta es la mejor forma de pasar la página. No parece muy efectiva de cara a cambios y mejoras. Otra es que se debe compensar la tragedia, tal como ocurrió con el Atlético Nacional y el Chapecoense en la Copa Sudamericana del 2016. Ambas formas de conducirse se apoyan en una tradición. Desde el punto de vista estrictamente futbolístico, es evidente que el Binacional parte con desventaja: ha perdido un jugador y cuenta con otros dos magullados. Hay algo inhumano en forzar la final en estas circunstancias, así el propio Mosquera haya sido el principal impulsor de que se juegue incluso en fecha. ¿Cree el DT que podrá convertir la tristeza en impulso, la ausencia en revancha? Cuando se tocan esas fibras y se busca la épica se invoca también a la catástrofe. ¿O pensará el entrenador que es peor postergar los partidos porque la espera hará más doloroso el luto y más pronunciada la pérdida?

La tragedia del Fokker se conmemoró hace pocos días y es inevitable volver a ella en busca de lecciones. La primera, que la precariedad castiga. La segunda, que el aspecto humano siempre debe primar. Lo natural, quién puede estar en desacuerdo ahora, hubiera sido otorgar el campeonato de 1987 a Alianza Lima. Obligarlos a jugar con figuras retiradas, juveniles y profesionales prestados es, queda claro hoy, grotesco. Bajo esta misma lógica, la primera final jugada ayer, sea cual sea el resultado del partido (estas líneas se escriben antes), es literalmente incomentable. En contadas ocasiones el silencio es más importante que los gritos de gol.

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