La FIFA acaba de reabrir un viejo frente en el que, por lo general, gana cuando quiere. Es el de sacrificar competitividad deportiva en pos de ensanchar el negocio bajo el mascarón de proa de la representatividad.
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Normalmente, el escenario de esta batalla fue el mundial de selecciones, que pasó de tener 16 equipos (13, en 1930, aunque por razones logísticas), a 24 en España 82, y 32 en Francia 98. Ya está en mesa la propuesta de pasar a 48 banderas en Qatar, aunque el debate ha sido pospuesto en tanto implicaría sumar un país coorganizador. Cada aficionado al fútbol podrá evaluar cuánto ganó o perdió el Mundial por estas adiciones. Una variable a considerar puede ser la cantidad de partidos que carecieron de interés para el mundo futbolístico de los jugados en Rusia: Arabia Saudí vs. Egipto, Marruecos vs. Irán, Panamá vs. Túnez o, por qué no, el Perú vs. Australia.
Giovanni Infantino, el presidente de la FIFA, propone ahora llevar este criterio al Mundial de Clubes, un torneo hasta ahora fallido. Lo es porque nace de un despropósito: deshacer la vieja rivalidad entre Europa y Sudamérica, que se dirimía en la Copa Intercontinental, para abrirla a las otras confederaciones. El resultado ha sido funesto: una competencia sosa y costosa, a contracalendario, en la que clubes de segundo nivel naufragan una y otra vez contra los gigantes europeos, que ven consolidada su hegemonía al punto del aburrimiento.
La nueva idea consiste en subir la apuesta: convocar a 24 clubes cada cuatro años para realizar un torneo similar al de países, cuya prueba está prevista para el 2021. La UEFA, que posee un pulso histórico con la FIFA, ha dicho que no y por lo tanto boicoteará la competición al menos hasta el 2024, posición apoyada por la Asociación de Clubes Europeos y FIFPro, la federación internacional de jugadores profesionales. Las razones oscilan entre la tensión política (“No hemos sido consultados”) y las objeciones técnicas (“El calendario está suficientemente recargado y los jugadores necesitan descansar”). Desde Zúrich han contestado lo último con criterio: al desaparecer el actual formato y la Copa Confederaciones, la carga anual de trabajo se reduciría.
La verdad suele estar entre la economía y el poder. Desde Europa creen que la iniciativa de Infantino disminuye la importancia de la Champions League, la joya de la UEFA. A su vez, consideran que el torneo tal como está propuesto favorece comercialmente a clubes menores del resto del mundo a costa de su prestigio. Desde la Conmebol se ha recibido la propuesta con algarabía, pues al poseer un cuarto de los cupos (6), según comunicado de prensa, se reconoce “la grandeza del fútbol de Sudamérica”. No está decidido aún el criterio de reparto, aunque es claro que los campeones de las copas Libertadores y Sudamericana tendrán un lugar.
¿Cómo afectan estos eventos y decisiones al fútbol peruano? Tristemente, de ninguna forma. La presente Libertadores demuestra de manera inequívoca lo lejos que estamos, en términos deportivos, de cualquier aspiración internacional.