Kyrgios, tenista australiano. (Foto: AFP)
Kyrgios, tenista australiano. (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

Lo ha vuelto a hacer. Y es esa reincidencia la que lo aleja de ser el payaso que Goffin, tras el escándalo, dijo que era. El nuevo bochorno de , por más circense o provocador que parezca es, en el fondo, un pedido de auxilio de un tipo que simula una arrogancia que no tiene. Lo de ayer en el Foro Itálico es inexplicable de cualquier forma. Pero lo es más si se atiende a la coyuntura: el australiano que ya había protagonizado algunas escaramuzas verbales con el Juez de Silla, enfrentaba u encentro parejo en el tercero contra Casper Ruud, y si bien le acababan de quebrar el servicio en el inicio del set, el panorama no era desalentador; quedaba mucho partido todavía. Es en ese contexto, de relativa paridad, que ocurre lo inimaginable. Nick sin saber cómo, se enfrasca en una disputa dialéctica con el Juez de Silla, pierde el control e incendia la pradera: primero, pateando una botella de agua; y luego, furibundo, arrojando una silla por los aires. Fue descalificado al instante.

Esta actitud en cualquier tenista sería incomprensible; sin embargo, si se trata de Kyrgios no sorprende. Es que cada vez con mayor frecuencia se quiebra algo dentro de él que lo obliga a ser el centro de atención a cualquier precio. Es una suerte de histrionismo defensivo disfrazado de hombre rudo; o una protesta individual contra la zozobra irreductible que el ser humano enfrenta por el solo hecho de estar vivo. Aunque luzca fuerte o despreocupado Kyrgios sufre y tiene serios trastornos psicológicos. No solo lo prueban sus actos. También sus palabras.

Un día antes del explosivo incidente en Roma Kyrgios, en una entrevista con el cronista Ben Rothenberg, ya había “descabezado” a dos de sus colegas. No contento con manifestar que Verdasco era el más arrogante en el circuito. Luego, acaso haciendo una proyección de sus propias inseguridades, aseguró que “ Djokovic sentía una obsesión enfermiza por sentirse admirado”. Acto seguido agregó que “no es uno de los mejores de todos los tiempos. Yo lo derroté las dos veces que nos enfrentamos sin hacer mayor esfuerzo”.

Esta no es la primera vez que el ciclotímico australiano se atomiza preso de algún exabrupto. Ya, en el 2015, le espetó a Wawrinka en pleno partido: “siento decírtelo, pero Kokinakkis se acostó con tu novia” aludiendo a un evento del pasado que involucraba a su ex compañero de entrenamiento y a la pareja de Stan. Luego se retractaría. Pero las palabras, como las piedras en el aire, ya no se pueden detener. Esta anécdota es tan solo una muestra de su vasto prontuario autodestructivo.

En la entrevista del otro día al New York Times se ufanaba, como si fuese una gracia, de haber conseguido el título de Acapulco, pese al repudio popular y al hecho de que “vox populi” se acostaba todos los días a las 4 de la mañana. La reacción que provocan sus declaraciones en los amantes del deporte, es similar a la que produce Mayweather cuando se jacta del dinero que ha ganado en el boxeo. La diferencia radica en que, mientras Floyd lo hace como estrategia de marketing, Kyrgios simplemente necesita ser y hacer noticia. Lo paradójico del caso es que podría serlo por sus atributos tenísticos. Pero él no termina de confiar del todo en sus asombrosas capacidades. “No estoy seguro de si esforzándome al cien por ciento podría ganar un Gran Slam” confesó atormentado.

Lo ha vuelto a hacer y ya los demás tenistas están cansados de tolerarlo. Es tiempo de poner un freno a todo esto. Si la ATP no lo sanciona ejemplarmente las cosas se van a poner feas en el circuito. Kyrgios debería aceptar que tiene problemas intrínsecos graves y buscar ayuda profesional. Si no lo hace su futuro puede tornarse muy incierto.

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