(Juan Guillermo Lara / El Comercio)
(Juan Guillermo Lara / El Comercio)
Redacción EC

El gobierno de PPK cumple sus primeros 12 meses y los resultados económicos no son los que los peruanos esperaban de la primera administración 100% tecnócrata de nuestra historia. Naturalmente, la economía ha sufrido los estragos de El Niño costero y el Caso Odebrecht, pero incluso en ausencia de estos, la crecería a un ritmo de 4% en el mejor de los casos.

Para dinamizar la economía a largo plazo y devolver el crecimiento potencial a niveles cercanos a 6%, el Gobierno apostó todo a la teoría del destrabe. La lógica detrás de esta tesis es que bastaba con sacar adelante un par de proyectos importantes para que la confianza empresarial se recuperara y la inversión privada revirtiera su caída. Poco a poco, la economía entraría en un círculo virtuoso en el que más confianza llevaría a más inversión, lo cual a su vez reforzaría la confianza.

Este diagnóstico estaba equivocado y el resultado fue que la administración ppkausa invirtió recursos valiosos (capacidad de gestión y capital político) en empujar proyectos con dudoso impacto. Mientras tanto, el crecimiento no ha repuntado, el empleo formal ha comenzado a caer por primera vez en más de una década, y tanto el consumo como la inversión privados continúan deprimidos. No es que las expectativas empresariales no sean relevantes: ‘shocks’ negativos, como la incertidumbre electoral que se vive cada cinco años, ciertamente juegan un rol importante. Pero sobre un horizonte de tiempo más largo, es mejor pensar en las expectativas como un síntoma antes que como una causa de la baja inversión privada.

El Perú es una economía de baja productividad. Si la inversión privada cae, es en gran medida porque invertir ya no genera retornos esperados lo suficientemente altos, especialmente ahora que los precios de los metales son menores.

Lo que se necesita, por lo tanto, es identificar qué impide que la productividad se incremente. Un factor bien podría ser la brecha de infraestructura, pero en ese caso habría que preguntarse si proyectos como Chinchero eran efectivamente prioritarios. Si el objetivo final hubiera sido reducir el déficit de infraestructura en vez de simplemente destrabar rápido y fácil para que las expectativas mejoren, la priorización de los proyectos hubiera sido otra.

Destrabar proyectos, dicho sea de paso, no ayuda a resolver la informalidad laboral, la cual representa uno de los principales obstáculos para elevar la productividad. De acuerdo con Norman Loayza, alrededor del 70% de la diferencia en productividad entre un trabajador formal y uno informal responde al acceso a capital que tiene el primero. Y aunque la informalidad responde en gran medida a la velocidad de crecimiento, como bien han señalado Waldo Mendoza y Enzo Defilippi en este Diario, también es evidente que nuestra informalidad es demasiado alta para un país de ingreso medio como el Perú.

En un contexto de menores términos de intercambio y productividad todavía rezagada, el país tiene por delante retos mucho más grandes que las bajas expectativas empresariales. El mensaje a la nación que el presidente dará este viernes es una buena oportunidad para comenzar a enfrentarlos. Todavía está a tiempo.

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