Un fragmento de "Cuba Stone", De Jeremías Gamboa
Un fragmento de "Cuba Stone", De Jeremías Gamboa
Jeremías Gamboa

Little Indian girl, where is your father?

Little Indian girl, where is your momma?

They’re fighting for Mr. Castro in the streets of Angola.

“Indian Girl”, Rolling Stones, 1980

Esto es algo así como un microcuento familiar. Una pequeña lección acerca del pasado y la manera en que guarda pequeñas verdades.

Es así: cuando era muy niño, allá por los inicios de la década de los ochenta, mi papá me contó que a la salida del restaurante en que trabajaba había visto a los Beatles. Ante mi estupor me dio detalles: eran los sesenta y papá llevaba ya algunos años en Lima. Había dejado la casa de sus padres, en Ayacucho, en 1957, y había viajado por su propia cuenta a la gran ciudad. Había sido mandadero en tiendas de japonesas en La Victoria y luego freidor de papas y terminó de mozo en un restaurante de carnes en la plaza San Martín, que se llamaba La Pampa: fue allí que una mañana, saliendo de su trabajo, vio a los Beatles. Papá siempre traía a casa historias increíbles de su trabajo: las más sorprendentes eran sus encuentros con escritores famosos, como Antonio Cisneros o Julio Ramón Ribeyro, estrellas de la televisión peruana o políticos conocidos. La más increíble, sin embargo, la que me hacía soñar cuando era niño y le pedía que me volviera a contar, era esa mañana en que, en las puertas de su trabajo, vio con sus propios ojos, entre las arcadas de la plaza San Martín, revisando periódicos y haciéndose lustrar los zapatos, a los Beatles, a los putos Beatles en persona, indiferentes a las miradas de un corro de personas que no se atrevían a abordarlos y los miraban como a criaturas de otra galaxia. ¿Qué hacían en el Perú? ¿Habrían tenido el retraso en un vuelo de conexión? ¿Habrían llegado de incógnitos para conocer Machu Picchu? ¿Quiénes estaban? ¿Lennon y Harrison? ¿Paul y Ringo? Mi papá no sabía decir quiénes, pero eran ellos. Y como no podía alejarse de su trabajo, solo los había visto un momento, hasta que se retiraron a otro lugar de la plaza.

Les conté la historia a mis amigos del colegio y por un momento los deslumbré. Con el paso del tiempo, sin embargo, dejé de contar la historia y, ya pasando la adolescencia, empecé a desconfiar de ella. Hasta que ya no me la creí. Porque ni en la universidad, ni durante los años en los que ejercí a tiempo completo el periodismo, escuché a alguien hablar de esa visita. Cada vez que papá volvía a contar la historia le decía que no le creía, y me burlaba un poco de él. ¿Así que los Beatles, no? ¿En la plaza San Martín de Lima? Él siempre porfiaba y yo le hablaba de cosas que no encajaban. ¿Cómo no hubo una multitud que se abalanzara sobre ellos? ¿Cómo no había guardias de seguridad, chicas que gritaran histéricas? Si hubieran venido a Lima, así fuera de incógnito, se habrían hecho reportajes, libros, series enteras sobre su paso por la ciudad. Solo las llegadas de William Burroughs y de Herman Melville habían generado novelas enteras. Cuando pasaba algo muy extraño, o muy extremo, o muy delirante, yo siempre le decía a mi papá lo mismo. “Claro, como la vez que viste a los Beatles en la plaza San Martín”. Y él insistía. “Te juro, hijo”, me decía. “Te juro que los vi”.

Estoy en un avión que partió de Trujillo hace una hora y acaba de aterrizar en Lima cuando leo el pasaje del libro de Cucho Peñaloza que narra un episodio puntual de la primera visita de los Rolling Stones a Lima, luego de que dejaran el hotel Crillón y se fueran caminando al hotel Bolívar, que está en plena plaza San Martín. Una mañana del 18 de enero de 1969, Jagger, Richards y probablemente el cineasta Anthony Foutz, a quien los medios luego confundirían con un miembro de la banda, decidieron hacer una incursión por los alrededores de la plaza San Martín. Cruzaron el Jirón de la Unión, se metieron en las arcadas, caminaron, tomaron algunas fotos de la gente y de un grupo folclórico que bailaba marinera. Es probable que en la puerta de uno de esos negocios —el restaurante La Pampa— haya estado, muy joven, ya casado con mi mamá, mi padre, con su uniforme de mozo. Cierro el libro, desactivo el modo avión del celular y llamo a mi papá.

—Papá, tengo una pregunta —le digo, una vez que mi mamá me lo pone al teléfono—. ¿Hasta qué año trabajaste en La Pampa?

—¿Cómo?

—¿Hasta qué año trabajaste en La Pampa?

—Hasta el año 71.

—Viejo, tú no viste a los Beatles. Es verdad que estuviste a unos metros de unas megaestrellas y quizás se estaban lustrando los zapatos en la plaza San Martín, pero no eran los Beatles. Eran los Rolling Stones.

Del otro lado del celular se escucha un silencio.

—No, discúlpame —me dice—. Eran los Beatles. Te lo juro. Yo vi a los Beatles. Eran tres.

—Así es. Había otro, un cineasta al que tomaron por un Stone. En verdad viste a solo dos. A Mick Jagger y a Keith Richards. Se hospedaron en el Bolívar, salieron a caminar por la plaza y se quedaron en el puesto de quiosco al lado de tu negocio.

Papá se lo piensa un rato. Se toma su tiempo, como si meditara. El silencio se hace largo.

—Eran los Beatles —dice al fin—. Quizás ese día se parecían a los Stones pero eran los Beatles. ¿Cuándo me vas a creer?

Le digo que le creo, claro. Por cosas así quiero más a mi papá.

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