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El Inca Garcilaso de la Vega: un historiador entre dos mundos - 1
John Hemming

Gómez Suárez de Figueroa, más tarde conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, nació en el Cusco en 1539. Debido a su origen heterogéneo —hijo de un capitán español y de una princesa inca— Garcilaso fue uno de los primeros mestizos, tanto en un sentido biológico como ideológico, y ha sido descrito como “el primer peruano, espiritualmente hablando”. 
    En 1560, con tan solo 20 años, Garcilaso abandonaría el Perú para siempre, pero no fue sino hasta 1590 que iniciaría la verdadera travesía que lo llevaría a ocupar un lugar esencial en el universo de las letras. Fue a principios del siglo XVII, cuando tenía alrededor de 60 años, que empezó la escritura de los "Comentarios reales de los incas" —aunque esta es su obra más célebre, no fue la única que produjo: en 1605 escribió "La Florida del inca"; y en 1617 la "Historia general del Perú", publicada póstumamente—.
    Todo historiador depende en gran medida de sus fuentes. Y si bien es cierto que Garcilaso poseía una memoria prodigiosa y podía evocar con facilidad eventos y lecciones aprendidas de su familia durante la infancia, también es verdad que nuestro futuro cronista nunca tomó notas sobre la vida cotidiana y la realidad que conoció en su natal Cusco. En este sentido, Garcilaso se encontraba en una gran desventaja en comparación con los historiadores modernos —quienes disponen de abundantes crónicas, declaraciones de testigos presenciales y archivos atiborrados de miles de documentos.
    Por fortuna, posteriormente se topó con media docena de textos, los cuales citó extensa y escrupulosamente para escribir su propia versión de la historia de la conquista de lo que luego sería el Virreinato más poderoso de Sudamérica. La mejor y más importante de todas fue —a mi parecer— la famosa Crónica del Perú, publicada en 1550 por Pedro Cieza de León, soldado y magnífico cronista que llegó al Perú a fines de 1540. También se sirvió frecuentemente de los documentos escritos por Francisco López de Gómara, donde narra la historia de la ocupación española de México; una historia que, pese a estar bien escrita, sufre de la parcialidad de un autor que nunca cruzó el Atlántico y que además, por ser capellán de Cortés, tenía una visión sesgada de Pizarro y del Perú. Otro historiador esencial que registró los hechos de la conquista fue el contador Agustín de Zárate, quien visitó el Perú a mediados del siglo XVI.
    Para referirse al episodio de la guerra civil que enfrentó a los conquistadores, Garcilaso echó mano de la "Primera y segunda parte de la historia del Perú" (1571), de Diego Fernández, el Palentino, así como de sus propios recuerdos de la turbulencia vivida entre la década de 1540 y 1550. Por último, citó los trabajos de los jesuitas José de Acosta y Blas Valera, quienes vivieron en la segunda mitad de aquel siglo. Sin embargo, ninguno de estos dos textos resultó demasiado satisfactorio. Acosta fue un gran intelectual, pero escribió sobre el Nuevo Mundo en su totalidad, de modo que brindó poco material fresco acerca del Perú; además, su espíritu de erudito lo llevó a interesarse especialmente en las ciencias naturales. Blas Valera, por su parte, es una figura misteriosa, cuya obra solo conocemos a partir de los pasajes citados por Garcilaso —quien afirmó haber obtenido dichos fragmentos de los despojos que sobrevivieron del saqueo de Cádiz de 1596 perpetrado por Robert Devereux, II conde de Essex, y por sir Francis Drake—. Puede que el padre Valera haya guiado a Garcilaso en el conocimiento de los indios ancianos del Cusco de la década de 1580, pero ciertamente lo llevó a conclusiones erradas acerca de la antigüedad de la expansión inca. 
    
—Polémica —

Durante el siglo XIX, la reputación de Garcilaso como historiador sufrió un duro embate. Apareció una serie de críticas que lo señalaban como un autor poco confiable, cuya obsesión por narrar una buena historia lo llevó a incluir en sus textos elementos ficticios; e incluso lo acusaban de tomar muchas más ideas de Blas Valera de lo que consignó en su obra. Sin embargo, hoy en día, estos ataques no solamente han sido ampliamente refutados, sino que además se reconoce el admirable manejo que hizo Garcilaso de las limitadas fuentes con las que contaba. Sus magníficos libros están colmados de importantes observaciones tomadas de los propios recuerdos de su adolescencia y de la tradición recogida de su familia materna. Así, en cuanto a hechos históricos se refiere, Garcilaso generalmente está en lo correcto, pero de todas formas debe ser leído con cautela. 
    Un área en la que Garcilaso erró gravemente es la que concierne a la antigüedad y la extensión del Imperio inca. A diferencia de lo que afirma la mayoría de los especialistas modernos —quienes coinciden en que hubo únicamente doce emperadores, de los cuales, los primeros corresponden a personajes semilegendarios—, Garcilaso siguió a Blas Valera, quien sostenía que el predominio incaico se mantuvo a lo largo de varios siglos. De igual modo, para nuestro cronista, la expansión del imperio fuera de los confines de Cusco comenzó con los primeros gobernantes; no obstante, para la crítica actual, fue recién con la victoria de Pachacutec sobre la cultura Chanca, alrededor de 1440, que se dio inicio a la magnífica conquista que se prolongó por más de 90 años. 
Orgulloso de su herencia indígena, Garcilaso se empeñó siempre en retratar el gobierno incaico de la mejor manera posible, mostrándolo como un Estado totalitario pero próspero y justo con sus pobladores. Afirmó también que la expansión se dio de manera consensuada, ejercida sin derramamientos de sangre en la mayoría de los casos; pese a que otros cronistas destacan las victorias conseguidas por los guerreros incas. Victorias que Garcilaso justificaba implícitamente, pues mostraba aquellos pueblos como enemigos bárbaros y groseros, sobre cuya grandeza y complejidad no escribió ni una sola línea. 
    El padre de Garcilaso, por su lado, fue un prominente seguidor del conquistador español, y se dice que apoyó a Gonzalo Pizarro en la rebelión que lideró entre 1544 y 1548. Fue así que su familia se vio en grave peligro cuando la rebelión fue sofocada, como describe en su obra. 
    El pasaje más pantanoso de sus "Comentarios" se lo debe una vez más a Blas Valera y, esta vez también, a López de Gómara: la ejecución a Atahualpa, ocurrida en Cajamarca en 1533. Pese a que el inca efectivamente cumplió con el mítico pago por su rescate, según Garcilaso, los conquistadores españoles decidieron someterlo a un juicio formal, precedido por un juez y un tribunal, donde lo acusaban de doce cargos. Tras el interrogatorio a los testigos (cuyos testimonios, se dice, fueron traducidos de manera fraudulenta), una larga oración a cargo de fray Vicente Valverde, y una elocuente defensa sostenida por el mismo inca, el fallo fue inapelable: muerte por ahorcamiento. 
    Posteriormente, Garcilaso narró que hubo entre los presentes once españoles que, con valentía, se atrevieron a defender al emperador caído. Sin embargo, actualmente se sabe a ciencia cierta que ninguno de estos hombres se encontró en el Perú cuando los hechos tuvieron lugar, y que muchos de ellos eran realmente amigos que el cronista había conocido en Andalucía. Es así que podemos concluir que esta parte de la historia no es más que una inmensa trampa en la que, años más tarde, muchos historiadores cayeron, incluido Clements Markham. 
    Es cierto que sus "Comentarios" presentan inconsistencias, pero no nos dejemos engañar por ellas. Garcilaso fue un gran historiador que manejó hábilmente las fuentes de las que disponía. Sabemos que amó y admiró a los antepasados de su familia materna, el pueblo inca, de modo que no deberíamos sorprendernos de que lo presente con un brillo especial. Pero también es cierto que en la primera parte de su obra brindó una vasta y bien detallada información hasta entonces desconocida. Ciertas cosas que hoy sabemos sobre los monumentos y palacios incaicos provienen de sus recuerdos infantiles cuando se paseaba por ellos. La segunda parte de sus "Comentarios" es incluso más valiosa, puesto que proporciona nuevos datos e ideas sobre la guerra civil desatada entre los conquistadores. Espiando desde la casa de sus padres en la plaza de Cusco, el joven Garcilaso fue testigo de muchos actos sanguinarios perpetrados por los actores de esa feroz lucha por el poder; y nos presenta imágenes imborrables de aquellos hombres. 
    Por otro lado, Garcilaso estaba igualmente orgulloso de su ascendencia española. Fue así que declaró que escribió este libro “Para celebrar la heroica grandeza de los españoles, quienes ganaron este rico imperio para la gloria de su Dios, de su rey y de ellos mismos, con su valentía y su poder militar”.
 

Shakespeare y Cervantes: una coincidencia mortal

Cuenta una leyenda urbana difundida mundialmente que los muertos suelen llegar de a tres. Pocos días e incluso horas después del deceso de un individuo, dos personas más —de su entorno o desconocidos con los que se relaciona de alguna manera— se encaminan tras él en una caravana fúnebre hacia la oscuridad de la tumba.
   
Pese a que hasta el día de hoy se sigue cuestionando la fecha exacta de la muerte del Inca Garcilaso, de Cervantes y de Shakespeare, lo cierto es que en abril de 1616 los miembros de este ilustre trío —quienes jamás llegaron a conocerse, y cuyos verdaderos rostros se desconocen— quedarían unidos por el destino, y se convertirían luego en leyendas inmortales del panteón literario. 
   
El 22 de abril de 1616, tan solo cuatro días después de culminar su última novela "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", y sin llegar jamás a publicar la prometida segunda parte de "La Galatea", el padre de la novela moderna agonizaba en su casa Madrid —se dice— debido a la cirrosis que padecía. Aunque Cervantes es reconocido por "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" (1605 y 1615), esa joya colosal que marca el punto más álgido de la literatura en castellano, también fue el autor del extenso poema "Viaje del Parnaso" (1614) y de una serie de entremeses y comedias que no recibieron una buena acogida por parte de la crítica ni del público —de ahí la legendaria enemistad con Lope de Vega, inventor de la comedia nueva y exitoso dramaturgo del Siglo de Oro—. 
   
Al día siguiente, a unos 1.900 kilómetros al norte, en Stratford-upon-Avon, otro genio, esta vez de las letras inglesas, se marchaba también. Shakespeare —además de poeta y actor— es considerado el dramaturgo más importante de todos los tiempos, debido a lo absolutamente innovador de sus recursos lingüísticos, y a la maestría con la que retrata a los personajes de aquellos dramas de alcance universal y vigencia atemporal. Debido a su prolífica producción —escribió 16 comedias, 10 dramas históricos, 12 tragedias y 154 sonetos—, algunos investigadores cuestionan la autoría de Shakespeare, y afirman que este sería un pseudónimo utilizado por otros escritores como Francis Bacon o Christopher Marlowe, o incluso un personaje ficticio bajo el cual se aglomeraron diversos autores.

*Tomado del discurso de John Hemming en el British Library ( 7 de julio del 2009 ).

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