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Bertha Navarro

Josefina Sartora es argentina. Académica y crítica de cine, llegó al Perú para presidir el jurado de la Crítica Internacional del 22 . Pamela Yates, documentalista estadounidense y directora creativa de la organización Skylight —dedicada a la producción de documentales enfocados en derechos humanos— hizo lo propio para ser jurado de la sección Documental del mismo festival. Igual Bertha Navarro, directora y productora mexicana que preside el jurado de ficción. Para ellas fue bueno comprobar que más de la mitad de las producciones que tuvieron bajo su evaluación estaban dirigidas por mujeres.

Es interesante dar cuenta de que en el panorama latinoamericano —tradicionalmente machista— las mujeres destacan, cada vez con más fuerza, en diversos campos dentro del proceso de elaboración-difusión-discusión de una película, más allá de la actuación. Y aun en la actuación están cambiando los papeles que se les otorga; es decir, se va más allá de los clichés (histérica, sumisa, mamá luchona, etc.). Sabemos, por supuesto, que la situación no es un problema exclusivo de nuestro macondiano continente. Un estudio encargado por el Instituto Sundance y la organización Women in Film Los Ángeles mostró que las mujeres que participan en los laboratorios para desarrollar largometrajes y documentales del instituto tienen un éxito igual al de los hombres. La pregunta ante esta afirmación entonces es ¿por qué el número de directoras en Hollywood no llega ni al 5%?

El cine, ciertamente, es un medio masculinizado.

En esta edición del Festival de Cine de Lima, las directoras ocupan un porcentaje mucho más generoso. Destacan también productoras, críticas y programadoras de festivales. Sin embargo, como también pasa en otras latitudes, la mayor presencia femenina se registra en el área de dirección documental (ocho de once trabajos en competencia). “El cine, sobre todo el de ficción, es un campo de acceso difícil para las mujeres y los grupos tradicionalmente excluidos”, dice Pamela Yates. ¿Las razones? “Se requiere menor presupuesto, este puede ser más flexible, se pueden hacer trabajos de largo aliento y, por su naturaleza, es un espacio donde las historias se suelen contar de manera distinta a como se cuentan en la ficción. Le das otro vuelo y lo acercas a contextos reales”, añade.

La lucha de las mujeres no solo es por llegar a ocupar un espacio, sino por no ser estigmatizadas al momento de llegar a él. Dice al respecto Josefina Sartora: “El machista está lleno de lugares comunes, y en cambio las películas de mujeres están buscando otra realidad, una más abierta. Esto último me parece genial porque se ha roto el cliché de que una mujer tiene que dirigir necesariamente una película sensiblera, cursi, blandengue... y no es así. Las películas hechas por mujeres son fuertes. En Argentina quien mejor cine hace es una mujer: Lucrecia Martel. Y ella, con películas como Zama, les ha cerrado la boca a quienes consideran que las directoras solo se involucran en historias rosas. Lucrecia rompió todos los estereotipos. No hay ninguna película de mujeres hecha con lugares comunes, son todas películas que están mostrando que el mundo está cambiando”.

Dándole la razón, la competencia documental del festival presentó uno que no dejó indiferente a ningún espectador por la delicadeza con la que enfoca un tema tan sensible como el abuso sexual. Se trata de Primas, película de la directora argentina Laura Bari, quien cuenta la historia de sus propias sobrinas Rocío y Aldana, sin caer en el miserabilismo. El espectador puede empatizar con el relato de las jovencitas e involucrarse en su historia con el mismo respeto con el que la cámara las trata. Muchas personas se han acercado a Bari a decirle que no se imaginan a un hombre filmando esta historia. La directora no deja de mostrar su sorpresa.

“Lo que yo quiero es incentivar a quienes han pasado por esta horrible experiencia a que levanten la voz. Primas no busca que quienes la vean sientan pena por las muchachas, sino que conecten con el dolor y con la voluntad de seguir avanzando e ir curándolo en el camino”, dice Bari. Y que películas como estas tengan exposición, en un contexto como el de #NiUnaMenos, tiene un valor que habla por sí mismo.

Judith Vélez, directora peruana cuya cinta Volver a ver también participó en la competencia documental, considera que las mujeres involucradas en cine en nuestro país aún tienen una deuda por saldar en cuanto a contar historias sobre ellas mismas, y destaca la necesidad de seguir abriendo espacios para que la mirada femenina continúe siendo protagonista en la producción audiovisual. Su trabajo apuesta por el rescate de la memoria histórica de nuestro país. Aborda este tema en Volver a ver, donde acompaña a tres fotógrafos periodísticos que documentaron la violencia política en distintas localidades de Ayacucho en su regreso a dichas zonas y su reencuentro con los personajes retratados en sus fotos. Durante la realización la directora se ha topado más de una vez con comentarios como “el trabajo que haces es de hombres”, o con la desconfianza de algunas autoridades comunales al ser ella la cabeza del equipo. No había, pues, un ‘hombre al mando’.

La experiencia de Bertha Navarro no ha sido muy distinta. Ella empezó a hacer cine documental en los setenta, como directora. “Fue difícil entrar a la escena, sí, pero nosotros fuimos una generación muy peleona”, dice. Y sí que la luchó. En 1973 produjo una de las primeras películas del cine independiente mexicano: Reed, México insurgente, por la cual ganó el Premio Georges Sadoul en Cannes. Esto, y la necesidad de impulsar la escena independiente, la animó a decantarse por la producción. “En esa época la industria estaba muy cerrada no solo a las mujeres, sino a las nuevas propuestas”, explica. Con la experiencia que le ha dado la vida dedicada al cine, considera que un aire fresco circula por Latinoamérica con la mayor visibilidad de mujeres dedicadas al oficio. Eso sí: no por estar hecho por una mujer, garantiza que sea bueno. Como todo. Pero es necesario el espacio para competir a la par de los colegas hombres, históricamente empoderados.

La crítica es otro espacio del que se puede hablar a raíz no solo del festival, sino de los espacios por conquistar. Mónica Delgado, periodista y crítica peruana, dirige la revista virtual Desistfilm, y es una de las pocas voces femeninas de la escena cinematográfica local.

Es cierto que el mundo con Internet parece ser más democrático y, además de dar herramientas para alimentar a los cinéfilos o aspirantes a críticos, ha abierto mucho los espacios para el debate. Pero esta es un arma de doble filo. Si bien ha aumentado en Latinoamérica el número de mujeres dedicadas a escribir sobre cine, ¿cómo diferenciar a una crítica de quien no lo es? ¿Es necesario establecer la diferencia? Sartora y Delgado consideran no solo necesario, sino importante el establecerla. “Ser crítica no se trata de ver solo películas rebuscadas o muy hipsters. Eso sería elitista. Películas de todo tipo pueden ser analizadas. Se trata de sostener una opinión más allá del ‘porque me gusta’ o ‘porque me parece bonito’. Todos podemos tener una opinión, pero la crítica tiene una mirada más profunda”, dice Delgado. Sartora añade: “Yo no me ocupo en mis críticas de contar de qué va la película. Trato de darle una mirada distinta de lo que hay alrededor de la historia, de la producción, de la realización. Los ángulos para el análisis de un filme son muy variados, ¿por qué perder palabras en contar una historia que probablemente el espectador ya vio?”.

Sabemos que en el Perú la historia tiene —siempre ha tenido— una deuda con las mujeres. Las ausencias en los textos escolares, la invisibilización de personajes femeninos que marcaron la diferencia en distintas épocas y situaciones, es una cuestión que el movimiento feminista y la necesidad de nuevas miradas en la educación están tratando de corregir. Pero hay algunos espacios que quedan por llenar, por ejemplo, en la crítica cinematográfica. Mónica Delgado defiende el lugar que se ganaron mujeres como María Wiesse o Blanca Varela haciendo crítica. La primera en la revista Amauta, y la última en Oiga, donde firmaba bajo el seudónimo de Cosme.

Esta historia está aún por (re)escribirse.

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