Desde 1990, cuando publiqué el libro “Inmigrantes peruanos en los Estados Unidos de Norteamérica”, la migración a ese país ha estado estrechamente vinculada a las crisis políticas y económicas sucedidas al sur del continente. Estados Unidos e incluso Canadá han sido —y siguen siendo— el ‘refugio’ de los migrantes políticos y económicos. En Estados Unidos el accionar ha sido pendular: en épocas de gobiernos republicanos las restricciones han aumentado, mientras que en las administraciones demócratas estas han sido menores.
Aunque no existen cifras definitivas (pues la migración siempre es fluctuante), se estima que hoy existen 12 millones de indocumentados en este país (de los cuales más de medio millón son peruanos), número que podría ser mayor si tenemos en cuenta que muchas de estas personas se niegan a responder en censos o estudios poblacionales.
Este es el panorama que encuentra Donald Trump. Y por declaraciones dadas esta semana a la televisión se desprende que no está bien informado. Él ha dicho que expulsará “tres millones” de personas, entre criminales y traficantes de drogas. No se sabe de dónde ha sacado esa cifra, pues se estima que el número de convictos es mucho menor.
Por esta situación, nuestros compatriotas pasan por un clima de inestabilidad emocional y familiar respecto al futuro. La buena señal es que existen más de 375 asociaciones voluntarias peruanas en Estados Unidos —vinculadas a grupos religiosos, deportivos, empresariales, sociales, culturales, profesionales y de ayuda mutua— con mayor presencia numérica en Nueva York, Nueva Jersey,
Los Ángeles, Miami y Chicago, toda una organización social que asumiría la defensa de los peruanos indocumentados. Sin embargo, el Gobierno, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, debe estar alerta por lo que pueda venir, para proteger los derechos humanos de nuestros compatriotas.