Jochamowitz deja su lugar habitual en la no ficción con "Papeles fantasma", su primer libro de cuentos. [Foto: Alonso Chero /archivo]
Jochamowitz deja su lugar habitual en la no ficción con "Papeles fantasma", su primer libro de cuentos. [Foto: Alonso Chero /archivo]

Luis Jochamowitz (Lima, 1953) ha sido para los escritores de mi generación un ejemplo de autor de no ficción en una época en la que el género apenas si era practicado en nuestro país con constancia y profesionalismo. Los veinteañeros que éramos entonces lo conocimos por Ciudadano Fujimori (1993) y El descuartizador del hotel Comercio (1995). Admiramos su rigurosidad documental y sagacidad como investigador, la prosa elegante y cuidada que regalaba en esos libros. Esta impresión se confirmó en Contra dicciones (1996), afortunada incursión en los predios de la narrativa fantástica, y su amplia biografía de Vladimiro Montesinos, publicada en el justo momento cuando necesitábamos entender las razones y ambiciones del hombre que había conducido al Perú a la mayor crisis política y moral de las últimas décadas.

Imaginábamos a Jochamowitz siempre recluido en una hemeroteca, reclinado ante periódicos y documentos antiguos. Suponíamos que podía pasarse horas y días en busca de un pequeño hallazgo que fuera la chispa que lo motivara a escribir uno de sus artículos y semblanzas. Esta vocación de navegar por el polvo de las bibliotecas y auscultar los restos del pasado para reconstruirlo es el punto de partida de Papeles fantasma, conjunto de textos que cabalgan entre la ficción y la crónica.

El rescate de legajos y volúmenes olvidados donde se entrevé la verdadera historia del Perú —sus traiciones, secretos inconfesables y víctimas— es el centro en torno al cual gira la mayoría de estos relatos. Esta cohesión temática no va a la par de su ejecución; estamos frente un libro formalmente correcto, pero que a la vez acusa una irregular tensión narrativa.

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CUENTOS

Papeles fantasma
Editorial: Planeta, 2018
Páginas: 163
Precio: S/49,00

El primer cuento, “Artistas del Perú”, está entre los más logrados. A través de una singular excusa ficcional —una mujer despótica y aristocrática llama al autor para preguntarle acerca de un escándalo artístico en el que estuvo involucrado un tío venerable—, presenciamos un entretenido y perspicaz apunte biográfico reforzado con un uso muy imaginativo de los referentes históricos. El siguiente, “Dos autores”, no es más que un repaso por la tradición de Ricardo Palma sobre el padre Urías contado con mucha limpieza pero sin trascender la anécdota. “Crimen en el Archivo Arzobispal” es otro relato breve cuya mínima trama no logra ser salvada por el tinte irónico con el que Jochamowitz la recubre. “La máquina del tiempo”, en cambio, funciona al apelar a la veta fantástica que el autor maneja tan bien, y pone la adecuada cuota de humor negro al recrear una delirante confabulación fúnebre y eléctrica en la que interviene un puñado de despojos prehispánicos.

“La colección Padilla” y “La placa del héroe” adolecen de una similar falencia: son crónicas de próceres ficticios y sus legados que se reducen a una mera acumulación de hechos que nunca levanta vuelo ni consigue cuestionar las contradicciones entre la historia oficial y la auténtica ni la mistificación de las figuras pretendidamente heroicas. Luego de estos cuentos aparece el que con claridad es el mejor del libro, “Los papeles de Tomás Meza”. La historia real del mayordomo de Palacio de Gobierno, quien trabajó en ese puesto desde Pardo hasta los años sesenta, no solo acciona un sabroso testimonio sobre el poder visto de cerca, sino que se aúna al dinámico recuento de una ardorosa disputa por un tesoro bibliográfico de dramáticas consecuencias.

Y aunque los relatos restantes son los menos convincentes del volumen, Papeles fantasma tiene un buen cierre: la sección de ensayos sobre los “monstruos” antiguos y la historia de la morgue de Lima, preciso punto final para un libro de ribetes lóbregos y cierta frialdad.

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