¿Cuáles serán las consecuencias que dejarán las draconianas medidas adoptadas en la mayoría de países que han sido puestos a prueba por la pandemia de COVID-19? Se habla mucho de la economía, pero se dice poco o nada sobre la política, la cultura, el entretenimiento y la vida social (diurna y nocturna). Uno de los intelectuales que con mayor claridad ha alzado su voz al respecto es el filósofo italiano Giorgio Agamben, autor de libros fundamentales del pensamiento contemporáneo como Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida ( 1995 ) y Lo que queda de Auschwitz ( 1998 ).
En un artículo publicado el 11 de mayo (“Bioseguridad y política”), Agamben deja constancia de su preocupación por lo que interpreta como “síntomas y señales de un experimento más amplio, en el que está en juego un nuevo paradigma de gobierno de los hombres y las cosas”. Se remite para ello al premonitorio libro Tempestades microbianas ( 2013 ) de Patrick Zylberman, quien advirtió hasta qué punto la seguridad sanitaria se estaba convirtiendo en un factor crucial de las estrategias políticas estatales. Sea para construir, sobre la base de un posible riesgo, escenarios alarmistas que legitimen decisiones de corte autoritario; sea para conseguir —en nombre de un civismo superlativo— la máxima adhesión de los ciudadanos a las instituciones de Gobierno. De ese modo, señala Agamben, “las obligaciones impuestas se presentan como prueba de altruismo y el ciudadano ya no tiene un derecho a la salud (health safety), sino que pasa a estar jurídicamente obligado a la salud (biosecurity)”.
Ya las razones de seguridad habían persuadido (por la razón o por la fuerza) a los ciudadanos para que aceptaran recortes sustanciales a sus libertades. Ahora, refiere Agamben, “la bioseguridad ha demostrado ser capaz de presentar el cese absoluto de toda actividad política y de todas las relaciones sociales como la forma más elevada de participación cívica”. Ello se debe a que, en primer lugar, las medidas de confinamiento constituyen la negación de la vida en común y, por ende, de toda posibilidad de ejercicio de la ciudadanía tal y como la habíamos conocido hasta hoy, y, en segundo lugar, a que el llamado “distanciamiento social” es anunciado ya como el eje en torno al cual funcionará el “nuevo” modelo de la política, a la vez que se pregona la sustitución de las relaciones humanas presenciales por dispositivos digitales.
Una grave consecuencia de este proceso se manifiesta también en el terreno de la educación y, específicamente, en la vida universitaria. Agamben —que ha sido profesor universitario durante casi 40 años— ha señalado en otro artículo, titulado “Réquiem por los estudiantes” (publicado el 23 de mayo), que la pandemia se ha empezado a utilizar como pretexto para la difusión generalizada de la enseñanza online, y la consiguiente eliminación del contacto físico entre estudiantes y docentes. Pero lo más inquietante, para Agamben, es que ello supondría “el fin del estudiantado como forma de vida”, una forma de vida en la que el estudio y la asistencia a clases eran determinantes, pero no menos vitales que el encuentro y el intercambio asiduo entre los alumnos.