[Ilustración: Mind of Robot]
[Ilustración: Mind of Robot]
Jerónimo Pimentel

Siempre se puede volver a Auden, y no es preciso dar una justificación. Quizá se pueda mencionar un invierno atípico, de esos en los que sin explicación solea al mediodía en la costa limeña. Puede que ayude también la última estrofa del poema en mención, que se ajusta de una manera desconcertante a la realidad política local. El elogio del estilo tardío es una posibilidad. Y, por qué no, la entendible insatisfacción que producen las traducciones al español peruano que se encuentran de un texto con el cual se peca de dos formas: por fidelidad y por afectación.

Lo primero es una trampa, en la medida que una versión más literal y menos interpretativa desatendería la música de los versos y oscurecería la estructura, más o menos obvia, compuesta por oposiciones. La más evidente es la que da inicio al poema, entre el esmog y su “inmaculada hermana”, la niebla, a quien el poeta se dirige en todo momento; pero también son evidentes los contrastes que separan los inviernos americanos y europeos, los espacios abiertos de la campiña inglesa frente a las estancias cálidas de las casas, los días laborables ante aquellos de descanso, etcétera.

La imitación de la pompa retórica, el segundo peligro, es comprensible en tanto Auden, con sus mayúsculas caprichosas y su lenguaje, evita la sencillez a pesar de que su emoción es, de alguna forma, simple. Pero seguir esa senda es poco fructífero en tanto prima el artificio y se pierde de vista aquello que el poeta busca: componer, con evocaciones y figuras, una alabanza a la vez magnífica pero coloquial de cierta sensación apacible que provoca la nostalgia.
Que sirvan estas líneas para explicar las licencias detrás de esta versión.

Wystan Hugh Auden, más conocido como W. H. Auden (York, Inglaterra, 1907 – Viena, Austria, 1973), fue uno de los más grandes poetas y ensayistas británicos del siglo XX.
Wystan Hugh Auden, más conocido como W. H. Auden (York, Inglaterra, 1907 – Viena, Austria, 1973), fue uno de los más grandes poetas y ensayistas británicos del siglo XX.


Acostumbrado al clima de Nueva York,
familiarizado con su smog habitual,
A ti, su inmaculada hermana,
te tenía un poco olvidada, a ti
y a cuanto aportas al invierno británico:
vuelve a mí, ahora, ese saber nativo.

Enemiga jurada del apuro,
Intimidas a carros y aviones,
quien vaya rápido te maldecirá,
pero cuán feliz soy
de que te hayas dignado a visitar
el mágico campo de Wiltshire,
por una semana entera en Navidad,
pues nadie va aprisa cuando mi mundo
se reduce a una vieja casa
y Cuatro Personas unidas por la amistad:
Jimmy, Tania, Sonia y Yo.

Afuera, un silencio inmenso,
incluso para aquellas aves cuya sangre
es tan viva que les permite tentar
pasar aquí todo el año,
como el mirlo y el tordo,
que refrenan sus trinos
ante tus caricias;
ni un gallo considera cantar,
y apenas visibles, las copas de los árboles
han dejado de susurrar, pero están ahí,
condensando tu humedad, con eficiencia,
en gotas precisas.

Adentro, espacios definidos,
acogedores, propicios
a los recuerdos y a la lectura,
crucigramas, afinidades, diversión:
recompuestos por una cena
sabrosa regada con vino,
nos sentamos en un círculo alegre,
cada uno despreocupado de sí mismo,
pero atento a los demás,
aprovechándonos al máximo, pues
pronto deberemos volver,
cuando los días de descanso terminen,
al mundo del trabajo y el dinero,
de las preguntas y respuestas.

Ningún sol de verano podrá jamás
deshacer la ruina del mundo
que aparece día a día en los periódicos,
que vomitan en una prosa inmunda
los hechos de miseria y violencia
que somos demasiado estúpidos para prever:
nuestra Tierra es un lugar lamentable, pero
por este descanso especial,
tan reparador y a la vez festivo,
Gracias, Gracias, Gracias, Niebla.

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