[Foto: Rafael Cornejo]
[Foto: Rafael Cornejo]
Jaime Bedoya



No hay tristeza más triste que la tristeza deportiva (1). El derrumbe emocional que inunda el ánimo ante cualquier aproximación a la derrota supone un naufragio en las honduras del abatimiento. Duele el pelo. Duele el aire. Duele todo.

“Siento que me hubieran atropellado”, me escribía un amigo emocionalmente comprometido con los destinos de la selección al saberse la noticia del resultado adverso de dopaje de Paolo Guerrero. El impacto de la colisión se percibió a nivel nacional. Primero con descreimiento. Luego con estupefacta desilusión. La ingenuidad goza de una virginidad eterna.

Porque resultaba muy duro afrontar la posibilidad de que el máximo ídolo contemporáneo, la encarnación bípeda del mejor espíritu luchador que inspiran los dos colores que una siesta en Paracas se le revelaran a San Martín como los de la patria, pudiera haber cometido semejante e innecesario despropósito.

Al hacerlo no solo se dañaba a sí mismo. El daño colateral era terrible. Golpeaba a los incrédulos que habían vuelto a creer, a los niños que querían ser como él, a los veteranos que añoraban una última alegría mundialista antes de vestir el pijama de madera.

Ese despropósito de Paolo, como los hinchas queremos creer, no es otro que —según docta versión de sus abogados— haber tomado una infusión antigripal contaminada con mate de coca. Lo que comprueba que en todo abogado anida un febril escritor de ciencia ficción.

Es la imperfección del héroe lo que lo hace admirable: confirma que su fortaleza no es gracia divina, sino una decisión consciente ante la debilidad. Si el héroe cae, se levanta. Y si no puede hacerlo solo, pues habrá que darle una mano: así funcionan los equipos y las familias, que son casi lo mismo. Para la reprimenda y el chancletazo, prepárate Paolo: ahí está doña Peta.

A quienes les deleita vivir desde un púlpito y con el índice extendido señalando faltas ajenas, esperen sentados la terrible cojera propia que les espera: entonces reclamarán la compasión que no supieron dar.

Ojalá haya sido una victoria lo que sucedió el viernes por la noche. Si así hubiera sido, lo habré celebrado el sábado con copiosas dosis de mate de coca mañanero bajo el cielo azul de Arequipa.

Si no fue tal, igual habré hecho lo propio. Metabolitos a granel solo por joder a la FIFA, esa cueva de insectos hemimetábolos que tienen en Maradona un digno representante de lo que son: cucarachas. Hazme el antidoping, Infantino. Yo sé cómo se llama tu off shore.
El partido del miércoles en Lima hay que gritarlo hasta que el sueño se haga realidad. Estamos a noventa minutos de ser felices, así sea solo por un mes del año 2018.

(1) Ribeyro dixit

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