El Señor de Choquekillka ingresa a la plaza de Ollantaytambo, en Cusco. Su fiesta ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación. (Foto: Jorge Paredes)
El Señor de Choquekillka ingresa a la plaza de Ollantaytambo, en Cusco. Su fiesta ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación. (Foto: Jorge Paredes)
Jorge Paredes Laos

Alas cuatro de la mañana del domingo 4 de junio, retumba el primer albazo. El ruido ensordecedor de este cohete gigantesco se amplifica como un trueno entre las montañas que rodean Ollantaytambo y anuncia que en una hora se reiniciará la fiesta. Las distintas comparsas deben volver a la plaza mayor, donde se ubica la capilla, para que en esta todavía noche serrana se cante y se rece al Señor de Choquekillka, una cruz coronada con el rostro de Cristo y vestida con relucientes detentes y trajes multicolores, cuya festividad ha movilizado a todo este pueblo de la provincia de Urubamba, en pleno Valle Sagrado del Cusco.

Se dice que hace muchos años —en un tiempo que nadie puede precisar— este madero fue encontrado en el río Vilcanota, en un paraje ubicado a media hora del pueblo. Según la leyenda, una noche, el arriero Román Ontón vio una poderosa luz que salía de las aguas del río, mientras una sorprendente cruz giraba en medio de un remolino. Asustado, cayó de su caballo, y estuvo a punto de morir en el turbulento cauce. Salvado de milagro, solo sostenido por una frágil rama, a la mañana siguiente encontró el extraño objeto que, según se le reveló en sueños, debía ser colocado ahí mismo, en un recinto natural incrustado en la piedra. Era una huaca que los lugareños conocían como Choquekillka, palabra quechua que podría traducirse como ‘cuarto de oro’.

Aunque no es tan conocida como el Inti Raymi o la procesión de la Virgen de Paucartambo, la fiesta del Señor de Choquekillka es una de las más importantes del Valle Sagrado y, como la mayoría de las festividades andinas —en las que se mezclan el catolicismo con los cultos ancestrales—, es más que una manifestación religiosa. Es la expresión de un sincretismo vivo que se repite cada año, y que reproduce un modelo social que ha alentado la vida en estas comunidades a través de lazos de solidaridad y parentesco conectados con una memoria común.

La danza de Qapaq Qolla, una de las más ovacionadas durante la festividad. En esta celebración participaron 17 comparsas. (Foto: Jorge Paredes)
La danza de Qapaq Qolla, una de las más ovacionadas durante la festividad. En esta celebración participaron 17 comparsas. (Foto: Jorge Paredes)

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En la puerta del hotel Mamá Simona, me recibe con una gran sonrisa Fernando Ferrer. Viste un saco gris, jeans y un sombrero marrón, que cubre parte de su larga cabellera. Sobre su pecho cae una franja roja que, en letras doradas, anuncia que este año él es un karguyoq, es decir, uno de los encargados de las 17 danzas que acompañarán al Señor de Choquekillka durante los cuatro días de la festividad. Ferrer es limeño, pero considera que Ollantaytambo es su segundo hogar —“No es importante de dónde eres sino de dónde quieres ser”, dice—. La danza se llama Tusuq Warmi y es relativamente nueva. Mientras camino a su lado por un sendero de piedra, desde donde se pueden ver las enormes montañas con las escalinatas incas que sobresalen bajo el cielo azul, Ferrer me cuenta que la danza fue creada hace seis años y que poco a poco se ha ido ganando un espacio dentro de la festividad. Durante todo el año han tenido que asistir a misas, faenas, ensayos y actividades deportivas que les han permitido ganar puntos entre la mayordomía. Por ello, han mejorado su ubicación entre las comparsas. Si el año pasado bailaron en el puesto 15 —de 17 compañías— y tuvieron que velar al Señor a las tres de la mañana, ahora lo harán en el décimo primer lugar y velarán la imagen a las diez de la noche.

"El 2008 la festividad fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación y en la resolución, que los ollantinos exhiben con orgullo, se lee que 'recoge tradiciones de diverso origen y procedencia, y contribuye a la creación de un corpus cultural de gran riqueza, un vehículo de identidad colectiva'." (Foto: Jorge Paredes)
"El 2008 la festividad fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación y en la resolución, que los ollantinos exhiben con orgullo, se lee que 'recoge tradiciones de diverso origen y procedencia, y contribuye a la creación de un corpus cultural de gran riqueza, un vehículo de identidad colectiva'." (Foto: Jorge Paredes)

La danza es ejecutada solo por mujeres y es una síntesis de otros bailes de la región. “Somos un grupo de chicas que se juntaron después de haber bailado en otras cuadrillas porque queríamos seguir danzando para el Señor. Por eso creamos este baile que nos representa como mujeres fuertes y guerreras”, dice Sandra Béjar Giraldo, quien es caporala de Tusuq Warmi. Con sus compañeras, se alista para salir a la casa del mayordomo general para una ceremonia en la que se presenta la danza y se pide permiso para participar en la fiesta. “Nuestra coreografía no solo expresa el carisma y el coqueteo, sino también la fuerza de la mujer; por eso, nos sobamos”, agrega. Béjar se refiere a los azotes que se dan durante el baile como una manifestación de entereza y resistencia. Y la cosa no queda ahí. Las “soldadas” —así llama a las danzantes— que no han asistido a alguna de las actividades o no han estado a la altura de la festividad son castigadas también con azotes en una ceremonia pública.

Después de haberse presentado en la plaza, Yanina Palma Herrera, subprefecta del pueblo y creadora de esta danza, me dirá que todo lo hacen por fe. Ella se encomendó a la imagen hace más de 20 años porque no podía tener hijos. Finalmente, fue madre por partida doble y sus dos hijas —la mayor tiene 18 años y la menor, 11— bailan ahora en la cuadrilla. Por eso, más que una organización folclórica, Tusuq Warmi es una familia. El esposo de Yanina, el ceramista Lucho Soler, que comparte este año con Ferrer el título de karguyoq, afirma que, aunque nació en Lima y pasó una temporada en Estados Unidos, se siente orgulloso de “vivir en un pueblo que fue el único lugar donde los incas vencieron a los españoles”.

Bailarina de Tusuq Warmi durante su presentación en la casa del mayordomo general. (Foto: Jorge Paredes)
Bailarina de Tusuq Warmi durante su presentación en la casa del mayordomo general. (Foto: Jorge Paredes)

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El domingo es el día central. Después de la misa de las 10 de la mañana, en la iglesia Santiago Apóstol se inicia la procesión y en las calles todo es movimiento: comparsas, orquestas, pobladores, turistas e invitados acompañan la imagen en una larga fila que se extiende desde el puente hasta la plaza. Por segundo día consecutivo, las comparsas volverán a bailar. Antes, al pie de la capilla, en el estrado oficial, se han elegido a los karguyoq del próximo año y por aclamación, a mano alzada, se ha reelegido al mayordomo general David Canal por tres años más. El paso de las danzas se prolonga toda la tarde. Oscurece y los grupos siguen bailando. Uno de los más aplaudidos ha sido los Qapaq Qolla, unos ágiles llameros enmascarados que realizan acrobáticos saltos y se fajan a latigazos entre la euforia del público. Su caporal es un hombre de 73 años que se dedica a la artesanía y el transporte. Se llama Florentino Béjar Pérez y antes ha sido mayordomo de la misa mayor. Dice que baila desde hace 23 años, cuando trajo a Ollantaytambo esta danza típica de la fiesta de la Virgen de Paucartambo. No le gusta hablar de milagros, pero, cuando llegamos al final de una calle que se abre a un enorme terreno situado al pie de una montaña, me cuenta: “Todo esto me regaló el Señor a mí y a mis hermanos”. Ahí se levanta ahora un toldo, donde seguirá la celebración. “Así como el Señor da también quita”, alcanza a decirme, mientras se escabulle entre los otros danzantes.

Aunque no es tan conocida como el Inti Raymi o la procesión de la Virgen de Paucartambo, la fiesta del Señor de Choquekillka es una de las más importantes del Valle Sagrado y, como la mayoría de las festividades andinas —en las que se mezclan el catolicismo con los cultos ancestrales—, es más que una manifestación religiosa. (Foto: Jorge Paredes)
Aunque no es tan conocida como el Inti Raymi o la procesión de la Virgen de Paucartambo, la fiesta del Señor de Choquekillka es una de las más importantes del Valle Sagrado y, como la mayoría de las festividades andinas —en las que se mezclan el catolicismo con los cultos ancestrales—, es más que una manifestación religiosa. (Foto: Jorge Paredes)

En cada uno de los 17 cargos —esos centros de operaciones de las cuadrillas—, se toma licor, se baila y se come durante los cuatro días que dura la fiesta. Si bien el miércoles 7 terminarán los días centrales con una peregrinación a la huaca de Choquekillka, el domingo 11 se llevará a cabo la octava, con una pelea de toros. Los “encargados” —como Ferrer y Soler— entregarán sus puestos a los reemplazantes. Ellos han prometido ya animar esta actividad con harta cerveza como un preludio de lo que vendrá el próximo año. Como dice Soler, en una fiesta como esta, la diversión, la religiosidad y la memoria de los antepasados se mezclan en una amalgama indeterminada.

El 2008 la festividad fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación y en la resolución, que los ollantinos exhiben con orgullo, se lee que “recoge tradiciones de diverso origen y procedencia, y contribuye a la creación de un corpus cultural de gran riqueza, un vehículo de identidad colectiva”. Algo esencial en un distrito de 10 mil habitantes —con comunidades milenarias como los wayruros— que reclama mantener sus raíces para fomentar un turismo cultural y no ser solo una réplica de Aguas Calientes —hoy llamada Machu Picchu Pueblo—, es decir, una ciudad de paso, una agitada estación de tren hecha a la medida de los muchísimos visitantes de Machu Picchu.

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