Los carnavales: una fiesta que se resiste a desaparecer
Los carnavales: una fiesta que se resiste a desaparecer
Redacción EC

LILIA CÓRDOVA TÁBORI

Los carnavales llegaron al con los españoles. Esta fiesta pagana duraba tres días: domingo, lunes y martes (los dos últimos eran feriados). En este tiempo el desenfreno era bienvenido, ya que a partir del miércoles empezaba la Cuaresma.

A diferencia de los carnavales europeos, en nuestro país adoptaron un carácter popular. Durante las mañanas hasta la hora de almuerzo, familias enteras jugaban con chisguetes de agua perfumada y talco. “Era dable ver grupos de animosos muchachos portando pañuelos con globos y sosteniendo batallas con las personas que se hallaban en los balcones de sus casas”, relataba El Comercio.

Por la noche se realizaba el corso en el Paseo Colón y la Plaza de Armas. Los brillantes carros alegóricos llevaban a las reinas de los clubes de La Victoria, La Punta, Callao, San Miguel y Magdalena, entre otros. A su paso, cientos de mujeres muy bien vestidas y caballeros con saco y corbata echaban flores, serpentina y agua perfumada. Los bailarines folclóricos daban la nota musical. La velada finalizaba con las fiestas de disfraces en los clubes distritales.


 
ADIÓS A LOS FERIADOS
En los años 30, la matachola, una bolsa de tela rellena con talco, era usada para golpear a los oponentes sin piedad. Algunos les colocaban piedras. Esta práctica hizo que los carnavales se tornaran peligrosos y fueran prohibidos. Con el paso de los años, los carros alegóricos pasaron al olvido. Los chisguetes de plomo marca Roger & Gallet fueron cambiados por baldes de agua; el talco y la harina por betún y barro.

En el gobierno de Manuel Prado se decretó que los lunes y los martes fueran días laborables. Se estableció la costumbre de jugar solo los domingos. Barrios Altos y La Victoria se convertían en verdaderos campos de batalla. Mujeres, niños y ancianos eran mojados y pintados de negro sin piedad.

Hasta mediados de la década del ochenta se realizaban fiestas de disfraces en casas, clubes y plazas. Los niños se convertían en bomberos, superhéroes, princesas y otros personajes de fantasía. La plaza de Barranco era uno de los lugares preferidos para divertirse en familia.

Del viejo carnaval solamente queda la costumbre de lanzar globos de agua desde azoteas o baldazos de agua a los micros. Los barrios del Callao, Rímac, Barrios Altos y La Victoria son los últimos bastiones del desenfreno, en el que peatones distraídos son arrastrados a las piscinas inflables que hoy cubren parte del asfalto.

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