Con 90 años recién cumplidos, Abraham Falcón abre a Somos las puertas de su taller en La Victoria. El lugar es pequeño y modesto pero es el templo en el que sus mundialmente famosas guitarras nacen a la vida. Armar una le toma alrededor de un mes de trabajo, y con humildad dice que cada guitarra nueva le sale mejor que la anterior. Y ya perdió la cuenta de cuántas ha hecho. “Pueden ser más de mil”.
Falcón, que en los ochentas se ubicó entre los cinco mejores fabricantes de guitarra en un concurso realizado en Francia, aún tiene el recuerdo fresco de la primera guitarra que hizo. “En 1946 trabajaba como aprendiz de carpintero en Pallpa (Ica), un tío mío, Arquímedes Noriega, me sugirió hacer una guitarra. Nunca había hecho una y tampoco tenía la madera. Me tuve que ir hasta al río, que siempre suelta ramas, y ahí encontré un tablón de unos 3 metros. Con eso hice mi primera guitarra”.
Ese primer esfuerzo lo recuerda con cariño aunque le pareció “un tamal mal envuelto”. Fue la primera Guitarra Falcón y la vendió por 15 soles. Varios años después, ya instalado en Lima, se abocó a la tarea de hacer las mejores guitarras de este país, pero ese esfuerzo demandaba estrategias de marketing. “Le obsequiaba guitarras a los músicos más famosos. Uno de ellos fue Oscar Avilés. Lo llamé y le dije ´tengo la guitarra para ti´ y le encantó. Me hacía buena propaganda. En sus conciertos, hacía una pausa, levantaba la guitarra y gritaba “¡Guitarras Falcón!” y seguía tocando”.
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