Jorge Luis Cruz

Un niño corre alrededor de un ficus. Es un inusual sábado soleado de invierno en Lima y al pequeño lo protege la sombra del árbol de casi 20 metros de altura. Se trata de uno de los casi 7 mil árboles que habitan este bosque lineal que recorre 44 cuadras de la avenida Separadora Industrial que atraviesa Ate Vitarte. En este humilde distrito nada sobra. Por eso, esta extensa área verde es uno de sus mayores orgullos para sus vecinos. Hoy está en peligro.

El Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) declaró de interés la construcción del llamado , un proyecto de autopista de 38 kilómetros que requiere la eliminación de la mitad del bosque. Adiós a 20 hectáreas de naturaleza y un gran número de ficus, molles y eucaliptos. El ministerio contempla una reubicación de las áreas verdes afectadas, pero no ha presentado un plan. “En la década de 1960, durante la urbanización de esta zona, se dejó libre una franja de tierra para una autopista que nunca se construyó. Fueron los propios vecinos los que plantaron allí los primeros árboles de este bosque. Ese es el legado que vamos a perder”, dice Nancy Catacora, presidenta del Comité de Defensa del Arbolado de Av. Separadora Industrial.

Lima es una de las 30 metrópolis más pobladas del mundo, con 10 millones de personas, un tercio de la población total del Perú, y una extensión de 2.600 kilómetros cuadrados. Pese a su importancia, no existe un censo de cuántos árboles hay en la ciudad. El dato más reciente es de 2022, cuando la Municipalidad de Lima dijo que había y que lo óptimo era uno por cada tres habitantes (3,3 millones). Esto implica que, hace apenas dos años, se estimaba que había cerca de 476 mil árboles en toda Lima: uno por cada 20 habitantes. “Hay una ordenanza de la Municipalidad para que los municipios distritales hagan un censo de árboles, pero la mayoría no lo ha hecho y eso ha generado un déficit de información”, explica Nicole Heise, .

Instituciones públicas, medios de comunicación e instituciones académicas suelen afirmar que las ciudades necesitan entre 10 y 15 metros cuadrados de áreas verdes por habitante. También, un árbol por cada tres personas y otras similares. La fuente siempre es una supuesta recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS). , esta institución nunca ha establecido tales estándares. Sin embargo, un recorrido por Lima basta para notar que los árboles son un bien escaso.

Según una investigación sobre las ciudades del mundo con más de 500 mil habitantes, , Lima es la que tiene menor cobertura de área verde en toda América (Normalized Difference Vegetation Index: 0.1). La investigación utilizó seis categorías, en orden descendente, para calificar la vegetación de cada ciudad: Muy Alto, Alto, Moderado, Bajo, Muy Bajo y Excepcionalmente Bajo. Lima está en esta última.

Hay cifras aún peores. De las 1.038 ciudades analizadas en todo el mundo, la capital peruana ocupa el puesto 1.027, apenas por encima de Medina, Riad, Yidda, La Meca (Arabia Saudita), Manama (Bahréin), Basora (Irak), Zahedán (Irán), Doha (Qatar), Kuwait City (Kuwait), todos centros urbanos del árido Medio Oriente, y de Port Sudan (Sudán) en África.

“En Lima no hay una gestión de nuevos espacios verdes”, explica Nicole Heise. “La Municipalidad ha lanzado una , pero no hay seguimiento de cuáles sobreviven. Basta recorrer la Panamericana Sur y ver los árboles muertos en la división entre los dos carriles”.

Sombras de la ciudad

Cuando se habla de áreas verdes urbanas se hace referencia a la aglomeración de césped, plantas, arbustos y árboles. Sus beneficios están bien documentados. Como señala la ONU, , vivir en barrios con vegetación ayuda a la salud mental, los resultados de los embarazos y reducen los casos de depresión, obesidad y diabetes. Hace dos décadas, concluyó que la sombra de un solo árbol puede reducir hasta 10 kg de emisión de carbono de las centrales eléctricas al ayudar a la disminución del uso de aire acondicionado.

Los árboles también moderan la temperatura de la ciudad. Cuando un barrio no tiene la mínima protección de la sombra de los árboles este puede convertirse en una isla de calor. Las islas de calor son áreas urbanas donde la temperatura es considerablemente más elevada que otras áreas de la misma ciudad donde sí hay cobertura de áreas verdes y un mejor diseño urbano.

En 2023, el Laboratorio de Innovación en Salud de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) sobre estas islas de calor en Lima. Se analizó información satelital de la temperatura de los 50 distritos que conforman Lima Metropolitana (43) y el Callao (7). ¿Qué hallaron? Por ejemplo, que en un barrio de Miraflores la temperatura fue de 19,9 °C mientras que en ese mismo período un barrio de Ate Vitarte experimentó/padeció 32.2°C. Miraflores es un distrito de renta alta per cápita y el cuarto con más metros cuadrados de área verde por habitante (11.35 m2), mientras que Ate es un distrito de ingresos bajos y apenas 3.19 m2 de áreas verdes por habitante. Sí, el mismo distrito donde el MTC quiere eliminar un bosque urbano.

Las islas de calor son producto de muchos factores: el exceso de concreto, la altura de los edificios, las zonas de sombra, la cantidad de vehículos, las intersecciones de las calles y también la cobertura de áreas verdes. Los árboles ayudan a absorber mejor la luz ultravioleta. Pero no solo se trata de colocar más, sino de distribuirlos adecuadamente en el espacio público”, explica Edson Ascensio, uno de los investigadores del estudio.

El problema es que mientras más pobre es la persona, suele tener menos árboles en su barrio. Ocurre en muchas ciudades del mundo. En Lima, esta regla se cumple sin excepción. Los 10 distritos con son todos de , mientras que los 10 distritos con menor cobertura son de ingresos medios, medios bajos y bajos.

En un de 2022, el 42% de vecinos de la ciudad dijo estar insatisfecho con las áreas verdes y la cantidad de árboles de la ciudad. Entre el conjunto de la población con mayores ingresos, la insatisfacción fue de 40%, pero esta cifra se elevó a 53% entre los ciudadanos de menores ingresos.

Los distritos de mayores ingresos tienen más áreas verdes que aquellos de menores ingresos (Infografía: Jorge Luis Cruz/Periodismo de Resumen).
Los distritos de mayores ingresos tienen más áreas verdes que aquellos de menores ingresos (Infografía: Jorge Luis Cruz/Periodismo de Resumen).

Qué verde era mi valle

Lima es la segunda ciudad más grande sobre un desierto en el mundo, luego del Cairo. Esta es una frase que se repite en investigaciones, notas periodísticas e incluso en charlas casuales. La mayoría la da por cierta, pero la evidencia indica que es una media verdad. En su Crónica del Perú (1553), Cieza de León describió Lima como el mayor valle desde Tumbes (actualmente frontera norte del país), con tierras ricas en higueras, platanales, granados, naranjos, cidras, entre otras especies. Fueron todos estos recursos por los cuales Francisco Pizarro estableció allí la capital del Perú en 1535, momento en el cual comenzó un proceso de depredación y desertificación que dura hasta hoy.

“La Lima prehispánica siempre estuvo sobre un valle, pero como todos los valles de la costa peruana está rodeada de desierto. Cuando los españoles llegaron se toparon con esta enorme alfombra verde y rica en recursos. La urbanización los fue devorando. Por ejemplo, a inicios del siglo XX, los árboles de las lomas aledañas, que eran zonas húmedas, fueron talados casi en su totalidad para usarse como combustible para el ferrocarril de la ruta Lima-Lurín”, cuenta el arquitecto Juan Manuel Del Castillo, .

Otro de los problemas de la expansión fue la devastación de los humedales en Lima, abundantes tanto en la ciudad como en las afueras, que alimentaban toda una vegetación y una vida silvestre. “La urbanización sin planificación, desordenada e informal de la ciudad terminó con estos humedales”, dice Del Castillo. “Lamentable, cuando quedaron secos murió toda la vida que alimentaban”.

Actualmente, más de 600 mil limeños no tienen acceso a agua potable desde la red integrada, . Sin embargo, el recurso se malgasta. En 2017, reveló que el 30% de parques y jardines públicos en toda Lima se regaban con agua potable, lo que equivale a 528 canchas de fútbol. El problema no ha mejorado significativamente. En Miraflores, que el 30% de áreas verdes aún se alimenta con agua apta para consumo humano.

Lima necesita más árboles, pero también eficiencia en los recursos para el cuidado de los que ya existen y para ampliar significativamente su número. En lugar de técnicas de riego tecnificado (como la aspersión o el goteo), que son sistemas costosos, en la ciudad es común el riego por inundación, que utiliza agua potable y desperdicia el 50% de la misma, dice Viviana Sánchez-Aizcorbe, del Centro Latinoamericano de Excelencia en Cambio Climático y Salud (Clima), de la UPCH.

“Tampoco hay criterios técnicos para elegir los árboles que se colocan en la ciudad. Basta pasear por Lima para ver gran cantidad de ciertas palmeras que consumen mucha agua y no dan sombra. Necesitamos lo contrario: especies como el molle costeño, meijos o casuarinas, que requieren menos agua y dan más sombra. Se usa de modelo a Miami, que tiene muchas palmeras porque son resistentes a las tormentas tropicales. Pero aquí no hay tormentas”, explica la especialista en Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. “Hay una tendencia al urbanismo de maceta, que crea espacios agradables a la vista, pero poco útiles. Tenemos avenidas con bermas centrales muy anchas, pobladas de árboles que no protegen del sol a nadie. Estos deberían estar en las veredas y parques, que es donde los peatones los necesitan”.

Duro de talar

En Lima, cada árbol cuenta. Hay vecinos que luchan para que no sean menos los que se puedan contar. En 2015, el alcalde del distrito de Magdalena, Francis Allison, anunció la ampliación de 3 cuadras de la calle Félix Dibós, que gozaba de la sombra de poncianas, tipas, araucarias y otras especies. Convertir una calle de dos carriles en una avenida de cuatro hubiese permitido a la municipalidad autorizar la construcción de edificios más altos. Un negocio fantástico para las constructoras. No tanto para los vecinos.


La ampliación de Félix Dibós eliminó árboles y en cambio aumentó el flujo de autos. (Facebook: Magdalena para la gente).
La ampliación de Félix Dibós eliminó árboles y en cambio aumentó el flujo de autos. (Facebook: Magdalena para la gente).

El inicio de la obra obligó a la tala de árboles. La municipalidad prometió reubicarlos. Lo hizo con dos palmeras y una ponciana, que fueron trasladados al malecón. Otros dos fueron llevados al parque Jacarandá. Sin embargo, la propia Fiscalía de la Nación . La comuna los reemplazó por palmeras jóvenes, que no dan la misma sombra que los árboles que se perdieron. Laura Delgado fue una de las vecinas que transformó su indignación en acción. Un día se ató a un árbol para que la maquinaria no lo talara. “Los que vivíamos en esa calle logramos organizarnos, pero no fue fácil. La municipalidad llegó a enviar a sus obreros acompañados de matones para amedrentarnos”, recuerda.

El asfaltado del tercer carril se completó. Se perdieron 27 árboles y la obra provocó en la calle mayor congestión y ruido. Sin embargo, la acción de los vecinos obligó a recular al alcalde. El cuarto carril no se construyó y se salvaron otros 16 árboles. “Si de verdad queremos evitar que los alcaldes sigan destrozando nuestras áreas verdes, hay que cambiar la forma en que nos relacionamos”, dice Laura. “Hoy vivimos ensimismados y no sabemos quiénes viven en nuestros propios barrios. En cambio, si todos los vecinos nos conociéramos unos a otros y nos uniéramos de verdad, seríamos más fuertes para defender cada árbol”.

*Este artículo se publicó originalmente en




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