Madres del Callao llevan paz a los barrios peligrosos [CRÓNICA] - 2
Madres del Callao llevan paz a los barrios peligrosos [CRÓNICA] - 2
Oscar Paz Campuzano

Resistir tiene un significado que encaja con lo que se vive en los barrios más peligrosos del . Aguantar y sufrir es la acepción más dramática; otra –por su carácter combativo– resulta más pertinente para el primer puerto: resistir es, sobre todo, oponerse con fuerza a algo.

Aunque las autoridades policiales aseguren que el estado de emergencia está imponiendo el orden en el puerto, los números lo contradicen. Desde la declaración del régimen de excepción, el pasado 4 de diciembre, 22 personas han muerto, incluida una niña de 11 años acribillada por sicarios que atacaron a su padre. Y entre el 2011 y el 2015, hubo 600 asesinatos en la provincia constitucional. Por eso, cuando un vecino del Callao dice, desesperado, que cada dos o tres días alguien cae a balazos, no está exagerando.

En el Callao, sin embargo, hay historias de resistencia. Una resistencia que, aunque intenta acabar con la muerte, también la convoca. Richard Agurto era un dirigente porteño que colaboraba con las autoridades para pacificar su barrio. Tres semanas antes de su muerte, ya habían intentado matarlo por ello. Aquella noche, los tres disparos que descargó el delincuente no fueron mortales y ‘Lisura’ –así lo llamaban por su pasado delictivo– logró escapar hacia una quinta con la sangre brotándole del cuerpo. La noche del 9 de enero, Agurto aún sentía miedo y se lo contó al pastor del templo cristiano al que acudía. ‘Lisura’ salió del templo y, pasos más allá, en la esquina del jirón Zepita y la calle Montezuma, apareció un hombre con el rostro cubierto y con un arma apuntándole. Esa noche, se escucharon 14 disparos. El sicario no falló esta vez.

SEMILLERO DE POLICÍAS
La última balacera que escuchó Delia Paz ocurrió hace cuatro días. Vivir en medio del fuego cruzado le ha dado una habilidad envidiable para localizar el peligro: le basta oír un disparo para saber en qué parte de los Barracones están apretando el gatillo. “Nosotros sabemos si es en el jirón Áncash o en Salón o en Carrillo o en el barrio Cinco. Ya estamos acostumbrados”, lo dice una madre que vive en zozobra por sus dos hijos. Uno de ellos estudia Ingeniería –ha sido asaltado dos veces con pistola–; el otro, de 11 años, se graduó ayer como niño policía, como parte de un programa de la PNP que capta a menores de barrios peligrosos antes de que la criminalidad se los trague. “Es infinitamente mejor evitar que un niño se convierta en delincuente que esperar a que cometa un delito para meterlo a la cárcel”, dice el jefe policial del Callao, general Cluber Aliaga.

(Juan Ponce / El Comercio)

La PNP trabaja con niños y jóvenes de las zonas rojas del Callao para prevenir la violencia. (Juan Ponce / El Comercio)

MADRES DEL CALLAO
En el Callao, las guerras entre bandas criminales palidecen ante otra batalla, más bien librada por las madres de familia de los barrios más convulsionados: la de sacar a los chicos de la droga y de la delincuencia. El Ministerio Público, la policía y el Poder Judicial tienen programas que reclutan a mamás para tal tarea.

Sara Camacho, de 41 años, tiene cuatro hijos. Vive en Sarita Colonia, otro suburbio peligroso del Callao. Una noche, hace tres años, vio cómo dos sujetos descendieron de una motocicleta y dispararon directo al estómago de un señor que conocía. Ello la empujó a sumarse al programa Padres Construyendo Hijos de Éxito, del Ministerio Público –que integran otras 50 vecinas– y a ser miembro de la Apafa del colegio de su hijo. Allí, en las aulas, cada vez que puede, dialoga con los chicos que ve en malos pasos. Su estrategia para llegar a ellos es espontánea: los abraza, les muestra afecto.

ORIENTACIÓN A MENORES
El Servicio de Orientación al Adolescente, del Poder Judicial, trabaja hace dos meses en el Callao con siete menores infractores. Uno de ellos, sentenciado por hurto, ahora hace lo que más le gusta: jugar al fútbol. “Nosotros ingresamos a sus casas, a su entorno y los ayudamos. Ellos cambian; estoy segura”, dice la responsable del programa, Cynthia Garrido. Cuando se despide de sus chicos, ella les da un beso y un efusivo abrazo.

“Vivir en la zona sur del Callao es una prueba diaria para nuestra fortaleza y paciencia. Nos desafía a no rendirnos ante la intolerancia y los prejuicios generados por la insania de los pocos que han elegido el camino de la violencia. Entre la bruma que oscurece nuestro horizonte, la fe y la esperanza se convirtieron en fuerza espiritual. Somos muchos los que queremos vivir en paz”, dice Carlos Calixto, un padre de los Barracones. Su hijo ayer se convirtió en niño policía. Él, como muchos padres, ya se acostumbró al sonido de las balas; un estruendo seco que ya lo hartó.

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