Lima, ciudad generosa, no solo ha tenido un alcalde a quien sus adláteres de turno apodaron “el mejor de la historia”. Ahora resulta que también tiene un alcalde “emocional”.
Don Felipe Castillo, amo y señor del distrito de Los Olivos, dijo ayer que su responsabilidad por la tragedia en la discoteca Thomas Restobar “es más emocional, sentimental”.
No es extraño que en nuestro país una autoridad utilice argumentos inverosímiles para atenuar sus culpas cuando es sorprendido en falta. Es más, pareciera que fuera un requisito para acceder al cargo. Sin embargo, el disparate proferido por el señor Castillo no tiene parangón.
El ‘privado’ que se convirtió en la tumba de 13 personas no era el primero que se organizaba en el mencionado local nocturno. Las fiestecitas, con orquesta incluida, eran promocionadas con sospechoso desparpajo en las redes sociales. Tampoco era un lugar desconocido para la municipalidad. El congresista Daniel Urresti, quien tuvo a cargo el área de fiscalización, recordó que el año pasado lo clausuraron porque funcionaba como un burdel.
Pero el señor Castillo, quien suma 19 años al frente de su municipio, insiste en que su responsabilidad es “emocional”; que como la recaudación ha caído, carece de dinero para fiscalizar los locales que eluden el toque de queda y la prohibición de las reuniones. Lo dice como si el Ministerio de Economía y Finanzas no hubiera transferido a su comuna más de 9 millones de soles para atenuar la falta de ingresos. De su baja ejecución de gasto también culpa a la pandemia.
Sí, la pandemia es culpable de la mayoría de desgracias que ocurren en el país. Los alcaldes emocionales, entre ellas.