Durante décadas, renombrados periodistas han dejado decenas de frases, unas más felices que las otras, con el fin de establecer los estándares éticos sobre los que debe regirse el oficio periodístico. Sin embargo, existe una que, a mi modo de ver, expresa en toda su dimensión su esencia misma.
“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Las palabras de Ben Parker a su sobrino Peter, más allá de que sean personajes de ficción, señala sin ambages cuál es la naturaleza del periodismo, esa que los propios periodistas solemos pervertir de distintas maneras bajo justificaciones pueriles, disfrazadas con el manoseado argumento de la defensa de la libertad.
La cuarentena ha puesto de moda un nuevo tipo de periodista, ese que por tener una credencial o un micrófono en la mano cree reunir las funciones de juez-fiscal-policía-papá y persigue a los supuestos infractores de las disposiciones del Gobierno para gritonearlos, acusarlos y, cómo no, ofenderlos.
De esa laya es también quien recorre las colas con una huincha para medir si se cumple con la distancia social. O los que amenazan con llamar a un amiguito poderoso, como si ser periodista les diera alguna inmunidad ante la ley.
La pandemia le ha brindado al periodismo una oportunidad inmejorable para recuperar la confianza de la gente y detener el ascenso de las fake news, un virus acaso más letal y contagioso.
Pero si los periodistas no entendemos la enorme responsabilidad que tenemos encima en este momento clave, solo conseguiremos quedarnos sin lugar en la nueva normalidad que se instale cuando todo esto pase.
Ni siquiera tendremos un sitio como piezas de museo.